jueves, 25 de marzo de 2010

ANGIE'S LAVA: Capítulo XI

Las prisas a veces ocasionan...¡un cambio improvisado de planes! ¡Súbanse a este ascensor y descubran cómo se consiguen los sobresueldos en los hoteles! Ahora que llega época de vacaciones...

Siguiente capítulo de "Angie's Lava", número once de catorce.

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¡Feliz diversión!



XI- VEINTIUNA Y BAJANDO… ¿O MEJOR SUBIENDO?



No sabía el por qué del caso, pero siempre andaba con prisas de acá para allá, mimando los segundos de cada minuto como si fueran pepitas de oro.

Hoy no es distinto: la première de “Hulelm” tiene lugar en menos de una hora y allí se encuentra Claudia aún, al otro extremo de la ciudad, en todo lo alto de un hotel futurista, frente a un descenso de veintiuna plantas. Evita llamar a su hermana para no distraerla de lo más importante esa fría noche de viernes: su celebración, el momento que las dos han estado esperando con los nervios propios de niños ante la noche de Reyes; sólo por compartir ese sueño merecía la pena el viaje desde Oulu. Bueno, por esa causa, por comprobar qué es aquello tan extraordinario en el cineasta que consigue arrancar ese brillo agudo a los inquietos ojos fraternales y, sería de justicia reconocerlo, por cambiarle la temperatura a su chomino, algo escarchado últimamente a causa de los fríos nórdicos.



“A ver: gorro, botas, bufanda, guantes, cazadora, libido... ¡Sí! ¡Allá vamos!”



Las puertas del ascensor se cierran, Claudia contempla a las escasas personas que junto a su exquisita figura ocupan el espacio reservado para al menos veinte: un botones con atuendo del siglo pasado y un ciego con gafas negrísimas, bastón y extraordinaria nariz.



“Un bastón…la nata...”



Breve alto en la planta 17; se les une una camarera de habitación con pinta de estar a punto de jubilar las bolsas bajo los ojos, más grandes aún que las alforjas a cada lado de sus caderas. Se coloca junto al ciego, los dos miran el panel luminoso restándole como pueden números según van bajando.

El chico botones lleva el pelo rubio recogido en una diminuta cola, la chaquetilla roja abierta, la camisa casi blanca a medio abrochar y una exuberante llave colgada del cuello. Claudia se queda con este detalle, intentando descubrir el uso de aquella pieza metálica: ¿Abriría la puerta de un garaje donde trabajaba en sus ratos libres? ¿Un baúl con sus cosas más íntimas como revistas, películas y juguetes eróticos que enseñaría por las noches a sus valientes amiguitas? ¿O es una especie de llave maestra que le permite penetrar cada marco del hotel en caso de que requieran sus servicios de “mula de carga” desde alguna habitación apremiada por una urgencia incontenible? Su cuerpo es fornido, se lo imagina machacándose en el gimnasio para luego poder machacarse a gusto un sobresueldo.



“¿Cuánto llevo en el bolso?”



A pesar de una cierta apariencia infantil, su áspero vello facial mal rasurado y una marca en un pómulo le confirman que aquel chavalote se entretiene ya desde hace tiempo con menesteres para adultos. Descubre que se la está comiendo con la mirada, a la vez que le sonríe como muestra de su capacidad para leer las cavilaciones femíneas y lo que viene detrás. Claudia pierde el duelo; cierra los ojos, algo incómoda por la sensación de haber sido sorprendida, y al volver a abrirlos se le escapan hacia la prominente entrepierna del muchacho. Entonces, sus pupilas mudan de plato de postre a fuente para dulces al fijarse que el joven tiene la portañuela abierta y algo carnoso le asoma. Los ojos de ella vuelan a los verdes de él, los agarra y los arrastra hasta el lugar de los hechos, como queriéndole avisar del desliz; cuando llegan, descubre que el orificio ha sido obstruido por uno de sus puños: lo tiene dentro del pantalón, como sus caricias. Planta 13. El ciego carraspea, su bastón parece engordar mientras machaca el suelo con una melodía ridícula a la escucha de sus compañeros de tránsito; la ama de llaves se rasca una teta, gorda pero desinflada, cada vez que el número d’étage le guiña. Cuando el chico saca la mano pegajosa de su uniforme, deja dentro un gran miembro que se extiende hasta una de sus caderas y lanza una sonrisa al aire para quien la quiera recoger. Claudia la observa, la sigue y la hace suya, guardándola en sus entrañas. A continuación, da un saltito para colocarse en el fondo del habitáculo junto al botones, hombro con hombro.



- ¿Tienes hora, muchacho? Estos Lotus atrasan una barbaridad…




El mozo contesta con su blanca dentadura, le coge una mano y le da algo. Claudia abre la palma impaciente por conocer el origen de ese cosquilleo tan sutil; al ver de qué se trata, la mueca que retenía en el vientre se esparce por todo su interior erotizándole hasta el iris.



“Se me ocurren miles de ideas que podría hacer con una pastilla de jabón de hotel resbaladiza.”



- ¿Qué quieres que haga con esto?- Le susurra Claudia al oído.

- Me sobra la mujerona. Cuando lleguemos a la planta 9 paro el ascensor y abro la puerta. Tú lanza la pastilla, a ver si la tía sale a buscarla; total, es su trabajo, lo hará por costumbre. Cerramos rápidamente y seguimos sin ella. Después lo atranco haciendo girar esta llave dentro de esa cerradura; nadie podrá volver a ponerlo en marcha mientras la mantenga ahí. ¿Y para el ciego, qué inventamos?



“Dos mejor que uno, para casi todo.” – Le solía decir su madre cada vez que regresaba de retirar los huevos de las gallinas.



- No sé, creo que dependerá de ti, de tu…- El botones no le deja terminar la frase; coge la delgada mano de la invitada y la posa en su cadera con la idea de que sienta el calor de su apreciado cipote que anda por ahí abajo.



Claudia no se resiste; permanece junto a aquel manubrio, recorriéndolo sin prisa alguna, a la vez que el chico entretiene sus manos quitándole al invierno lo que allí le sobra, para más tarde disfrutar con la embestida de los pezones, erectos como cuernos de toro, a través del suave gris semitransparente del sujetador; se moja con saliva las yemas de sus dedos que han de resbalar sobre esos pequeños montículos. Tras varios minutos repite el ejercicio ahora directamente sobre la carne rosada, acercando su aliento juvenil a las mejillas de la mujer jadeante.



- ¿Sabes qué es lo que más aprecian ellas? Mi modo de comerles el clítoris. Quítame la llave del cuello, voy a detener este trasto para que me des tu opinión. Aunque primero hay que deshacerse de la camarera, la conozco de sobra, a ella y a su coño, y tiene uno de los que quitan el apetito por su olor a pescado podrido en los cubos de basura.



El ascensor llega a la planta 9, el mozo lo para con un golpe seco al botón oportuno y se abre la puerta. Claudia lanza la pastilla algo derretida por el sudor de sus manos y, en efecto, la tetuda sale a buscarla; se agacha, presentándole al viajero invidente todo un redondísimo universo de placer mundano. Al incorporarse se encuentra con el carretón siguiendo su trayecto hasta el hall del hotel, y ella fuera de la obra teatral.

Un par de plantas más abajo el muchacho introduce la llave en el hueco destinado a las emergencias, realiza el giro obligatorio y frena el descenso.

Piso 6. La tersa boca de él le está besando sus carnosos labios inferiores, saliva entre flujos, lengua contra clítoris. Claudia le agarra por el cuello con el propósito de indicarle cómo le gusta; sus gemidos son diminutos para que el hombre del bastón no se percate de lo que está teniendo lugar ahí mismo. De un golpe arranca la gomilla que mantenía la cola rubia medio ordenada: el ímpetu del bárbaro crece irreversiblemente.



“No te preocupes, Angustias. El proceso de descongelación de mi chomino durará tan sólo varios minutos más. Pronto estaré allí con vosotros y vuestra película.”



Imposible. Comiéndole el coño de esa manera…la lengua finge tener vida propia: recorre incesantemente todos los rincones eróticos de su vulva e incluso inventa algunos nuevos para esa noche; lo único que ansía su dueña es saciar el apetito que lleva un rato abierto y creciendo.

Crecida, majestuosa, es la verga que tiene frente a su vagina; le cabe tatuado el nombre completo del “chico para todo”: Mauricio Rodrigálvarez Ardochinea, “el empotrador”.

Con el glande le abre los labios, se lo refriega desde el ano hasta el clítoris, haciéndola creer que va a meterle aquel fantástico pollón en cualquier momento por cualquier orificio. En su lugar, tras varios minutos provocándola, se retira unos centímetros y la arrodilla frente a su artilugio de cavar agujeros.



- ¿Quieres leer de cerca lo que pone sobre ella? – Le pasa el nabo de ojo a ojo, acariciándole con él la nariz.



Claudia acaba de adoptar la decisión de que ya verá la película de su hermana cuando salga en DVD; el plato elaborado de restaurante pijo tras el estreno lo piensa cambiar ipso facto por algo más prosaico: carne cruda, hirviente, con nata batida. Abre la boca, la cena comienza.

El ciego se ha girado. Se encuentra de espaldas a la puerta del ascensor, sin bastón, ya que necesita las dos manos para avanzar, revoloteándolas en el aire como si pretendiera mullir un colchón de pieles. Con sus mocasines tan poco idóneos para esa época del año, pisa sin pretenderlo las braguitas de mujer recién estrenadas. Su propietaria sigue de rodillas, tragándose aquel refrigerio, sintiendo golpear el glande del joven contra sus carrillos mientras enjuaga todo el tronco con la lengua. Se saca la polla, la mira de forma reverencial, la besa y se la vuelve a comer tras lamerle los huevos, introducírselos en la boca y golpearlos con la lengua, cada vez más gustosamente. El “sin vista” llega junto a Claudia y comienza a olisquearla por todas partes: cuello, boca, pelo, axila, vientre, ingles. Al cabo de un rato siente unos dedos sin ojos sobre su coño abierto.



“Siempre dos mejor que una, mi chiquita, no lo olvides, tómate cada vez que te sea posible un par de ellas.”



Sin privarse de lamer la verga tatuada, baja la portañuela que aún corretea exenta por el habitáculo y tras mucho rebuscar se topa con un apéndice pequeño y mustio; no se extraña que ante esa visión borrosa lo mejor sea cerrar los ojos para siempre, así se sufre menos.



“Pero en determinadas circunstancias resulta más práctico conformarse con una que sirva por dos, o tres.”



Con un cierto afecto por los más “desprovistos”, Claudia la vuelve a colocar donde le corresponde, entre algodones. Desea pasar al siguiente plato.



- Chico, asáltame, empótrame contra la pared; después de tantos meses en el destierro necesito sentir un buen agarre de mi patria.

- Como quieras, pequeña.- El botones la eleva sujetándola bajo los muslos, la abre y la embiste con su enorme pene follador; el dolor de su espalda tras el choque contra la pared libera más fluido íntimo. Ella se ata con las piernas a su culo, se agarra primero a sus brazos y luego a sus hombros con el fin de guardar el equilibrio en las alturas, donde él la tiene ensartada. Otro embate con ímpetu: sus hombros crujen, la pared gruñe, el coño se vuelve a humedecer. El ciego, mientras tanto, se ha situado tras el hombre¸ le ha bajado los pantalones y los calzones hasta los tobillos, ha introducido un brazo entre sus piernas musculosas y le agarra el pollón para masturbarlo mientras se la



folla. Ya que está ahí, aprovecha a mordisquearle los glúteos y a besar el ano del “empotrador”. Claudia se excita aún más al contemplar aquella escena, comenzando su cabeza a flotar entre la ingravidez del tiempo y el brillo del espacio. Va alejándose progresivamente del recinto según la golpea contra la pared…8, 9, 10, 11,12…los huevos bailan siguiendo el ritmo de las embestidas…13, 14, 15, 16, 17,…cuatro manos sobre sus pechos, dos lenguas de pezón a pezón, anudándose; el caudal del río crece y se aproxima a su desembocadura…18, 19, 20, 21,…se detiene un instante antes de que se desborde dentro de ella para saborear el momento. El chico le hunde los dedos en los redondos muslos, echa la cabeza hacia atrás y le empapa el interior a base de chorreones cálidos: el proceso de descongelación ha llegado a su fin.



“Una vez descongelado, debe ser consumido con cierta frecuencia.”



Claudia cree ver banderitas de Oulu saludando la llegada del tren cargado con una exuberante corrida. Al alcanzar el apeadero donde se encuentra la mujer junto a una maleta llena de mudas del alma, suelta un bufido que recorre todo el hueco del ascensor hasta la sala de seguridad del hotel: “¡Cómo lo necesitaba!”



“Ya hemos llegado, señorita. ¿Ha disfrutado de un buen viaje? No olvide tomar fotos para el recuerdo. Gracias.”



“Nunca llevo la cámara conmigo si tomo el tren que no es el mío, pero le agradezco su dedicación, ha sido todo un placer de principio a fin. De nada.”



Mauricio se quita del hombro un largo pelo negro de mujer, lo contempla mientras lo hace bailar en el aire sujeto entre su índice y el dedo corazón, lo suelta plácidamente y golpea con el puño de la misma mano tres veces la última puerta del pasillo de la planta 21, la roja. Tras unos segundos, un guardia de seguridad saca su cabezota calva y le sonríe.



- Aquí tienes, los 600 pavos. ¡Eres un hacha! Yo pensé que la tía no se iba a dejar, parecía tan… ¡tan pija!

- Tú no la has olido de cerca. ¿Y los otros 400?

- ¡Eh! ¡Tranquilo, campeón! Para eso tendrás que esperar a que el Señor E compruebe lo grabado y dé su visto bueno, aunque creo que no habrá ningún problema, sobre todo quería que la entretuvieras lo suficiente. Pásate al medio día y te cuento. ¡Animo chaval! Por cierto, ¿por qué no sales esta noche y te fundes un poco de parné? Te lo mereces. Ya hablamos mañana, ¿vale? Tengo también un nuevo cliente que se ha fijado en la tetuda de culo prieto de la 421. Me preguntó si se podría organizar el jaleo en el vestuario de tíos, ante sus socios y la ayudante, una tal… (el calvo escudriña su agendita gris)…se llama… a ver… sí, Rebekka.

- ¿Para qué esperar a mañana? Dame ahora mismo una foto de ellas y la llave de la piscina.



Mauricio la sustituye por la que llevaba colgada al cuello, le quita al guardia de su mano el escanciador y bebe de un jugo blancuzco; tras apurarlo, posa el recipiente sobre unos vídeos y sale de la sala tarareando un tema de Patricia Barber, “Snow”, en busca de un taparrabos que le quede bien. Hoy toca jornada intensiva, como de costumbre.

Mientras Claudia, de vuelta en su suite, toma un baño relajante, su móvil no deja de sonar sobre la alfombra. Un número no registrado insiste en convertirla a pesar de las llamadas perdidas en el eje central de esa noche.

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