martes, 27 de abril de 2010

"ANGIE'S LAVA": El final

Llegó la hora. Los dos capítulos que cierran el libro y conducen a la protagonista hacia un final de aquelarre.
Gracias por seguir este blog, la historia y...pronto más.

Un saludo y besos.

Descarga gratis del e-book:

http://www.bubok.com/libros/14039/quotAngies-Lavaquot


XIII- UN LUGAR REPLETO DE GOLOSINAS


Hacía muchísimos meses que el envite contenido del silencio no campaba a sus anchas por aquella tapicería de piel angosta; lo había subyugado hasta el punto de olvidar su presencia incierta en otras épocas con taciturnos compañeros de viaje. Primero eligió la soledad y luego la sustituyó por él cuando se vio en condiciones de admitir un futuro sin tapujos. Hablamos de la música, su Porsche y Ermond.

Con la cabeza apoyada sobre el cristal de la ventanilla del copiloto, resistiendo el peso de las párpados, malgasta la mirada a través del espejo formado por la suma de diminutas gotas adheridas a él, como aquel día en la cabaña del bosque - ¿Dónde te encuentras? No quiero saberlo - y recuerda en ese instante que las ganas de oír música reaparecieron tras decidir no ver a Pablo, su ex marido, nunca más. ¿Existe alguna similitud con su nuevo estado catatónico? Quiere pensar que no; no soportaría el hecho de tener que enfrentarse con ese reflujo, no piensa dejarse doblegar. Ella nunca se rinde.

Angie permanece inmóvil todo el recorrido, observando sin apenas aliento la lluvia y la nevisca aliviadas por las luces de neón y los haces procedentes de las abstractas farolas, embebida en sus divagaciones; demacrado el maquillaje, con el pelo erizado descubriéndole a sus ojos las parejas que van y vienen atadas por la cintura sin sospechar que el lazo está a punto de romper. Lisa aparta ocasionalmente la mirada de la carretera con la intención de comprobar que su mejor amiga aún no se ha roto por completo, y tras confirmarlo, agarra con mayor fuerza la piel del volante, como si fuera su salvavidas, o como si encerrara bajo el cuero las explicaciones a las preguntas incómodas de la noche. Mientras conduce, no deja de tapar y destapar sus largas piernas cubiertas por la amplitud de un vestido sinuoso, de acariciarse la nuca… Angie, a su lado, parece hipnotizada por la estrechez del Cayman rojo y los diminutos murmullos que allí se forman; la música los había cubierto durante meses, pero siempre estuvieron al acecho. De entre todos, el que más retumba en su tímpano en ese viaje de doble sentido es el chapoteo bilabial del sexo de la inseparable Lisa, órgano que insiste en conversar con ella mientras prosigue salivando.


El coño de Lisa: ¡Pequeñita mía, no estés tan afligida! Esfuérzate en girar tu corazón para que no pueda mirarte a los ojos, eso te ayudará. Sé bien de lo que me hablo.


A Angie no le apetece seguirle el cuento a un chocho parlante, por mucha experiencia que pueda tener en esas lides. Sigue estática, descargada sobre la puerta, envidiando la inocencia de aquella lluvia.


El coño de Lisa: ¡Anda, no te martirices más! ¡No es error tuyo! Son ellos, siempre son ellos. Una vez que se acomodan al entorno, por muy agradable y sublime que les parezca al principio... terminan hastiados. “¡Vamos a por nuevos jardines faltos de vid! ¿Habrá que entretenerse?” Da igual cómo irrumpan en nuestros orificios, los propósitos que traigan, las palabras que surjan de sus fantasías. Siempre son ellos: insulsos jardineros. ¡Pero es que los pobretones no lo pueden remediar! Nacieron así, de un Dios receloso de las frutas de su propio oasis, un pedazo de maricón en toda regla. Por pura envidia nos hace sangrar cada mes, pero ¿sabes una cosa? Yo paso de todo lo suyo, tiro de la guita y me encajo lo que me viene en gana cuando me apetece. Así que, querida Angustias, dale un giro a tu corazón, que se olvide de tus dioses y clave sus ojos sólo en tu libídine. Sepáralo de tu sexo.


Como Angie no pretende hacer vibrar sus cuerdas vocales (demasiado tiene con retener el flujo etílico que lleva un rato serpenteando del estómago a su garganta, y viceversa), es su coño quien le responde.


El coño de Angie: ¡Qué me dices! ¿Separar? No resulta fácil cuando se ha entendido que lo más hermoso surge de unir placer y alma. No hay poder que lo supere, ni tan siquiera el de la ruptura. Yo soy Angie: nadie camina, ni sonríe, ni atrae como yo. Aprendí a reconocer mi fuerza a base de fracasos. No pretendo cambiar ahora, más bien recuperarme de mi encierro falaz. Soy Angie, no hay nadie como yo.

El coño de Lisa: No hay nadie como tú.

El coño de Angie: Nadie. Y así me ha querido, con todo su ímpetu, lo sé. Me enamoró por su ingenio, su sensibilidad, utilizó su inmensa inventiva y cambió hasta mi pasado, ha sido mi generador de ilusiones. No ha habido nadie como nosotros, ¿no lo puedes admitir?

El coño de Lisa: Te piensas única, ¿eh? Nenita, muchas hemos desfilado por la misma senda, incluso más veces de las recomendables. Y aquí estamos, sentadas al fuego en la mecedora, haciendo punto, sin preguntar ni por el nombre ni por cuánto tiempo piensa quedarse.

El tubo de escape: ¡Hola chicas! ¿De qué habláis?

El coño de Angie: ¿Y este quién es?

El coño de Lisa: ¿Este? Un plasta que lleva todo el rato a ver qué pilla. Le da igual un roto que un descosido. No se cansa de esperar; una mosca cojonera.

El tubo de escape: ¡Uff, vaya par de chochetes! ¡Qué matojos! Si os ponéis un poco de vodka caramelizado en los labios os lo bebo.

El coño de Lisa: Ni lo sueñes, estás muy recalentado para nosotras, se te bajarían pronto los humos.

El tubo de escape: ¿Estáis seguras? ¿Y un trozo de piña? No habéis visto aún mi catalizador, ni sus dos grandes convertidores. Sabe adaptarse perfectamente a cualquier mecanismo. O a varios a la vez.

El coño de Angie: A mí me está fallando el compresor, cielo. Búscate a otra con un tanque para todos los públicos.

El tubo de escape: Mi humo es muy, muy negro, guapa. Te vendría que ni pintado para reavivar las bujías y tu corazón mohoso.

El coño de Angie: Acabo de separarlo de su surtidor, no le ha dado aún tiempo de crear moho.

El coño de Lisa: ¡Anda! ¿Por qué no olvidas a mi amiga, lameculos?

El coño de Angie: ¡No, no, déjame a mí! – lo coge con ambas manos, sopla dentro de él hasta hacerle soltar cientos de confetis, le mete la lengua y escupe: ahora te vas a tomar por el culo de una puta vez.

Angie: ¿Dónde está mi hermana? Quiero que llegue antes de que sea inevitable...



Con el Porsche enfilando las luces del Trafalgar, Angie baja la ventanilla y vomita el néctar opíparo que había estado ingiriendo durante toda la “no cena”. Tras la cuarta arcada consigue abrir los ojos para asegurarse de que en el último expelo va lo poco que retenía ya del cineasta.




El hombre de las golosinas acaba de aparecer en el cuartucho.



- A ver niñas, sentaos y sacad la lengua, que os voy a injertar a cada una un pequeño corazón en la punta.



Las cuatro obedecen sin rechistar.


- Ahora tomad aire, cerrad la boca y tragad de golpe; bebed un poco de agua, el efecto será más inmediato… eso es, buenas chicas. Mirad, tengo unas camisetas negras con nombres nuevos para esta función. Quitaos esos vestiditos y quedaos en braguitas. Veamos… la que dice ”HERO” en mayúsculas es de Clara. Esta con “Traum” para Bertha, ¿vale? “Lava” naranja se la daremos por supuesto a Angie y “Grace” color oro le vendrá bien a Lotte. Os las podéis poner. ¡Un momento! ¿A qué viene tanta prisa? Acercaos, tengo más corazoncitos, y dejadme probar vuestras tetazas. Uuummm, ¡cómo me gustan!: las grandes, las de diseño, las de inmensos pezones rosados como gominolas y las de mamas gigantescas. Pasádmelas por los labios, por la nariz, por la frente, así, todas a la vez. ¡Qué ricas! ¡Oh, sí! Refregáoslas que yo os vea. Me las voy a tragar, quiero asfixiarme con vuestras tetazas. Las lameré por todas partes, voy a sobarlas, apretarlas, mordisquearlas. ¡Uf! Seguid, comeos los pezones las unas a las otras, me excita ver vuestras lenguas enredadas de ese modo. Balancead las ubres, que cada una pruebe las de las demás. Chupaos los dedos y mojad con ellos vuestros tanguitas. A ver… separad la tela y mostradme vuestros coños abiertos. ¡Son preciosos! Acercadlos a mi lengua… aaaaahhhh, sí… uummmmm. Impresionantes. Tocaos, apretad la vulva, el clítoris. Comeos los coños enteramente, introducíos dentro los pezones. ¡Correos para mí, so guarras! ¡Correos y dadme vuestro jugo, tengo sed de putas!


Cuando constata que bajo su pantalón de cuero negro palpita una rigidez amenazante e inalterable, pide a todas menos a Charlotte que se vuelvan a vestir, entregándole a Bertha una bolsita china con más corazoncitos: ¿pago o inversión? Salen tres, enfundadas en sus nuevos alias semitransparentes que permiten entrever la fuerza de los pezones; la productora se queda tumbada sobre uno de los sofás de escay color chocolate – ha vuelto a ser la elegida; yace desnuda en espera del maestro de cuerno satánico.

El ambiente es tremendo esa noche y a esa hora, con el “Just One Fix” de Ministry atronando como telón de fondo: humo denso entrecortado por los haces de luz amarillos y verdes, alcohol, decibelios, ojos salidos de sus órbitas. Lucio sabe de sobra cómo mantener la tensión en su tugurio. Angie cierra los ojos tras un leve pestañeo y siente perder parte de la gravedad. Es hora de ir a por su inexorable epílogo, su expiación.



Claudia, al oído de Lisa, esforzándose en ser entendida por encima del volumen de la música: ¡Hola Lisa! ¿Has visto a mi hermana? La llevo buscando desde hace rato.

Lisa: ¡Claudia! ¡Heeyyyy! ¡Qué de tiempo! ¡Cómo me alegro de que hayas venido al fin! Oye, estás… ¡guapísima! ¡Vaya carita que llevas!

Claudia: ¡Sí! Tú también estás estupenda, como siempre. Dime, ¿la has visto?

Lisa: ¿A Angie? No sé por dónde andará, creo que después de las chuches se dirigió a la cabina de Alex, a pedir algún tema de los suyos, pero le he perdido la pista. ¿Te tomas una copa?

Claudia: No, gracias. Voy a ver si la encuentro.

Lisa: ¡Déjame que te presente a Saúl y a Eddy! Son dos chicos que trabajan para…

Claudia: No puedo, en serio, Lisa; más tarde quizás. Necesito localizarla. Adiós.



Y se aleja abriéndose paso entre sudores.


[…”¿alguna vez te la han mamado cuando pinchas? ¿No? Quiero ser yo la primera, dame tu polla.” Alex no se resiste, es Angie. ¡Es Angie! ¿Cuántas veces lo soñó mientras la llevaba en la moto, posaba para su cámara y sus juegos de chicas, o simplemente al compartir una Heineken? Es mágica, es puro deseo forjado con carne del corazón. Angie lo masturba muy despacio, mirándolo; se la pasa de la mano a la boca y el cambia de Ministry a FLA, de ahí a Godflesh, a Killing Joke… la intensidad crece, al igual que la furia de su verga. Acariciándola, se la introduce bajo la camisetita, se la ensaliva y se la roza con los pezones, vuelta a confinarla entre sus pechos; procura tragarla entera: empuja, aprieta, lo consigue. Le falta el aire y la saliva cae en cascada sobre sus uñas; la saca un segundo, la contempla, respira profundamente y la vuelve a engullir. Está de rodillas, mostrándole unos tacones excelsos, el vestidito gris anaranjado, un culo perfectamente redondo y su camiseta de “Lava” que a duras penas logra ocultar dos pezones ardientes como su campanilla. No se la ve tras la mesa de mezclas. Alex sigue trabajando, los dos lo hacen, en aquel habitáculo suspendido sobre las nubes ilusorias. El dj comprueba con sus auriculares la evolución de las canciones, observa la complacencia de la muchedumbre. Desde allá arriba se puede diferenciar sin problema alguno los que bailan de los que beben; los que follan de los que lo persiguen. Angie es la capitana del navío, extiende el periscopio, Alex lo sumerge; los huevos a punto de reventar chorrean baba, la chica la recoge con su lengua y la devuelve a su boca; come, engulle, se riega: en cuclillas, siente su flujo resbalar del coño hacia el ano. Antes de pasar de Front 242 a Filter, la polla escupe chorros de esperma y ella devora con ansia todo lo que le cae.... Sigue a gatas, a ras de suelo, chupándosela, relajándosela, hasta que comienza a sentir una nueva erección en el paladar. Alex la agarra por la barbilla para memorizar su expresión. Ella comprueba que allí hay algo más que deseo…]



LAVA LAVA LAVA LAVA



Claudia a la mujer que espera sobre un canapé de casimir oscuro en el área “reservada”: Perdona, ¿Clara?

La mujer aparta la botella de cerveza de su boca y pega la oreja a los labios de quien le está hablando: ¿Eh?

Claudia: Tú eres Clara, ¿no?

Clara: ¡Sí! ¿Qué quieres? Pero… ¡Claudia! ¿Cómo te va, mi vida? ¡Te echábamos de menos! Angie nos dijo que igual te pasabas esta noche por aquí. Por cierto, ¿dónde está? Hace mucho que no la veo.

Claudia: Es que no consigo encontrarla. Vengo de hablar con el dj, pero ya se había largado. ¿Dónde se habrá metido?

Clara: Pues no se me ocurre… ¡espera! Ve a preguntárselo a Lucio, estará con él en su despacho. Es la puerta roja esa. A veces, para reconstituirnos, nos sentamos en la salita que tiene ahí. ¿Fumas de esto?

Claudia se retira sin contestar, apartando obstáculos humanos en dirección a la entrada de la oficina del Alcaide. Cabezas, troncos: ahora la ve, ahora ya no.

Clara: ¡Vale! ¡Diviértete! (“yo creo que esta se ha estirado el escote; si yo tuviera esa melena… ¡y ese culo! Seguro que la impía se harta de follar con los noruegos. ¿O eran islandeses?”)



[…sobre el mismo sofá donde no hace mucho ingirieron los corazoncitos, se hayan sentados tres colosos negros, de negro, corbata colombiana morada, zapatos puntiagudos, pelo al rape. La bragueta la tienen expedita y la polla enhiesta en las manos. ¿Son realmente pollas? Angie no ha visto en su vida nada semejante; su tamaño y grosor la mantienen estupefacta junto al quicio. Un cuarto hombre aún sin desfundar cierra la puerta tras ella. “¿Quiénes sois?” “No questions, please. Go in!” No le quita ojo al zurdo, al presunto cabecilla, sentado en el centro, con más de treinta por veinte de tronco. “Show us your tits, come on!” Angie sigue exánime; el negro de la entrada se acerca por detrás, le baja hasta los tobillos el vestido que lleva a modo de falda y le sube la camisola. La perspectiva es sublime: tacones kilométricos, piernas infinitas, torneadas, tanga anaranjado cristalino y dos perfectos pechos turgentes al aire. Todos los animales de aquella habitación ya se la están meneando; preparan cuatro gigantescas vergas negras para esa visita casual: “this is autoerotic, babe”. Siente el ardor de carne de macho rozarle el culo, golpearla a modo de porra secamente el cachete donde lleva el tatuaje del Cofre Negro… eso la saca de la modorra. “No pienso estar con estas cuatro monstruosidades a la vez, sólo con esa – señala la del zurdo, la altiva – el resto podéis iros o quedaros a mirar, pero no os hagáis ilusiones”. El elegido sonríe, dejando entrever un diente de oro con un diamante incrustado, los otros dos se levantan del sofá y se sitúan a su espalda con los brazos en jarra y una erección amenazante, a izquierda y derecha del portero que le había estado relamiendo el cuello; cuando pasaron junto a Angustias, la mujer no logró evitar que sus ojos persiguieran con cierto anhelo aquellos dos miembros que se le escapaban. “Do you like it sado-masochist?” Camina decidida hacia el escay, donde la acecha ansiosa la expiación. Entre las manos suyas y las del burro casi abarcan todo el nabo de este; mientras se complace en masturbarlo sentada sobre el marrón chocolate, observa que su glande lo corona un gran lunar. No es suficiente aún: le aparta al burro sus pezuñas, necesita aquel sexo sólo para ella, restregarlo de arriba abajo, asirlo por la raíz y masturbarle muchos centímetros más arriba el extremo superior del tronco. Utiliza su saliva como aceite; agarra con fuerza aquella maza y la menea de derecha a izquierda, golpeándose los senos, ofreciéndosela a su amo para que él también coma; el miembro es tan descomunal que lo hace sin problema alguno. Entre los dos comparten aquel plato tórrido, mezclando lenguas, labios, manos, fluidos… cuando la cabeza del pollón adquiere el tamaño de una pelota de tenis, dos de los negracos se aproximan y con una delicadeza impropia la ayudan a montarse sobre la deidad de ébano. Tiene el coño bien acuoso, aunque precisará algo más de tiempo si desea alcanzar la dilatación necesaria; lentamente, gracias al empuje del glande, lo consigue. Introducida la cabeza, el tronco resbala hacia el interior con mayor fluidez gracias a la crecida que riega la vagina de la chica. Angie expulsa un grito mezcla de ansia, euforia y erotismo. “One time, one place, erotic dreams. Set your sex on fire, then you will be free”. La verga va ganando terreno dentro de la cavidad, su culo asciende y desciende; cada vez más alto, cada vez más bajo. Tras un golpe seco la penetración es completa, hasta los huevos. Se queda allí caída, saboreando con su estómago la calidez de aquel barrote, saciada por fin. El negro suda. Ella le pasa las manos por su calva para arrebatarle el sudor y se las lame. Acto seguido procede con la misma maniobra sobre el cuello, los hombros, el pecho, la lengua; le coge la cara y lo besa. El movimiento del culo se vuelve más rítmico, más regular; le encanta sentir el golpe de los muslos del follador contra sus glúteos. Le arranca la camisa mientras se lo sigue tirando, se anuda la corbata en el vientre, araña su pecho varonil, se aferra a sus pectorales, mordisquea los pezones, baila sobre él, mastica sus lóbulos, ruge. Gira la cabeza para comprobar qué hacen los otros; siguen impertérritos, con sus pollas titánicas erguidas. Bajo una hay un charco de semen. Se le antoja abandonar por unos segundos el fornicio, echarse al suelo y lamer ese barrizal hasta secarlo. En su lugar les hace un gesto a los tres superhombres. Ahora sí tienen la venia; los necesita: con sus dos manos se abre el culo, invitándoles a penetrar aquel túnel. Uno tras otro lo harán; tiene el coño y el culo estirados todo lo que puede, quiere doble follada – “take another piece of meat”. Golpea sus labios con los dedos demandando carne para la boca, pero no la complacen, al menos con prontitud, prefieren hacer cola tras Angie, esperar el turno. El más musculoso de todos se afana en vano en metérsela por detrás, es tan rolliza que sólo le entra la punta; tras varios intentos infructuosos decide lanzar la leche desde fuera al agujero: parte cae en el interior, otra parte rebota en el borde del ano y comienza a chorrearle hasta que llega al coño y baja por la verga del zurdo que sigue follándoselo. Le toca al del tatuaje en el brazo: “Jimmy”; Angie lo lee mientras se la hinca de una tacada, embistiéndola sin miramiento alguno, abriéndole al máximo aquel agujero negro; ella goza y jadea con cada empuje, más aún cuando el de la verga oronda vuelve restablecido para compartir el culo ya relleno. Ahora lo consigue. Allí permanecen las dos piezas, ejerciendo presión; poco a poco, el espacio se torna más holgado, hasta que les es posible deslizarlas con soltura – ¡triple follada! Al cabo de unos minutos llega una nueva propuesta, la del portero, un mastodonte excitadísimo con otra auténtica monstercock, la más negra y larga de todas, para cubrirle la boca tal como desea la mujer. Cuatro pollas negras para Angie. Su sueño rescatado de las profundidades de sus fantasías, irreconocible por ella misma hasta este instante. Un enorme orgasmo le sobreviene a toda máquina al percibir los chorreones de semen dentro de su culo; infinitos, ardientes, la ahogan. Se revuelve a espasmos, disfruta como una perra, alejada completamente del invierno del exterior y todas sus historias de misterio. Tras vaciar los testículos, los dos animales sacan las carnosas pollas de su culo y se retiran. El portero está también a punto de ebullición: refriega la viga por toda la carita de su ninfa, por el cuello, deja que se la chupe hasta donde alcanza su garganta, le corre la pintura de los ojos y termina lanzando un caño de lava contra la pared más próxima; ella juega a comerle las pelotas mientras el gigante se limpia con su melena. La habitación luce desbordada de semen blanco de negros.



LAVA LAVA LAVA LAVA LAVA LAVA



El gran visir, que ha permanecido todo el tiempo abriéndole el coño con su polla de burro, será el último en explotar. Pero antes se la saca de encima, la echa sobre el marrón chocolate, le abre las piernas y le pasa la lengua desde el clítoris hasta el ano una y otra vez. Posee una lengua más gustosa incluso que su polla. Ella lo incorpora, se la coge y la mama; la lengua de aquella bestia tiene el tamaño del falo de una persona normal y corriente. Entonces se acercan dos, Jimmy y otro, y continúan con el culilunguis, le trabajan el clítoris, la carne de sus labios íntimos, la penetran doblemente con sus duras lenguas, la chupan, tragan jugo. La mujer es incapaz de controlarse, con los puños golpea los hombros y el pecho de sus negros. Está disfrutando con todos los caprichos desbocados que le conceden; ahora traen las bolas chinas: dos, grandes, moradas. Jimmy se las mete con pausa y firmeza; cada vez que entra una, la mujer redobla su placer. Con un dedo enormemente grueso las empuja hasta el fondo del coño; le aprieta los muslos y se los mueve para que las sienta mejor. Cuando están ambas perfectamente colocadas, tira de la guitita con parsimonia. Angie acaba perdiendo la noción del tiempo y el espacio. Y por fin, el recuerdo de Ermond. A la señal del jefe, todos los vasallos se sitúan en torno a la puta: los pechos cambian de mano con urgencia, sus manos de pollones, sus pezones de dientes, su boca de apéndices, su coño se corre como jamás lo había hecho antes y descubre que le vuelve a llover leche sin cesar no sabe de dónde. Le resulta difícil distinguir entre semen, sudor, saliva y fluidos internos. Cuando abre los ojos, presencia la eyaculación bestial del burro, inundándola por completo con su lefa expiatoria.

“Hey man, nice shot! What a good shot!”

Alguien llama a la puerta…]

Angie los deja retorciéndose en el éxtasis del escay. La imagen de lo sucedido en aquella sala comienza a desvanecerse tras su cuerpo desnudo mientras se acerca a abrir. Gira el pomo esperando el calor familiar en el pecho de alguien, su hermana tal vez, que la lleve de la mano por la reparadora nevisca hasta su casa, la bañe y deforme las nubes. Lo que encuentra es la respiración gélida de los desaparecidos. No hay música, ni haces de luz, ni sexo, ni corazones de azúcar. Reconoce aquella nueva superficie por sus rayones negros, aunque hoy irradia un brillo disímil al que retiene en su memoria, una opacidad causada por el río de velas amarillas y azabaches con forma de hombrecillos a ambos lados del corredor.



“¿Quién ha colgado estas cortinas enturbiadas sobre nuestros cuadros?”



Avanza, haciendo crujir bajo sus pies una alfombra de hojas secas; se arremolinan tras cada paso en torno a sus uñas descoloridas de tanto semen. Al final del corredor hay por fin un poco de luz, de primavera caduca. La envuelve al entrar en aquella estancia, donde escribieron juntos tantos proyectos de futuro camuflados en estrofas y guiones. El olor habitual está invisible, las sábanas insultadas por el desenlace, el vino evaporado y los libros con sus páginas amarillentas y sus letras caídas. Mira a su alrededor y contempla las paredes salpicadas de pintura naranja, y en la esquina derecha superior se halla él, finalizando su baile en el vacío, único en el momento, balanceo de lado a lado, cadencioso ritmo de un vals tras la cellisca, persiguiendo una nube que jamás volverá a recuperar su forma. Angie se acerca para abrazarle los pies desnudos como los suyos; cierra los ojos, los besa y los acompaña en sus últimos pasos, piruetas, giros. La brisa se detiene, la nube cristaliza. Cualquier muerte desvela los rasgos propios de la estupidez.



Claudia estudia junto a la barra una vez más el sms de Ermond:


“Es en nuestra casa del bosque, una explicación prematura. Sólo ella podría comprenderla. Necesito que la rescates y la hagas venir, para que me baje de su cielo inventado. Gracias Claudia.”


Mr. Barman: ¿Busca a Angie, no es así?

Claudia: ¿La ha visto? ¿Sabe dónde está?

Mr. Barman: ¡Ay mi querida Angustias! Esa chinita… Cuando aparece por estos lares, el humo cambia incluso de color; caldea de tal forma el ambiente que las bebidas hacen pppffffff nada más verla. Usted podrá pensar que es bueno para el negocio, pero ya le digo, el público se olvida hasta de consumir. Ella es…

Claudia, cogiéndolo del brazo: ¡Necesito encontrarla inmediatamente! Los porteros dicen que no ha salido y todos me mandan de un sitio para otro, parece que siempre llego tarde. ¿Tan grande es este local?

Mr. Barman: Tiene muchos recovecos… ¿ha buscado en las oficinas?

Claudia: Están cerradas, he llamado pero nadie me ha abierto.

Mr. Barman: Extraño…

Un tipo delgado y canoso, tocándose los huevos: Está en los lavabos de tíos, haciendo “horas extras”; vengo justo de allí.


Claudia deja a los dos sin tan siquiera despedirse y sale disparada hacia los retretes.


Mr. Barman al tipo con canas en los testículos: ¡No se pase! ¡Tenga algo de consideración, hombre!

El canoso derrumbado sobre la barra: ¡Qué coño de pajarita lleva! ¿No es un poco mayor para trabajar aquí, y con esa pinta además?

El Barman, convidándole a una mirada repleta de venillas rojas sobre unas cuencas que envejecen rápidamente hasta quedar vacías: Yo ya no trabajo.


Al entrar Claudia en los aseos, se tapa la boca por el incisivo olor a orina seca y entremezclada; con la otra mano va apartando la fauna en busca de los azulejos verde cristal del fondo. Hay muchísima luz, la música de afuera hace retumbar los muros. Avanza como puede, apartando cabeza, tronco y extremidades, entre espejos, lavabos, manchas y humedad; mirando a quién pisa y a quién no. La descubre finalmente donde termina el cuartucho, sentada sobre una superficie acuosa, las piernas anudadas frente a ella, con su espalda apoyada contra la pared como si fuera un churretón más y con su camiseta de lava y un único zapatito de tacón de buenas fiestas como escueto ropaje; el vestido lo perdió hace rato dándole un uso más higiénico.

Dos acólitos de lujo la escoltan: a la izquierda de su cabeza cuelga un urinario obstruido, rebosante; a la derecha, pegado a su hombro, babea un joven rubio con largas rastas; medio careto sonríe, el otro medio está rígido. En la mano tiene una bolsita con gominolas. La abre y le ofrece una a Claudia al ver que los mira. Angie remueve los ojos hasta hacerlos coincidir con los de su hermana mayor; la pintura de arlequín le alarga la figura. Media boca es negra, la otra media no tiene término:



- Yo sólo quería bailar…



Claudia la contempla serenamente, tragándose las frases que le urgen. Entonces, sin tan siquiera consolarla con un beso, se gira y sale del retrete.



“Ya habrá tiempo para las malas noticias”.






XIV- LA TERCERA MITAD



“¿No puede una reina ser insecto por un día, hacer oídos sordos a las peroratas de su honor, jugarse la ventura en un tugurio lleno de tatuajes mientras bebe a la salud de cualquier sapo, reír sin su máscara y escupirle a sus pies el semen que le sobre?”

“Eso, mi Angustias Erótica, es precisamente lo que llevas haciendo durante siglos... no eres nueva, aunque ahora quieras mostrarte ante todos como una joven larva. Tú eres un animal. Pero es otro asunto el que me contraría: ¿qué intentas? ¿Abstraerte de una vez por todas de mis acertados consejos?”

“Siempre sé que puedo recurrir a tu voz, pero… Lo que procuro es coser por fin las dos mitades de mi cuerpo de luna.”

“Nadie vuelve de la muerte, pequeña; nadie que haya escogido a propósito ahorcarse, colgar de esa manera tan ruin sus aptitudes de una viga.”

“¿Y si la viga no fuera capaz de soportar tanto lastre y quebrara?”

“Imposible. Sin un cuerpo que los aloje, los sentimientos son leves.”

“Así era su sonrisa. Y pienso recuperarla ahora.”

“No hagas locuras, ya te va sobrando la edad. Decidió concluir vuestra adicción sin consulta previa, no es digno ni de que tus ganas lo imaginen vivo, de vuelta y vacío. ¡Que se joda con los gusanos!”



Angie cierra los ojos y la voz enmudece. Rebobina los minutos de esa noche, se retira para acopiar su ropa extraviada por los cuartos, apaga las velas y se sitúa de nuevo frente a la puerta, vestida de reestreno con labios carmesíes. Tiene una cita con un viejo nómada, su Nureyev de los últimos compases de aquel vals en la cabaña. Desnudará el duelo sin más dilación para revivir sus caricias sublimes. Y descansar.

Abre y no vislumbra más que unos grumos de lodo en forma de huella junto al titubeo de sus pies. Bastan para seguir guareciendo la duda de lo absurdo. Tras coger algo de abrigo, se arroja escaleras abajo en pos de un sueño ilógico, su sueño de tantos difíciles amaneceres. Necesita expulsar los remordimientos del día a día, canjearlos aunque sea por un engaño efímero.


“Angie, ¿qué crees que estás haciendo? No se te ocurra dejarme ahora. Todo es una falacia, una quimera. Te vas a dar de bruces de nuevo con la cruda realidad.”

“Que sea el frío de la noche quien me lo diga, no tú, vieja bruja. ¡Cállate de una puta vez!”

“¡Es que he sido yo! ¡He sido yo! Lo he hecho a posta, para jugar un poco contigo, quería reconfortarte. ¡Vuelve aquí!”


Angie ya no la oye, ahora se fía más de sus ojos que de su conciencia.


El frío es excesivo a pesar de ser ya diciembre. No hay nadie paseando a esas horas de la madrugada, como si todos se hubieran retirado para no impedir el reencuentro. No lo ve, pero ella sabe que si es real, la esperará en el mismo espacio donde todo terminó.

Su Cayman, de un turbador y novedoso rojo escarlata, la anima a seguirle la pista: “Sea tan amable de subir, Señora, fuera está helando. Acabo de ver pasar a Ermond en un coche relucido por la bruma. Creo que se dirige a la cabaña del bosque. Pondré su música y la llevaré hasta él.”

Turbonegro: “Prince Of The Rodeo”. El Porsche arranca a la velocidad de la batería de la canción, un segundo antes de que Angie haga girar la llave.



“Sólo busco un beso en los hombros, su leve rictus…luz para estos pulmones ásperos.”



Las señales alzan los símbolos a su paso para despedirla de la urbe, y la electricidad de los discos le giña la suerte que le va a hacer falta, la de un aprendiz, a pesar de la edad, en asuntos del corazón. Alrededor de sus botas se agolpan toda clase de insectos con sus aguijones desfundados por si fuera necesaria la defensa. La lechuza del confín, posada sobre un cable que cruza el sendero, atisba los primeros copos de nieve que va desprendiendo de sus gomas el coche perseguido y da la orden a los insectos para que presionen el pie sobre el acelerador. Angie baja la ventanilla, busca sentir el hálito de la noche.


Los copos de nieve se enredan en su cabello y sus ojos comienzan a recuperar el brillo de antaño; no tiene más que mirar la calzada y sujetar con fuerza el volante. O ni tan siquiera eso.



“Hi-ridin’ daddy-o Prince of the rodeo. Spur-hump heyho let’s go Prince of the rodeo”



El Cayman ruge al aumentar la vivacidad; está a pocos metros de dar alcance a su presa, justo en la entrada del bosque, donde los arces se arremolinan formando un pórtico violento y mágico. Cuando eso ocurra, se zambullirá de vuelta en la ciénaga para dejarlos a solas con sus deberes inconclusos. Un acelerón más y lo habrá conseguido.



“Fornicator of the lasso, sperminator of the asshole, Prince of the rodeo”



Ya está. Ambos vehículos se baten llanta con llanta, cruzan de un salto el pórtico y se adentran en lo lúgubre despidiendo nieve y hojas húmedas. Angie osa por fin descubrir a su conductor rival y enfrentarse al epílogo que guardan todos los minutos de esa noche. Lo que aprecia le hiela la sangre: es él mutando en quien no fue hace mucho. Su rostro parece cubierto con una especie de gasa casi traslúcida que deja entrever una estirada piel de cera sin facciones. Esboza una infinita sonrisa al reconocerla. Está satisfecho: ha venido a por ella, y ella está ahí. No tiene ojos, sólo cuencas oscuras. Su copiloto es una anciana de escaso cabello amarillento, largo y lacio, piel cortada, al igual que su nariz, y encías libres. De sus lóbulos cuelgan dos grandes argollas de oro macizo que estiran sus orejas hasta rozar la clavícula; una herencia injusta tal vez. También sonríe. El interior del coche está inundado por una tétrica luz verdosa que procede de ellos mismos.



“Shoot the chute, pull the flute. I’m back in the saddle. The world’s most progressive cowboy. And don´t forget the clown!”



Los dos la observan, ya no conducen. Se agarran del cuello y se chupan torpemente: labios contra labios, lenguas bifurcadas, saliva que cae; la anciana sitúa una mano en la cueva de Ermond en busca de su criatura. En los asientos de atrás viajan sus eternas amigas: Lisa, Clara, Bertha, Lotte; exhiben sus mejores joyas sobre disfraces de abadesa, policía, colegiala y verdugo. Van comiendo merengue y melón que embadurnan con sus pinturas de bisturí. Nunca habían tenido tanto pecho. ¿De dónde vienen? ¿Dónde ha sido hoy la fiesta? ¿Quién ha sido la más puta? ¿Cómo han llegado al vehículo? Sus palmas echan humo cuando la vieja comienza a lamer el falo putrefacto del piloto, cayendo los dulces al piso del coche.

Todas se vuelven hacia la conductora del Cayman para ver su reacción y se ríen en su cara.



“I’m ridin’ high, i’m ridin’ low. Prince of the rodeo…of rock and roll!”



Los insectos descalzan a Angie y el rojo de las uñas se derrite pies abajo hasta manchar sus talones; ya no siente la presión del suelo ni la gravidez. Su cabello comienza a girar dentro de un vacio de silencio alrededor de su cabeza que intenta llenar con letreros luminosos en busca del sentido de su huida hacia la nada.



Pablo Nieve Sudor Semen Vino Cine Clases Dios Conciencia Madre Culpa Música Ermond Ermond Ermond Ermond Ermond Ermond.



En esa rotación de múltiples ejes, a la cabeza le siguen los brazos, las piernas, el estómago… Se eleva, vuela, gravita y baila. Con las carcajadas se libera de todos sus remordimientos sin necesidad de arrepentirse. Alguien abre la puerta del vehículo a más de 250 km/h y la saca por los hombros. El Cayman rojo vuelve apresuradamente a su ciénaga antes de que le pidan explicaciones; tras él todos los invitados. El bosque queda por un instante en completo silencio, hasta que aparece el búho y da la señal.


De entre los sotos a ambos lados de la carretera salen unos enanos rubios vistiendo smoking negro o amarillo para recoger su cuerpo ahora inerme pero tan dulce como el día aquel de su juventud en el que todo comenzó a ir en declive. Lo llevan en volandas hasta un claro del bosque. Allí, el que parece ser el superior, un bebé lechoso, la divide en tres mitades con una tiza de mercurio antes de posarla en la urna de hielo, sobre una roca granítica que siempre estuvo al aguardo desde que su madre la pariera con desgana. Al cerrar el bebé de golpe la cápsula, se cuaja con un jadeo la luna que los contempla y, tras un aplauso al unísono de todos los enanos, quiebran ambas y los trocitos de luna se desprenden del limbo. Un diminuto ser culón y barbudo coloca junto a lo que queda de Angie el bolso que había extraviado. Está revuelto, en la mano blande lo que buscaba. Lo muestra a sus congéneres que lo vitorean y aplauden; se dispone a introducírselo a la mujer. Angie abre los ojos; grita al sentir la penetración y escupe toda su bilis. El búho grazna al aire fétido de la noche y asusta a las criaturas que se arrojan a los arbustos, corriendo con torpeza para librarse de ser engullidos. Se escabullen, todo vuelve a la normalidad…



Hasta el amanecer.



- Jefe, hemos encontrado la tercera parte un poco más arriba, tras los robles, pero las otras dos mitades se nos resisten.

- No te preocupes, chico. Supongo que debieron caer con mucho ímpetu; el cielo estaba despejado, no había estrellas que fueran amortiguando su caída. Descansa un poco, ya aparecerán. ¿Quieres? Las ha preparado mi Cloti.

- ¡Croquetas caseras! Me encantan. Voy a coger una.

- ¡Coge, coge!

- ¡Uuuuummm! Gracias, jefe. Están riquísimas, como a mí me gustan: ni muy duras, ni demasiado blandas, con un buen relleno y alargaditas. ¡Y todavía están calientes!

- Se mantienen bien en este plástico. ¡Come todas las que quieras! Mi mujer siempre hace demasiadas.

- ¡Gracias!... ¿Y ahora?

- Pues ahora… a esperar. ¿Te has traído algo para leer? Me da a mí que este eclipse no va a ser de los cortos.

- Jefe, ¿lo ha olvidado? Ya no hay suficiente luz para letra tan pequeña.

- Pues entonces sigue comiendo, y si no te apetece más, échaselo a los pájaros.

- ¿A los pájaros?

- A los pájaros, ellos siempre vuelven.

Siempre.

viernes, 9 de abril de 2010

Capítulo XII: "Deberíamos"

Muchas veces reconocemos el pellejo real de las cosas y sus consecuencias, sabemos cómo actuar, qué es lo correcto y lo conveniente...pero nos mantenemos en una vía paralela. Deberíamos hacer tantas cosas de este u otro modo, adopatar tales decisiones...y aún así, dejamos que se escape la oportunidad de acertar porque...lo indeciso batalla contra el aburrimiento. "¿Qué aguardará tras esa esquina del destino a tibia luz?

Angie no es  muy distinta...

Espero que disfrutéis del antepenúltimo capítulo del libro, y como siempre, os recuerdo el enlace para la descarga gratuita e inmediata de este.

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Un beso a todos.




XII - DEBERIAMOS




“¡Hay tanta gente en el anfiteatro! Demasiados besos de cortesía, saludos convenidos, humo de malas hierbas, envidias y mentes en babia. Actúo como de costumbre, pero…no consigo verlo.”



Debería pensar en otras cosas…

“La sala es la que él propuso, la que ofrece una simbiosis perfecta con el impresionismo imaginario del film. Los colores se cruzan entre el irascible rojo ‘pasión recién desgarrada’ de la moqueta y paredes, y el intenso negro ‘pozo sin fondo’ de las butacas y cortinas que esconden la pantalla grande. Así la soñamos. Sobre el gris suave del techo desfilan imágenes de un faro con muros anómalos, camas de hospital vacías y dos manos gigantescas cubriendo una frente anciana, llena de nubes. Nubes, ¡qué paradójico! La película es la ilusión de Ermond; yo siempre he creído en ella, pero no encontrará una respuesta inmediata entre la gente…la abulia es el aplauso más ingrato para un artista. Lo conozco de sobra y sé cómo le puede afectar la ausencia de llamadas reconociendo su aptitud, la falta de nuevos planes de trabajo. ¿Es acaso justo que me preocupe aún por él? Me acaba de dejar de la manera más inicua posible, muy a su estilo, con tintes novelescos, amparándose en las gratas memorias. Mamón.”


Debería estar sentado a mi lado…

“¿Dónde están todos? Claudia, Lisa, Clara, Lucio, Charlotte… ¿Y él? No lo veo por ninguna parte. En la primera fila sólo quedan vacías nuestras butacas y la proyección comenzará en breve. Si pregunto por él… ¿me dirían que se ha retirado a meditar, a discutir con la marea, a buscar inspiración? ¿La que yo le proporcionaba es ahora nieve derretida, agua tibia goteando por su nuca? No sé, quizás debería creer que se encuentra confundido por el ritmo veloz de los últimos acontecimientos. Querido Ermond, calzaste mis pies diminutos con las zapatillas que sólo tú podías recuperar de mi memoria y patinaste tus dedos por mi puente de bailarina fracasada. Apareciste con la fuerza de un ciclón, sin pedir permiso para enamorarme, disfrutando con ello. Ahora te marchas con el pretexto de mi divinidad inabarcable, justo lo que te enamoró de mí. ¡Ahí estás! ¡Has llegado por fin! Tardíamente, como siempre. Dios mío, aún puedo percibir el olor de tu piel en el poso de mi ceguera, tus caricias mudas, mi sonrisa en tus recitaciones. No me hagas esto, sujeta a esta nube, recoge la hoja perdida, apaga la cellisca con tu enérgico hálito; llévame de vuelta a casa y mata la marea, necesito absorber tu respiración de ojos tristes hasta que te olvide.”



Debería actuar con dignidad…

“Debería acercarme a él, saludarlo educadamente, mostrarle que mi dignidad ha sobrevivido a su poesía insana, apartarle de las chicas que lo aturden con sus perfumes de estreno y sus pechos hambrientos de la tinta de su lengua. ¡Mírame a mí! Llevo aquel vestido de gasas naranja y los tacones infinitos que me hiciste probar desnuda por todo el dormitorio. Hoy es ese día que tanto imaginamos entre risas y promesas de ser especiales, y carreras contra el reloj, y pausas entre los jadeos. ¡Crúzame en tu pupila aunque sea tan sólo por un segundo! Casi me estoy arrastrando por ti. ¿No te das cuenta? ¿Cómo puedes permitírtelo? Me descubriste a mí misma como mujer íntegra, yo te ayudé a explorar tu universo retenido en islas desusadas; pero no somos sólo socios, nuestro proyecto trasciende más allá de esta pretenciosidad que nos envuelve, de estos tabiques, incluso más allá de nosotros mismos. ¡Mírame, hijo de puta, te estoy hablando! Deja de sonreírlas, amansa tu merecido ‘yo’ y ven conmigo, vamos a sentarnos juntos aunque no nos encontremos.”



Debería echarle algo al estómago…

No consigo entender cómo es capaz de pasear tan risueño entre los asistentes a su cena de graduación, esta misma noche, copa en mano, recibiendo los elogios, relamiendo su éxito, justo, pero que en parte me pertenece a mí tanto como a él. ¡Qué generoso con las demás! Les susurra al oído quién sabe qué propuestas inmortales, les acaricia los pómulos con sus labios en retirada, coge sus brazos mientras pretende convencerlas entre sonrisas de su propio esplendor. Y ellas le siguen, al igual que todos; no hay mesa ajena a la siembra de las semillas de su embrujo. ¿Y yo? Abandonada: un breve ‘¡hola Tita!’ sin disculpas, un ademán de arrumaco, un dátil en mi boca antes del secuestro. A la izquierda sigue su asiento vacío y frente a mí, un plato sin estrenar; por la garganta no me pasa nada sólido, ni un mísero cacahuete, sólo la tersura densa del rioja. ¿Cuántos yakitoris lleva él? Al menos seis. ¿Y canapés de salmón? Le he contado hasta cinco, junto a los daditos de pavo, las piruletas de cuatro quesos y las alcachofas con beicon y gambas. Sin embargo, mis brochetitas de fruta y huevos de codorniz siguen buscando apetito que las quiera. ¡Qué mala suerte! Han ido a parar a unos colmillos escasos de calcio… desde esta tarde. Inauguremos la segunda botella de Graciano, toda para mí. A beber y a seguir con el culo pegado al asiento. ¡Ay Claudia, como en aquella ocasión! ¿Por qué no estás aquí para traerme las copas? Soy incapaz de levantarme, enfilar la salida; debería comer algo, no puedo caer desmayada y perderme parte de su show. ¿Será esta noche la última vez que lo vea? Mañana cada uno por su lado, como si todo lo que hubiéramos vivido se pudiera disculpar con un par de folios. Ahora está metiéndole con mimo una oliva a una morenaza jaquetona en su boca. ¡Mira ella, cierra los ojos y le chupa el pulgar! Estará imaginándose relamiendo la verga de mi virtuoso en algún hotelucho reservado a los artistas bohemios sin un duro en el bolsillo, en una suite repleta de espejos. ¡Mierda! ¡Se le ha caído la aceituna por el escote! ¡La tía, cómo hincha las tetas para que sienta que tiene el pasaje expedito hacia sus ubres! Y allá se dirige él; sigue igual, tan gentil como siempre, sin inmutar su sonrisa mientras va derribando con su indolencia barrera tras barrera, hasta tenerla en sus brazos, penetrada, distinguiéndola con amor eterno. ¿Por dónde andan mis amigas? La mesa estaba reservada para todas nosotras. Tras un par de entrantes, no han tardado ni diez minutos en capturar a los posibles suministradores de esta noche; se desperdigaron al ritmo de la orquestita de jazz, entre las luces rubias y azules del techo. Allí veo a Bertha, enseñando su tatuaje de la nuca al gigante encargado del auxilio del recinto; pensará que todo debe guardar una simetría lógica. Clara, con gesto de interesarse por el coloquio del cineasta enano, feo y orejudo con pinta de castigador, no le quita el ojo a los labios de su tetuda hija. Lisa, como de costumbre, prefiere la barra, allí se deja lamer por unos y otros; le divierte escuchar las loas y los juramentos que le hacen mientras rozan sus pieles. Intentan mostrarse tal que caballeros, después se irá a follar con el más guarro. ¿Y Doris? ¿Qué le habrá parecido nuestro regalo? Si estuviera en este momento aquí, acompañándome… seguro que me ayudaría a verlo todo bajo otra luz. O quizás la mejor opción pasaría por estar juntas en el Tannhäuser. Lo recuerdo tan gratamente… ¿Dónde se ha metido ahora mi chico? Hace rato que no lo veo; tampoco a la jaquetona. Maldita sea…”



Deberíamos volver…

Lisa: ¡Oye, Angustita! Tienes mala cara, estás sudando. ¿Te ocurre algo? ¿Cuántas copas te has bebido?

Angie: Demasiadas pocas aún. ¡Que te jodan! Estoy harta de tu suerte, de tus facilidades…

Lisa: ¡Eh, eh! ¡Para el carro! ¿Facilidades, yo, para qué? ¡Angie, que me conoces de sobra!

Angie: Por eso mismo. ¡Que te jodan y luego te vuelvan a joder! ¡No, mejor aún! ¡Que te jodan a la vez varias veces! ¿Es así cómo lo prefieres?

Lisa: Santa Madonna, pequeña; estás fatal. Por cierto, me ha parecido ver a Ermond acompañando a una tía súper pija al servicio y han entra… ¡Espera, ya entiendo! ¡Coño! ¡Qué putada, qué mamón! ¿Voy y lo saco de allí… o le meto este vaso por el culo, primero a uno y después a la otra?

Angie: Déjalo, no merece la pena. Sólo me estoy dando un homenaje de despedida mientras me hago cargo del asunto. Pero mañana habrá un nuevo comienzo, volveré a ser la Angie de antes, se acabó la tregua y el pacifismo. ¡Os vais a enterar! ¡JA! ¡Angie’s back!

Lisa: Si, back, totalmente back, pero larguémonos de aquí, será lo mejor para las dos. Lucio hace ya una hora que se marchó para abrir la disco, y hoy pincha Alex, “tu” Alex, el de los huevos del móvil, ¿te acuerdas? Seguro que se alegrará de verte tras tanto tiempo.

Angie: ¿Y Ermond? ¿Debería dejarlo aquí solo?

Lisa: Deberías, deberíamos… aquí, la única persona que se encuentra sola eres tú, mi cielo. Vamos, te sentará bien volver.

Angie: Te quiero Lisa, gracias. No conozco a ninguna otra persona con la que me lleve mejor. Dame un beso, anda…

Lisa: ¿Con lengua? Como quieras…Uuuummmm. ¿Qué tal?

Angie: ¡Uuuff! ¿Y si nos hacemos lesbianas y nos compramos un par de consoladores?

Lisa: No hace falta, nos podemos comer todo lo que queramos sin tener que descartar. Usar y tirar, babe. No dejes nada dentro que te pueda partir el corazón más tarde. Ponte guapa, nos vamos.

Angie: Debería saber interpretar su última mirada...

jueves, 25 de marzo de 2010

ANGIE'S LAVA: Capítulo XI

Las prisas a veces ocasionan...¡un cambio improvisado de planes! ¡Súbanse a este ascensor y descubran cómo se consiguen los sobresueldos en los hoteles! Ahora que llega época de vacaciones...

Siguiente capítulo de "Angie's Lava", número once de catorce.

Y para los que no quieren esperar, el e-book se puede descargar gratis bajo el enlace:

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¡Feliz diversión!



XI- VEINTIUNA Y BAJANDO… ¿O MEJOR SUBIENDO?



No sabía el por qué del caso, pero siempre andaba con prisas de acá para allá, mimando los segundos de cada minuto como si fueran pepitas de oro.

Hoy no es distinto: la première de “Hulelm” tiene lugar en menos de una hora y allí se encuentra Claudia aún, al otro extremo de la ciudad, en todo lo alto de un hotel futurista, frente a un descenso de veintiuna plantas. Evita llamar a su hermana para no distraerla de lo más importante esa fría noche de viernes: su celebración, el momento que las dos han estado esperando con los nervios propios de niños ante la noche de Reyes; sólo por compartir ese sueño merecía la pena el viaje desde Oulu. Bueno, por esa causa, por comprobar qué es aquello tan extraordinario en el cineasta que consigue arrancar ese brillo agudo a los inquietos ojos fraternales y, sería de justicia reconocerlo, por cambiarle la temperatura a su chomino, algo escarchado últimamente a causa de los fríos nórdicos.



“A ver: gorro, botas, bufanda, guantes, cazadora, libido... ¡Sí! ¡Allá vamos!”



Las puertas del ascensor se cierran, Claudia contempla a las escasas personas que junto a su exquisita figura ocupan el espacio reservado para al menos veinte: un botones con atuendo del siglo pasado y un ciego con gafas negrísimas, bastón y extraordinaria nariz.



“Un bastón…la nata...”



Breve alto en la planta 17; se les une una camarera de habitación con pinta de estar a punto de jubilar las bolsas bajo los ojos, más grandes aún que las alforjas a cada lado de sus caderas. Se coloca junto al ciego, los dos miran el panel luminoso restándole como pueden números según van bajando.

El chico botones lleva el pelo rubio recogido en una diminuta cola, la chaquetilla roja abierta, la camisa casi blanca a medio abrochar y una exuberante llave colgada del cuello. Claudia se queda con este detalle, intentando descubrir el uso de aquella pieza metálica: ¿Abriría la puerta de un garaje donde trabajaba en sus ratos libres? ¿Un baúl con sus cosas más íntimas como revistas, películas y juguetes eróticos que enseñaría por las noches a sus valientes amiguitas? ¿O es una especie de llave maestra que le permite penetrar cada marco del hotel en caso de que requieran sus servicios de “mula de carga” desde alguna habitación apremiada por una urgencia incontenible? Su cuerpo es fornido, se lo imagina machacándose en el gimnasio para luego poder machacarse a gusto un sobresueldo.



“¿Cuánto llevo en el bolso?”



A pesar de una cierta apariencia infantil, su áspero vello facial mal rasurado y una marca en un pómulo le confirman que aquel chavalote se entretiene ya desde hace tiempo con menesteres para adultos. Descubre que se la está comiendo con la mirada, a la vez que le sonríe como muestra de su capacidad para leer las cavilaciones femíneas y lo que viene detrás. Claudia pierde el duelo; cierra los ojos, algo incómoda por la sensación de haber sido sorprendida, y al volver a abrirlos se le escapan hacia la prominente entrepierna del muchacho. Entonces, sus pupilas mudan de plato de postre a fuente para dulces al fijarse que el joven tiene la portañuela abierta y algo carnoso le asoma. Los ojos de ella vuelan a los verdes de él, los agarra y los arrastra hasta el lugar de los hechos, como queriéndole avisar del desliz; cuando llegan, descubre que el orificio ha sido obstruido por uno de sus puños: lo tiene dentro del pantalón, como sus caricias. Planta 13. El ciego carraspea, su bastón parece engordar mientras machaca el suelo con una melodía ridícula a la escucha de sus compañeros de tránsito; la ama de llaves se rasca una teta, gorda pero desinflada, cada vez que el número d’étage le guiña. Cuando el chico saca la mano pegajosa de su uniforme, deja dentro un gran miembro que se extiende hasta una de sus caderas y lanza una sonrisa al aire para quien la quiera recoger. Claudia la observa, la sigue y la hace suya, guardándola en sus entrañas. A continuación, da un saltito para colocarse en el fondo del habitáculo junto al botones, hombro con hombro.



- ¿Tienes hora, muchacho? Estos Lotus atrasan una barbaridad…




El mozo contesta con su blanca dentadura, le coge una mano y le da algo. Claudia abre la palma impaciente por conocer el origen de ese cosquilleo tan sutil; al ver de qué se trata, la mueca que retenía en el vientre se esparce por todo su interior erotizándole hasta el iris.



“Se me ocurren miles de ideas que podría hacer con una pastilla de jabón de hotel resbaladiza.”



- ¿Qué quieres que haga con esto?- Le susurra Claudia al oído.

- Me sobra la mujerona. Cuando lleguemos a la planta 9 paro el ascensor y abro la puerta. Tú lanza la pastilla, a ver si la tía sale a buscarla; total, es su trabajo, lo hará por costumbre. Cerramos rápidamente y seguimos sin ella. Después lo atranco haciendo girar esta llave dentro de esa cerradura; nadie podrá volver a ponerlo en marcha mientras la mantenga ahí. ¿Y para el ciego, qué inventamos?



“Dos mejor que uno, para casi todo.” – Le solía decir su madre cada vez que regresaba de retirar los huevos de las gallinas.



- No sé, creo que dependerá de ti, de tu…- El botones no le deja terminar la frase; coge la delgada mano de la invitada y la posa en su cadera con la idea de que sienta el calor de su apreciado cipote que anda por ahí abajo.



Claudia no se resiste; permanece junto a aquel manubrio, recorriéndolo sin prisa alguna, a la vez que el chico entretiene sus manos quitándole al invierno lo que allí le sobra, para más tarde disfrutar con la embestida de los pezones, erectos como cuernos de toro, a través del suave gris semitransparente del sujetador; se moja con saliva las yemas de sus dedos que han de resbalar sobre esos pequeños montículos. Tras varios minutos repite el ejercicio ahora directamente sobre la carne rosada, acercando su aliento juvenil a las mejillas de la mujer jadeante.



- ¿Sabes qué es lo que más aprecian ellas? Mi modo de comerles el clítoris. Quítame la llave del cuello, voy a detener este trasto para que me des tu opinión. Aunque primero hay que deshacerse de la camarera, la conozco de sobra, a ella y a su coño, y tiene uno de los que quitan el apetito por su olor a pescado podrido en los cubos de basura.



El ascensor llega a la planta 9, el mozo lo para con un golpe seco al botón oportuno y se abre la puerta. Claudia lanza la pastilla algo derretida por el sudor de sus manos y, en efecto, la tetuda sale a buscarla; se agacha, presentándole al viajero invidente todo un redondísimo universo de placer mundano. Al incorporarse se encuentra con el carretón siguiendo su trayecto hasta el hall del hotel, y ella fuera de la obra teatral.

Un par de plantas más abajo el muchacho introduce la llave en el hueco destinado a las emergencias, realiza el giro obligatorio y frena el descenso.

Piso 6. La tersa boca de él le está besando sus carnosos labios inferiores, saliva entre flujos, lengua contra clítoris. Claudia le agarra por el cuello con el propósito de indicarle cómo le gusta; sus gemidos son diminutos para que el hombre del bastón no se percate de lo que está teniendo lugar ahí mismo. De un golpe arranca la gomilla que mantenía la cola rubia medio ordenada: el ímpetu del bárbaro crece irreversiblemente.



“No te preocupes, Angustias. El proceso de descongelación de mi chomino durará tan sólo varios minutos más. Pronto estaré allí con vosotros y vuestra película.”



Imposible. Comiéndole el coño de esa manera…la lengua finge tener vida propia: recorre incesantemente todos los rincones eróticos de su vulva e incluso inventa algunos nuevos para esa noche; lo único que ansía su dueña es saciar el apetito que lleva un rato abierto y creciendo.

Crecida, majestuosa, es la verga que tiene frente a su vagina; le cabe tatuado el nombre completo del “chico para todo”: Mauricio Rodrigálvarez Ardochinea, “el empotrador”.

Con el glande le abre los labios, se lo refriega desde el ano hasta el clítoris, haciéndola creer que va a meterle aquel fantástico pollón en cualquier momento por cualquier orificio. En su lugar, tras varios minutos provocándola, se retira unos centímetros y la arrodilla frente a su artilugio de cavar agujeros.



- ¿Quieres leer de cerca lo que pone sobre ella? – Le pasa el nabo de ojo a ojo, acariciándole con él la nariz.



Claudia acaba de adoptar la decisión de que ya verá la película de su hermana cuando salga en DVD; el plato elaborado de restaurante pijo tras el estreno lo piensa cambiar ipso facto por algo más prosaico: carne cruda, hirviente, con nata batida. Abre la boca, la cena comienza.

El ciego se ha girado. Se encuentra de espaldas a la puerta del ascensor, sin bastón, ya que necesita las dos manos para avanzar, revoloteándolas en el aire como si pretendiera mullir un colchón de pieles. Con sus mocasines tan poco idóneos para esa época del año, pisa sin pretenderlo las braguitas de mujer recién estrenadas. Su propietaria sigue de rodillas, tragándose aquel refrigerio, sintiendo golpear el glande del joven contra sus carrillos mientras enjuaga todo el tronco con la lengua. Se saca la polla, la mira de forma reverencial, la besa y se la vuelve a comer tras lamerle los huevos, introducírselos en la boca y golpearlos con la lengua, cada vez más gustosamente. El “sin vista” llega junto a Claudia y comienza a olisquearla por todas partes: cuello, boca, pelo, axila, vientre, ingles. Al cabo de un rato siente unos dedos sin ojos sobre su coño abierto.



“Siempre dos mejor que una, mi chiquita, no lo olvides, tómate cada vez que te sea posible un par de ellas.”



Sin privarse de lamer la verga tatuada, baja la portañuela que aún corretea exenta por el habitáculo y tras mucho rebuscar se topa con un apéndice pequeño y mustio; no se extraña que ante esa visión borrosa lo mejor sea cerrar los ojos para siempre, así se sufre menos.



“Pero en determinadas circunstancias resulta más práctico conformarse con una que sirva por dos, o tres.”



Con un cierto afecto por los más “desprovistos”, Claudia la vuelve a colocar donde le corresponde, entre algodones. Desea pasar al siguiente plato.



- Chico, asáltame, empótrame contra la pared; después de tantos meses en el destierro necesito sentir un buen agarre de mi patria.

- Como quieras, pequeña.- El botones la eleva sujetándola bajo los muslos, la abre y la embiste con su enorme pene follador; el dolor de su espalda tras el choque contra la pared libera más fluido íntimo. Ella se ata con las piernas a su culo, se agarra primero a sus brazos y luego a sus hombros con el fin de guardar el equilibrio en las alturas, donde él la tiene ensartada. Otro embate con ímpetu: sus hombros crujen, la pared gruñe, el coño se vuelve a humedecer. El ciego, mientras tanto, se ha situado tras el hombre¸ le ha bajado los pantalones y los calzones hasta los tobillos, ha introducido un brazo entre sus piernas musculosas y le agarra el pollón para masturbarlo mientras se la



folla. Ya que está ahí, aprovecha a mordisquearle los glúteos y a besar el ano del “empotrador”. Claudia se excita aún más al contemplar aquella escena, comenzando su cabeza a flotar entre la ingravidez del tiempo y el brillo del espacio. Va alejándose progresivamente del recinto según la golpea contra la pared…8, 9, 10, 11,12…los huevos bailan siguiendo el ritmo de las embestidas…13, 14, 15, 16, 17,…cuatro manos sobre sus pechos, dos lenguas de pezón a pezón, anudándose; el caudal del río crece y se aproxima a su desembocadura…18, 19, 20, 21,…se detiene un instante antes de que se desborde dentro de ella para saborear el momento. El chico le hunde los dedos en los redondos muslos, echa la cabeza hacia atrás y le empapa el interior a base de chorreones cálidos: el proceso de descongelación ha llegado a su fin.



“Una vez descongelado, debe ser consumido con cierta frecuencia.”



Claudia cree ver banderitas de Oulu saludando la llegada del tren cargado con una exuberante corrida. Al alcanzar el apeadero donde se encuentra la mujer junto a una maleta llena de mudas del alma, suelta un bufido que recorre todo el hueco del ascensor hasta la sala de seguridad del hotel: “¡Cómo lo necesitaba!”



“Ya hemos llegado, señorita. ¿Ha disfrutado de un buen viaje? No olvide tomar fotos para el recuerdo. Gracias.”



“Nunca llevo la cámara conmigo si tomo el tren que no es el mío, pero le agradezco su dedicación, ha sido todo un placer de principio a fin. De nada.”



Mauricio se quita del hombro un largo pelo negro de mujer, lo contempla mientras lo hace bailar en el aire sujeto entre su índice y el dedo corazón, lo suelta plácidamente y golpea con el puño de la misma mano tres veces la última puerta del pasillo de la planta 21, la roja. Tras unos segundos, un guardia de seguridad saca su cabezota calva y le sonríe.



- Aquí tienes, los 600 pavos. ¡Eres un hacha! Yo pensé que la tía no se iba a dejar, parecía tan… ¡tan pija!

- Tú no la has olido de cerca. ¿Y los otros 400?

- ¡Eh! ¡Tranquilo, campeón! Para eso tendrás que esperar a que el Señor E compruebe lo grabado y dé su visto bueno, aunque creo que no habrá ningún problema, sobre todo quería que la entretuvieras lo suficiente. Pásate al medio día y te cuento. ¡Animo chaval! Por cierto, ¿por qué no sales esta noche y te fundes un poco de parné? Te lo mereces. Ya hablamos mañana, ¿vale? Tengo también un nuevo cliente que se ha fijado en la tetuda de culo prieto de la 421. Me preguntó si se podría organizar el jaleo en el vestuario de tíos, ante sus socios y la ayudante, una tal… (el calvo escudriña su agendita gris)…se llama… a ver… sí, Rebekka.

- ¿Para qué esperar a mañana? Dame ahora mismo una foto de ellas y la llave de la piscina.



Mauricio la sustituye por la que llevaba colgada al cuello, le quita al guardia de su mano el escanciador y bebe de un jugo blancuzco; tras apurarlo, posa el recipiente sobre unos vídeos y sale de la sala tarareando un tema de Patricia Barber, “Snow”, en busca de un taparrabos que le quede bien. Hoy toca jornada intensiva, como de costumbre.

Mientras Claudia, de vuelta en su suite, toma un baño relajante, su móvil no deja de sonar sobre la alfombra. Un número no registrado insiste en convertirla a pesar de las llamadas perdidas en el eje central de esa noche.

sábado, 6 de marzo de 2010

ANGIE'S LAVA: Capítulos IX y X

¡Un saludo!

Queridos lectores...¿no hay demasida humedad últimamente? Otro fin de semana de lluvia y mal tiempo. Ideal para acompañarlo con música adecuada, un buen vino y quizás algo de lectura. Aquí va mi modesta aportación.

Nos encaminamos al desenlace (doble) final de "Angie's Lava". Nuestra protagonista está a punto de descubrir que su mundo afectivo y sexual, junto a Ermond, es algo "prestado", "dibujado" por una mente tortuosa. Y tendrá que hacer grandes esfuerzos por no darse de bruces con la fría realidad...o por no hacer algo que más tarde lamente de forma agria.

Os invito a los siguientes capítulos, "¿Te has fijado alguna vez en las formas de las nubes?" y "50". Este último es...digamos que se me fue un poco la mano.

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Un saludo y un beso a todos.



IX- ¿TE HAS FIJADO ALGUNA VEZ EN LAS FORMAS DE LAS NUBES?



“¿Te has fijado alguna vez en las nubes de un día embravecido? ¿Cuántas cabrían en un puño hueco? Si me tumbara sobre un prado de hierba virgen con los ojos listos para apagar el poniente y extendiera los brazos hasta su distancia, al abrir las manos atraparía la más etérea de todas. Te atraparía a ti.

Tú, jugueteando entre mis dedos, te escapas como denso vaho que eres por el resquicio que dejan índices y pulgares de vuelta imantada hacia tu propio cosmos, inverosímil, con distintas formas inciertas, para siempre.

Tú, nube libre desde las primeras luces, me imaginé capaz de solidificarte a través de mi genio desbocado. Y en cierto modo lo conseguí, encerrándote bajo las líneas de mi fábula y otorgándole forma a tu infinidad con parcas letras e imágenes ilusorias. ¿Y si siguiéramos unidos? “No fun for me, no room for you”, demasiado pobre para tu ligereza. ¿Tengo derecho a impedir con la excusa de mis charlas, bromas y visitas efímeras aquel libre baile junto al caprichoso soplar del viento? Te dejo revolotear, mudar los rasgos; no para que otros te atrapen y te desgasten, sino para que la imagen que viertes no quede sujeta a mis locuras, aún por encima de tus deseos, a pesar de que no lo compartas. Las nubes de la cellisca no conocen un segundo igual a otro; si mi retina se distrae te pierde, y ha de aprender a conformarse con la vieja silueta de la hoja caída tras el vidrio de una habitación mal caldeada.

¿Podrías de alguna manera conservar entre tus brisas mi afecto huidizo?

Por si no volviera más de mi pulso con Apeliotes. Te avisarán desde tu sangre.

Te quise.

Ermond”



Sobre el lavabo, allí encuentra por fin su móvil, abierto (él lo habría estado usando antes de marcharse) como las letras de esa carta; cerca de todo aquello reposa la flor recluida dentro del jarrito de cristal de Murano; esta semana una Fresia tropical roja: la compró a su gusto, con su olor. Se había ido sin tan siquiera hacer la cama tras la siesta, por si necesitaba lanzar los reproches a alguna huella suya, o por si le urgía abrazarlo una última vez. Todo un detalle por su parte.


“¿Desde cuándo lo sabía? ¿Por qué no me lo dejó sospechar con algún gesto premonitorio? ¿Por qué precisamente en aquel momento? ¿Tenía que hacerlo de esa manera, a su estilo, hoy, nunca, con sus palabras mágicas?”


Angie coge la flor, la arroja al cubito de basura y sale del baño, del pasillo, de la casa, de su vida.





X- 50


La mesa lleva toda la tarde lista en espera de los invitados; un lienzo beige con encajes cubre los dos tablones de roble, y sobre él, seis platos sin ornamentar, cubertería exquisita traída de Inglaterra y tazas de té bávaras. En el centro se halla el gran budín de trufas y limonchelo hecho por ella misma, una de sus típicas recetas misteriosas. La circunstancia lo merece: hoy viernes cumple Doris 50.

La ha movido de su sitio habitual durante los almuerzos, colocándola próxima a las claraboyas del salón; así tendrán más luz y un mayor espacio para jugar al póker sobre la alfombra marroquí, obsequio de su ex-amante moro. Pone un cd de Coltrane, “Ballads”, y se sienta en su silla de enea preferida. Faltan once minutos para las nueve.

Quince minutos más tarde suena el timbre. Son ellas.



- ¿Fräulein Schülz?



No. La muchacha pelirroja de ojos verdes, sereno busto, falda azul turquesa y zapatos negros de tacón alto no pertenece a su círculo, no trae invitación. Es bastante más joven que ella misma y por ende que Clara, Bertha y las demás. Le está regalando una sonrisa de “saludos y vaya preparándose” que la intriga.



- Soy yo, ¿y usted…?

- Me llamo Addie. Es todo lo que debe saber sobre mí por ahora. Seré su guía durante toda la noche. Sus amigas han elegido el paquete “bola cristalina”, uuumm...una decisión muy acertada, es el más sugestivo de todos los que ofrecemos, creo que no le defraudará. Pero vayamos ya sin más tardanza a por su gran regalo; por favor, coja lo imprescindible y acompáñeme, nos está esperando en la calle un flamante Jaguar XJ.

- ¿Un Jaguar dice? Un segundo tan sólo; en breve estoy con usted, Addie.

- Tutéeme. Será lo más conveniente.



Doris se retira para cambiarse la braguita de a diario por una más sexi, naranja y rosa. De vuelta de su dormitorio y antes de dejar el domicilio, se lleva con el índice un poco de chocolate de su pastel y lo chupa, por si acaso…

Una vez en el coche, negro como el hollín, detenido frente a la puerta de su vivienda, la invade un repentino desengaño al no encontrar en los asientos traseros ningún cicerone de sonrisa cautivadora y rizos hipnóticos aguardándola, algo así como el Bent-Anat de su último viaje a Egipto; Addie es quien conduce. Imaginó mientras descendía las escaleras hasta el zaguán, que el tránsito arcano lo podría realizar atareada.


“Bueno, ya veremos... Además, estoy algo nerviosa ante lo que se les haya podido ocurrir al grupito este de cabras locas. Mejor que todo se limite a unas buenas risas y punto. Con eso ya me daría por satisfecha, sería un cumpleaños inolvidable.”


A esa hora, la gente parece no temer al frío: ocupan las aceras en idas y venidas hacia el lugar privado de cada uno. Todo se confunde: jolgorio, llantos, silencios; ilusiones, locuras y desesperación. Los comercios echan los candados y los bares ofrecen un taburete para las confidencias más íntimas, libres de purga. Doris los mira por la ventanilla del Jaguar, asociando aquel crepúsculo de invierno seco a la similar luz de Triberg, su pueblecillo natal, con ese sabor amargo tan característico de las ofensas que quedan pendientes en la garganta tras una huida inevitable.



“Nuestras lápidas escuchan los gritos, mas no dejan pasar las voces.”



La majestuosidad de los edificios va disminuyendo, el resplandor de los luminosos se extingue… hasta que la vegetación envuelta en vieja nieve espesa los bordes de la calzada. El coche abandona poco a poco la ciudad y Doris, sus deseos de mantenerse a salvo en lo juicioso.



- Ya casi hemos llegado, Doris. En unos metros aparece un desvío a la derecha que se cuela de lleno en el bosque; está al final de ese sendero.



Así es. El camino entre arces de Amur desemboca en una planicie de gravilla cubierta por innumerables hojas huérfanas que tejen un alfombrado natural y níveo; al otro extremo de la llanura se alza un jactancioso bloque de cemento negro con forma de cubo. Unas intensas letras rojas sobre el exterior dan nombre a aquel recinto: TANNHÄUSER. Las piernas de la “h” se extienden hasta unirse al suelo formando el marco de la entrada, en custodia de una cortina gorda de cuero también negro. Frente a ella se encuentran las dos mujeres, una rubia y la otra pelirroja, una con ojos tristes y la otra verdes, una con pecho voluminoso esclavo de la edad y la otra con el volumen necesario para atraer a los hombres menos estrictos, una con las caderas amplias y la otra con las suyas encorsetadas en una falda lasciva, una preparada para irrumpir en los cincuenta y la otra para echar de menos la treintena.



- Un momento. Antes de que se disponga a entrar debo mostrarle una grabación. Es una especie de parabién y ¿advertencia? Júzguelo usted misma:



La pantalla de una Blackberry reproduce el mensaje audiovisual; Lisa, Bertha, Angie y Clara, con una cerveza en la mano y varias más en el cuerpo, brindan, se apoyan entre sí y le dedican al unísono un…



“¡Muchas felicidades, vieja!”



Acto seguido se van disputando el primer plano de la cámara para enviarle los mejores deseos.



Clara: ¡No te preocupes por los números redondos, eres excelente y la que está más buena de todas nosotras!

Berta: Pásatelo de miedo, Doris; ya nos contarás… ¡y cómete todo lo que se te ponga por delante! Uuuuummmm… ¡que se me abre el apetito!

Lisa: ¡Sí, eso! Pero nos tienes que traer alguna prueba de las locuras que hagas. Si no, no las creeremos. ¡Aprovéchate! El día es único. ¡Medio siglo! ¡Y con ese porte! Un beso en todo tu chocho, linda.

Angie: A ver si te gusta la sorpresa, mi amor. Y no te enfades porque no hayamos podido asistir a tu fiesta de cumpleaños, sabemos que lo habías preparado todo con tanto afán...la mala suerte ha hecho que coincidiera con el estreno de nuestra última película, y si no íbamos a estar todas…mejor te enfrentabas tú solita al Tannhäuser. Dicen que el ambiente es tremendo. ¡Ánimo, entra! Es nuestro regalo con todo el cariño del mundo.

Lisa: ¡Y recuerda, tráenos pruebas!
Todas juntas: Uno, dos, tres. ¡YA! ¡Doris, no te comas la fruta sin antes pelarla!-risas.

Berta: ¡Un besito! Te queremos.

Fin.



Addie esconde el móvil en su abrigo, carraspea y retira el lienzo de cuero, invitándola a que pase y pruebe la impaciente negrura de las fauces del cubo. Doris la mira, echa un vistazo al vaho que desprende el coche y el paladar se le llena con aquel sabor agrio de los almuerzos en la cantina de la escuela primaria de Triberg.



-No se preocupe. Somos una empresa seria. Tan sólo es espectáculo. ¡Vívalo! ¡Forme parte de él!



Doris recela, piensa que es mejor opción volver a casa. Se lo agradecería a las chicas y ya está. El rioja y los cigarrillos de Hassan Rachid podrían ser una buena alternativa a tanto previsible desmadre. Pero el regusto de su pastel no parece entenderlo del mismo modo.


El regusto de su pastel: ¿Qué haces dudando aún? Has comido un poco de mi trufa antes de salir, recuérdalo. Con eso tienes suficiente para disponer el estómago y tomar todo lo que te apetezca esta noche, sin remordimientos. No harás daño a nadie, más bien lo contrario.


Doris le da las gracias por todo a aquella joven tan amable que sigue sosteniendo la cortina negra, y se arroja a la garganta del lobo. Sola.



Un pasillo iluminado a duras penas por una hilera de diminutas bombillas blancas a ambos lados del suelo ejerce de unión entre el claro del bosque y la oscuridad de la sala al final de ese tubo. Hay música; según van avanzando a tientas sus botas grises bajo la larga falda beige, esta se hace más presente. El bajo y la batería golpean su estómago. Cuando llega al fondo del pasadizo una voz distorsionada le da la bienvenida a través de un artefacto situado junto a la compuerta, que se abre de súbito, ascendiendo la maciza lámina metálica hacia el techo, y el cuerpo airoso de Doris se ve bañado por un juego de destellos rojos, verdes y azules que se escapan de la sala. La música rock atruena.

Doris entra contemplando a las cuatro chicas sudorosas sobre el stage: saltan, chocan sus guitarras, besan el suelo y giran sin sentido alguno. El volumen es demasiado alto para el número tan escaso de asistentes al concierto. Se hallan situados en los incómodos banquitos alrededor de las mesitas hexagonales; algunos beben, la mayoría fornican.

Intenta asimilar la naturaleza de las heavys, pero las pastosas melenas rojas y verdes, encubridoras de la cara y el cuerpo, se lo impiden.

Tumbada sobre la mesa más cercana, una joven, desnuda de cintura para abajo, abre sus piernas hacia el infinito y chilla de gusto mientras un sujeto atlético la agarra por los pies metiéndole una serie de viajes a un ritmo inverosímil; su escroto golpea el ano femenino siguiendo la maza del bombo y a tenor de las manchas presentes en la camisetita de lentejuelas de la chica, esta lleva ya un buen rato participando con sumo interés en ese recital. Detrás del tipo se ha formado una cola de antifaces y máscaras. Al borde del escenario, dos jóvenes observan la actuación, fumando, sin apenas inmutarse por la paja en paralelo que les está haciendo una muchacha de amplios hombros, pelo rapado al uno, tatuaje en la nuca y multitud de arandelas en sus orejas. Detrás de una fuentecilla, a la izquierda del tugurio, una tetona brinca sobre el nabo erecto de su amante mientras este, sentado en uno de los banquitos, le coge las ubres desde atrás, retorciéndole los pezones. Y junto al bar alguien disfrazada de monja está en cuclillas, con el hábito remangado, dándole la opción a un supuesto obispo de comerle el culo y el coño desde el suelo; varios tíos de distintas edades y estaturas esperan sobre un vecino canapé marrón a que la religiosa les lama sus deslices.

Doris no es una persona que se inmute fácilmente. Sigue allí de pie, junto a la puerta, memorizando todo lo que pasa ante sus ojos. Cuando residía en Berlín ya había estado un par de veces en un sitio similar que regentaba un primo segundo suyo o algo así, si bien este parece bastante más pérfido.



- Señorita Schülz, su Gimlet.



“Gimlet, mi cóctel preferido: vodka y jugo de lima, con mucho hielo; las chicas habían hecho un buen trabajo, mejor aún si ese camarero entraba también dentro del lote: alto, clavícula dominante, piel morena, rasgos faciales marcados y pelo rubio ligeramente confuso; los dientes resplandecen blanquísimos en la penumbra del local.”



- Gracias, póngamelo en esa mesa sobre la que no folla nadie, voy a ver un poco más del concierto. ¿Cómo se llama el grupo?

- Monster, en honor a L7, todas mujeres. ¿Las conoce?

- No, pero me gusta el rock, soy alemana, ¿sabe?

- ¡Ahá! ¿Le importa que me siente un momento a su lado?

- ¡Claro que no! Pero primero dígame cómo se llama, y sírvase usted mismo una copa.

- Mi nombre es Derrick.



El camarero se sitúa junto a ella sin nada que beber; sería una pérdida de tiempo. Le coge una mano y se la besa con suavidad mientras Doris parece seguir con disimulo los saltos eléctricos del grupo ruidoso de chicas, aunque por dentro la libídine comienza a verter carbón a sus hornos.


Los besos trepan por el brazo hasta llegar a la nuca, que Doris ladea ligeramente para darle más terreno a las caricias. Los labios resbalan a lo largo del cuello, rozando su piel, y se detienen finalmente junto a la oreja.


Derrick, en susurros: Las mujeres que vienen a este local no tienen ni la mitad de clase ni atractivo que usted, Doris, y sin embargo todas quieren lo mismo. ¿Se imagina qué? Un recuerdo, un pedazo de mí.


Tiene los ojos entrecerrados, aspirando por ellos el humo herbáceo de la sala, y los labios medio abiertos para ver entrar en su boca la poderosa lengua del conquistador. El chico la libera de la cazadora de piel y de los botones centrales de su blusa, e introduce en ella su mano derecha; con sus cuatro dedos juntos baja el tirante de la camisetita, besándola con ímpetu, y le agarra un pecho, presionando con la palma de la mano el pezón. Doris se deja llevar, la seduce su sorpresa de cumpleaños.



Derrick al oído: Esto es sólo un pequeño aperitivo extra por mi parte; usted me gusta. No se trata del regalo de sus amigas. Es… tremendamente sensual, irradia una feminidad irresistible. Déjeme que le muestre…


Le agarra una mano a Doris y la conduce hasta su bragueta con el propósito de que ella misma se la baje, muy lentamente, logrando que el morbo engorde a una velocidad vertiginosa. Una vez hecho, se sigue valiendo de la mano de la mujer, introducida en el pantalón, para acariciarse la polla, dura como una pértiga de metal. Con cierto apuro consigue extraer del bóxer negro el cipote enhiesto ante los ojos de Doris de tal manera que pueda masajearlo a su capricho. Ella mira lo que tiene entre sus dedos y sonríe en aceptación de la forma y magnitud; la complace lo que ve, sus caldos empiezan a fluir. Derrick le indica cómo le gusta: sin prisas, entera, haciendo breves paradas.



Doris: Quiero comértela. Déjame que te la mame.

Derrick: Eso viene después. Recuerde, este no es su regalo, es un extra que yo le ofrezco, pero debe quedar entre nosotros. Siga masturbándome y mire al grupo de música, disimule; no se preocupe por los que están a nuestro alrededor. Aquí observarse es lo normal… Continúe, eso es, no se detenga ahora, más enérgicamente, sí, así, con brío… un poco más, siga. Cuando yo la avise pare de golpe; la leche saltará y será toda suya, caliente y jugosa, entonces podrá tragársela si le apetece.



Ella se lanza sobre él para besarle los labios con ansia, introduciendo sus dedos en el cabello rubio, apretando sus grandes tetas contra el pecho masculino, acariciándose ella misma el clítoris mientras el pollón crece aún más, arde y le derrama inesperadamente el semen en su mano. Alguien que andaba por allí, una pelirroja, se arrodilla y se introduce la verga en la boca para rebañarla. Es Addie.

La excitación fruto del bautismo lechoso por parte de aquel camarero le hace comprender a Doris que ahora sí está dispuesta a montarse en aquel extraño tiovivo y a olvidar el nombre de la estación donde debería apearse.



Addie: Esto no entraba en el lote, no pasará a la factura; a veces surgen imprevistos. Hay que limpiar todas las pruebas, ayúdeme – e invita a la alemana a comer de su plato; chupan entre las dos, succionando la leche sobrante hasta vaciar completamente los testículos de Derrick. Addie tiene la boca llena de jugo, coge por la nuca a su pupila y la besa para pasarle parte del semen. Las dos tragan. – Muy bien. Sígame, vamos con la siguiente fase. Pero póngase antes este antifaz.

Doris: Necesito una buena polla, de inmediato.

Addie: ¿Sólo una? ¡Cómo se nota que nunca ha estado en el Tannhäuser!



La anfitriona conduce a Doris por un pequeño acceso a la derecha de la barra; otro pasillo, este carente de focos, que desemboca en un cuartucho casi a oscuras. En la pared de enfrente tres cortinas de terciopelo azul dan a su vez paso a otras tres salas. La música proveniente de cada una de ellas forma un collage hipnótico que rebota en aquellos muros irregulares con manchas de humedad.



Addie: Lo lamento, pero usted no puede elegir; tiene el paquete estrella, “bola cristalina”; es una opción cerrada.

Doris: ¿Cuál me corresponde? Sobre esa puerta pone “Santa Iglesia”, quisiera ver qué hay detrás. Comprobar qué se oculta tras cada cortina y después quedarme con la mejor opción. ¿”Animalia”? ¿”Cielo Abierto”?

Addie: La suya es “Cielo Abierto”, pero seré condescendiente y le permitiré asomarse a cada salita unos segundos, ¿ok?

Doris: Gracias.



Se dirige en primer lugar a “Santa Iglesia”, echa a un lado la capa de terciopelo y calibra la vista para acomodarla a la luminosidad turbia del pequeño habitáculo. Una docena de apóstoles, de ambos sexos, vestidos con túnicas, se manosean en torno a un Cristo en su Cruz. Suena un canto hebreo de fondo. Una mujer y un hombre le están secando el sudor del vientre, de los costados, de los testículos; lo lamen.


Tras retirar el cortinaje de “Animalia” reconoce de inmediato el tema “Pigs” de Pink Floyd, uno de sus grupos preferidos. Este cuarto es más amplio y las luces blancas de la esquina lo iluminan todo. Puede ver a un tipo disfrazado de perro, a otro de asno y a un tercero de oveja. El asno está montando por detrás a una muchacha con trencitas bruñidas que gime con la cara llena de limo mientras Perro y Oveja orinan sobre sus tetazas rosadas y en su boca.



Addie: Venga, acompáñeme. Turno para ingresar en el “Cielo”, estoy segura de que va a enloquecer. No existe ningún cliente que haya salido decepcionado de la experiencia.



La chica aparta el tapiz, saca una diminuta llave de su puño y abre la exigua división que da acceso a una celda teñida de un blanco estéril. Revoloteando en el aire un ligero hilo musical, una canción de Sinatra.

Hasta que tras un chispeo todo queda a oscuras salvo por una pequeña luz parpadeante en la esquina más alejada del huésped. Silencio abrupto. Doris da unos pasos dubitativos hacia el fondo del cuarto, desde allí cree percibir movimientos a su alrededor, halos que la rozan, un eco bien reconocible de los solitarios veranos en el caserío de sus padres, una cacofonía de otra época y lugar. ¿O no?


Vuelve la voz metálica: Buenas noches, Doris, y bienvenida al show, un show que jamás olvidará. Por favor, desnúdese. ¡Ah! Felicidades. Queremos que disfrute de su regalo de aniversario: 50 años, 50 besos de madera.

Otro chasquido, la voz huye y la bombilla deja de parpadear. Oscuridad angustiosa. Dos manos anónimas agarran los hombros de Doris para conducirla a la postura conveniente: alguien sentado en lo que aparenta ser un pequeño trono le va a dar unos azotes en su amplio culo por las veces que se ha portado mal, 50 tortas, 25 en cada nalga, una por cada año. El castigador coloca a la enmascarada en sus muslos y comienza con la punición, golpes secos y violentos. Ella aprieta los dientes hasta que unas manos surgidas de la misma penumbra sustituyen su antifaz por un pañuelo azul, le taponan los oídos y le abren la boca para introducir en ella algo carnoso, gigantesco, un pene inhumano. Doris fue siempre una joven aventurera, se equivocó en multitud de ocasiones a lo largo de su vida, pero en otras, en las más importantes, resurgió victoriosa, así que no se amedranta, chupa y pasa la lengua alrededor de ese sexo febril que le estira sus labios hasta desfigurarlos; traga con parsimonia, desea llevar a su víscera aquel miembro para que se encuentre la nueva crema con la trufa de su pastel. Ensimismada en la tarea, no capta el tufo que va devorando la habitual distancia entre las frescas mañanas estivales en el monte y la sequedad de los cerrojos de su actual historia. No puede usar las manos porque alguien se las oprime contra la espalda. Los azotes siguen, las lágrimas le corren por la mejilla y su sexo babea descontroladamente. Es una mujer fuerte y necesita de fuertes mundos
para alcanzar el clímax; la organización parece saberlo. Cuando el castigo llega a su fin, siente cómo el enorme pene que le ocupa toda la boca se endurece hasta lo imposible y comienza a dar latigazos chorreantes de líquido espeso y pegajoso a través de su garganta, con un sabor que ella conoce pero de gusto distinto, raro, y que disfruta. La secreción es interminable y el suelo bajo sus rodillas se ve lleno del semen que cae de su paladar y de su lengua; aquel animal aún sigue eyaculando. Doris estalla tras oír varios relinchos de placer frente a su rostro, como en el establo de su juventud.

La depositan sudorosa en la superficie, con el cabello lóbrego y los ojos extendidos hacia los huesos. Allí permanece inmóvil unos minutos, persiguiendo a su aliento. Tras llenar los pulmones de aire irrespirable, se medio incorpora, se descubre los ojos y jadea.

Fin del primer acto.



La luz vuelve súbitamente; Doris ve que la tapicería ha mutado al negro hollín que la paseó por las calles hasta ese bosque y esa mazmorra irresistible. Un pasillo con celdas acristaladas surca el perímetro superior, cinco en cada hilera, veinte en total, cada una la ocupa un enmascarado. Ella ya no lleva la suya. Se pone en pie para rastrear lo que viene ahora, sonríe. Todos los voluntarios lucen desnudos y la variedad fálica es impresionante, aunque parece que en la selección han exigido un mínimo de contorno y magnitud muy acorde a su apetencia. Algunas pollas se encuentran ya rígidas, otras cuelgan gordas y venosas, dos o tres están siendo masturbadas por sus dueños. En el centro del cuarto sigue la silla de su esbirro; al verla le sorprende
gratamente el escozor en sus nalgas y vuelve a erotizarse, máxime al descubrir que en el asiento hay clavado un gran pene de silicona listo para penetrar a quien ose sentarse en aquel trono.



La voz metálica: Querida Doris, déjeme felicitarla, ha estado soberbia. Ya se verá en la cinta, pero tenemos que continuar sin más demora. Sobre usted se encuentran veinte individuos, buenos ejemplares: puede elegir a los diez que más le gusten, en dos tandas de cinco. Lo que haga con cada uno de ellos dependerá totalmente de la fuerza de su imaginación, ella marcará el límite. Por favor, diga cuáles son los primeros.



Mira hacia lo alto y no se lo piensa mucho: dos grandes nabos ya duros, dos a medio empalmar y el de alguien que reconoce del espectáculo heavy: la cantante de melena colorista, por poner una presunta nota femenina en el fornicio.

Las cámaras seleccionadas descienden hasta el suelo, abren sus puertas y expulsan a los mártires. Doris se dirige en primer lugar al músico travesti. Huele su nuca, las gotas de sudor, se las lame y le mordisquea el lóbulo izquierdo mientras masturba aquella polla andrógina a dos manos; el incremento de la calidez y la dureza del gran tronco avivan la excitación en su vientre alemán.

Suelta una mano del pene para sobarle las generosas tetas postizas; se rozan los pezones, estrujan los pechos mama contra mama, le mete el dedo corazón por el culo sin parar de masturbarlo y le realiza una urgente déVora a su gruesa lengua como la que hace bien poco le ejecutó a aquel animal. Al cabo de un rato lo engancha por el manubrio y lo conduce hasta el trono, atrapa la polla de plástico cosida a su base y posa al chico-chica sobre ella. El travesti se retuerce de placer, arrojando a la sala múltiples grititos; su leño erecto es enorme: si se encorvara un poco, podría incluso mamárselo. Tiene un glande fastuoso que a cualquier guarra le gustaría apretarlo con sus dientes; la única en aquella habitación es Doris, aunque esta cede esa oportunidad al más esquelético y blancuzco de los elegidos, quien con su careta lila no se lo piensa mucho e inicia su festín. El resto de comensales hallan el camino libre hacia la boca del príncipe en su trono. La vedette escupe risillas inquietas como cuando de niño situaba las chucherías con forma de corazón sobre la mesa del escritorio de su abuelo y se las zampaba sin tomar aire. Ahora lo que se traga a ese ritmo son los espumosos lechazos de los folladores, uno tras otro, chorreándole la comisura y la barbilla de baba y semen.

La mujer está hambrienta; retira al aprendiz canijo, que sigue chupando del cipote, porque le toca y quiere metérselo por el ano: se lo introduce con parsimonia hasta el fondo apoyándose en los muslos del travesti, sentada sobre él, dándole la espalda. Este percibe cómo los huevos se le hinchan al sentir el doble gozo de dar y recibir a la misma vez por el culo. Doris bota, gime y pide a los demás que se acerquen con la idea de saciar el apetito lascivo fruto de esa noche desmesurada.

Tiene cuatro hermosas vergas penetrándole la boca alternativamente, al unísono, compenetrándose a la perfección para ocupar hasta el último centímetro con carne recién traída del matadero. Está disfrutando como jamás imaginó, como en sus sueños inconfesados: sumergida entre interminables pollas anónimas, violada. La sacerdotisa se echa un poco hacía atrás y les muestra un gigantesco clítoris que presiona con la yema del dedo índice. El tipo de la careta blanca no duda ni un instante y se la mete por el coño; ya está recibiendo por los dos agujeros. Tras él, el de la máscara marrón, el de la roja, el de la lila… todos se follan sin piedad a la alemana, con fuerza. Intercambian coño y boca, saliva y flujo vaginal, le azotan las mejillas con esas varas de castigo, se las refriegan por los hombros, vuelta a la cara, de nuevo al coño, sobre el cuello, se las envuelven con su media melena rubia del norte. Y la rockera tío busca el fondo de su culo cada vez con más ahínco. A Doris se le mancha la cara de churretes negros al derretírsele el escaso maquillaje que aún le quedaba.



- ¡Correos en mis tetas, y después quiero que me las lavéis con una buena meada! ¡Vamos!



La teutona acaricia sus gordos senos, los toquetea, expone las amplias mamas a los tapados que lamen con la punta de la lengua esos pezones redondos como canicas; dos lenguas para cada uno. El hombre del antifaz marrón coloca la polla entre las ubres de Doris y esta la encierra con su tersa carne para hacerle una cubana; el éxtasis de fuertes mundos que tan bien parece conocer la organización le sobreviene de golpe al percibir los cálidos chorros de orina de aquel tipo contra su cuello y sus labios – Doris abre la boca - seguidos de abundante leche. Mientras tanto, el chico del antifaz lila eyacula sobre sus ojos, en el cabello, y el joven de la máscara roja limpia todo con más lluvia dorada. Su culo, finalmente, prueba la flama del travesti que ya no aguantó más cuando el sexo de la última careta le abrasó la garganta con chorreones de semen. Doris se la saca de atrás, se gira, abre los labios de sus genitales y mea sobre la polla que le ha estado follando el culo para enjuagarle los restos.

Fin del segundo acto.



- Nos tiene verdaderamente sorprendidos, Fräulein Schülz. ¿Se dedica usted profesionalmente al “tema”? Por aquí viene mucha gente, de toda clase de pelaje, y pocas personas muestran tanto… ¿saber hacer?, ¿prodigio? Bien, recuerde, le queda aún una última oportunidad de llevar a la práctica alguna otra fantasía.

- Necesito un vaso, quiero exprimir cinco pollones y después beberme su leche.



La puerta se abre y aparece Addie con un escanciador.



- Aquí tiene, Doris. ¿En serio quiere continuar?

-¿Quieres tú acompañarme? Entre las dos tardaríamos menos.

- Lo siento, aquí no se me permite socorrer a los clientes. Esto no es el bar, zona VIP, ya sabe…Pero lo está haciendo muy bien. Es la habitación más solicitada en la sala de monitores.

- Tengo una sed tremenda.



Doris se fija en los testículos más gordos para llevar a cabo el número final. Ahora es ella quien entra en las cabinas. Al primero masturba con gran ímpetu y recoge su jugo en el vaso. Al segundo, mientras le empalma la polla gruesa, bruta y pesada con un movimiento suave pero certero de muñeca, le lame las pelotas; las hace rebotar contra su lengua, las humedece; le gustaría tragárselas. El primer viaje de semen lo pierde, pero el resto lo consigue capturar en el escanciador. Las vergas del tercero y el cuarto son de largo recorrido, por el tamaño y por lo que tarda en ponerlas a punto; le da igual, de ese modo tiene para distraerse con sus miembros, uno en cada mano, como a ella le gusta, en cuclillas: el pelo de su coño gotea sobre el suelo. Son auténticos pollones los que poseen esos dos tipos con su rostro a medio cubrir por una media de mujer. Intentan meterle mano a su vulva, comerle el clítoris, pero Doris sólo se deja sobar las tetas; sigue afanada en empalmar a esos burros. Casi lo consigue: eyaculan sin llegar al punto de máxima rigidez eréctil. Cuando terminan de correrse, les chupa el capullo hasta rebañar la última gota.

El quinto afortunado tiene unos huevos de toro que la mujer hace balancear a modo de campanas, los frota, golpea sus mejillas con aquellas bolas de billar; se coloca frente a él, le agarra el escroto y se lo pasa por los labios carnosos de su sexo, lo refriega contra su clítoris en repetidas ocasiones hasta alcanzar de nuevo el clímax esa noche. A continuación le coge la polla, se la introduce en la boca todo lo que puede, haciendo un enorme esfuerzo por alcanzar con sus labios el vientre bajo del individuo; la saliva chorrea a la vez por el nabo y de la boca de la alemana. Doris comienza a lagrimear debido al esfuerzo y a la falta de aire. Tras recibir algo de semen en su campanilla acerca el vaso ya medio lleno, ordeña la verga final mientras pasa la lengua a lo largo de su tronco venoso; cuenta hasta doce expulsiones de semen. Cuando termina de recoger toda la crema se queda observando la cantidad amasada: el recipiente está casi completo. Baja muy seria al suelo de la habitación, se sienta sobre el trono que aún sigue en el centro metiéndose el consolador por la vagina enrojecida y saluda con un brindis a donde supone que hay una cámara filmando.



- Feliz cumpleaños y suerte con el estreno, chicas. Gracias. Va por vosotras – y se bebe todo el contenido de un sorbo.



No sabe si por el agotamiento, el exceso de adrenalina o el desgaste, los brazos se transforman en extremidades demasiado molestas, las ideas se le ralentizan en su cerebro y la débil voz de su infancia le alcanza desde otras latitudes a pesar de tenerla enfrente.
“De mayor quiero ser veterinaria, como tú. ¡Ya he aprendido mucho ayudándote! ¿A que sí, mamá? ¿Puedo acompañarte otra vez hoy? Por favor…”



- Addie: Aquí tiene su premio, el anillo del Tannhäuser; un souvenir de su paso por este cubo mágico. Es de piel, del sexo del inagotable Derrick. Si la medida que nos indicaron sus amigas se ajusta a la realidad, le debe ir perfectamente a su meñique de la mano izquierda. Muchas gracias y prósperos próximos 50 años, Doris. Estaremos aguardándola…

- El regusto de su pastel: Tres chicos han preguntado por ti, la del 2º A; dicen venir con un pañuelo naranja.

- ¿Está él allí, sentado, esperando?

- El pastel: Sigue allí, como siempre, desde el primer día.

- Pues que pasen.

Doris sonríe antes de caer sobre el piso, volcando el trono de la reina. Su trono de la cálida noche invernal de su 50 aniversario.