martes, 27 de abril de 2010

"ANGIE'S LAVA": El final

Llegó la hora. Los dos capítulos que cierran el libro y conducen a la protagonista hacia un final de aquelarre.
Gracias por seguir este blog, la historia y...pronto más.

Un saludo y besos.

Descarga gratis del e-book:

http://www.bubok.com/libros/14039/quotAngies-Lavaquot


XIII- UN LUGAR REPLETO DE GOLOSINAS


Hacía muchísimos meses que el envite contenido del silencio no campaba a sus anchas por aquella tapicería de piel angosta; lo había subyugado hasta el punto de olvidar su presencia incierta en otras épocas con taciturnos compañeros de viaje. Primero eligió la soledad y luego la sustituyó por él cuando se vio en condiciones de admitir un futuro sin tapujos. Hablamos de la música, su Porsche y Ermond.

Con la cabeza apoyada sobre el cristal de la ventanilla del copiloto, resistiendo el peso de las párpados, malgasta la mirada a través del espejo formado por la suma de diminutas gotas adheridas a él, como aquel día en la cabaña del bosque - ¿Dónde te encuentras? No quiero saberlo - y recuerda en ese instante que las ganas de oír música reaparecieron tras decidir no ver a Pablo, su ex marido, nunca más. ¿Existe alguna similitud con su nuevo estado catatónico? Quiere pensar que no; no soportaría el hecho de tener que enfrentarse con ese reflujo, no piensa dejarse doblegar. Ella nunca se rinde.

Angie permanece inmóvil todo el recorrido, observando sin apenas aliento la lluvia y la nevisca aliviadas por las luces de neón y los haces procedentes de las abstractas farolas, embebida en sus divagaciones; demacrado el maquillaje, con el pelo erizado descubriéndole a sus ojos las parejas que van y vienen atadas por la cintura sin sospechar que el lazo está a punto de romper. Lisa aparta ocasionalmente la mirada de la carretera con la intención de comprobar que su mejor amiga aún no se ha roto por completo, y tras confirmarlo, agarra con mayor fuerza la piel del volante, como si fuera su salvavidas, o como si encerrara bajo el cuero las explicaciones a las preguntas incómodas de la noche. Mientras conduce, no deja de tapar y destapar sus largas piernas cubiertas por la amplitud de un vestido sinuoso, de acariciarse la nuca… Angie, a su lado, parece hipnotizada por la estrechez del Cayman rojo y los diminutos murmullos que allí se forman; la música los había cubierto durante meses, pero siempre estuvieron al acecho. De entre todos, el que más retumba en su tímpano en ese viaje de doble sentido es el chapoteo bilabial del sexo de la inseparable Lisa, órgano que insiste en conversar con ella mientras prosigue salivando.


El coño de Lisa: ¡Pequeñita mía, no estés tan afligida! Esfuérzate en girar tu corazón para que no pueda mirarte a los ojos, eso te ayudará. Sé bien de lo que me hablo.


A Angie no le apetece seguirle el cuento a un chocho parlante, por mucha experiencia que pueda tener en esas lides. Sigue estática, descargada sobre la puerta, envidiando la inocencia de aquella lluvia.


El coño de Lisa: ¡Anda, no te martirices más! ¡No es error tuyo! Son ellos, siempre son ellos. Una vez que se acomodan al entorno, por muy agradable y sublime que les parezca al principio... terminan hastiados. “¡Vamos a por nuevos jardines faltos de vid! ¿Habrá que entretenerse?” Da igual cómo irrumpan en nuestros orificios, los propósitos que traigan, las palabras que surjan de sus fantasías. Siempre son ellos: insulsos jardineros. ¡Pero es que los pobretones no lo pueden remediar! Nacieron así, de un Dios receloso de las frutas de su propio oasis, un pedazo de maricón en toda regla. Por pura envidia nos hace sangrar cada mes, pero ¿sabes una cosa? Yo paso de todo lo suyo, tiro de la guita y me encajo lo que me viene en gana cuando me apetece. Así que, querida Angustias, dale un giro a tu corazón, que se olvide de tus dioses y clave sus ojos sólo en tu libídine. Sepáralo de tu sexo.


Como Angie no pretende hacer vibrar sus cuerdas vocales (demasiado tiene con retener el flujo etílico que lleva un rato serpenteando del estómago a su garganta, y viceversa), es su coño quien le responde.


El coño de Angie: ¡Qué me dices! ¿Separar? No resulta fácil cuando se ha entendido que lo más hermoso surge de unir placer y alma. No hay poder que lo supere, ni tan siquiera el de la ruptura. Yo soy Angie: nadie camina, ni sonríe, ni atrae como yo. Aprendí a reconocer mi fuerza a base de fracasos. No pretendo cambiar ahora, más bien recuperarme de mi encierro falaz. Soy Angie, no hay nadie como yo.

El coño de Lisa: No hay nadie como tú.

El coño de Angie: Nadie. Y así me ha querido, con todo su ímpetu, lo sé. Me enamoró por su ingenio, su sensibilidad, utilizó su inmensa inventiva y cambió hasta mi pasado, ha sido mi generador de ilusiones. No ha habido nadie como nosotros, ¿no lo puedes admitir?

El coño de Lisa: Te piensas única, ¿eh? Nenita, muchas hemos desfilado por la misma senda, incluso más veces de las recomendables. Y aquí estamos, sentadas al fuego en la mecedora, haciendo punto, sin preguntar ni por el nombre ni por cuánto tiempo piensa quedarse.

El tubo de escape: ¡Hola chicas! ¿De qué habláis?

El coño de Angie: ¿Y este quién es?

El coño de Lisa: ¿Este? Un plasta que lleva todo el rato a ver qué pilla. Le da igual un roto que un descosido. No se cansa de esperar; una mosca cojonera.

El tubo de escape: ¡Uff, vaya par de chochetes! ¡Qué matojos! Si os ponéis un poco de vodka caramelizado en los labios os lo bebo.

El coño de Lisa: Ni lo sueñes, estás muy recalentado para nosotras, se te bajarían pronto los humos.

El tubo de escape: ¿Estáis seguras? ¿Y un trozo de piña? No habéis visto aún mi catalizador, ni sus dos grandes convertidores. Sabe adaptarse perfectamente a cualquier mecanismo. O a varios a la vez.

El coño de Angie: A mí me está fallando el compresor, cielo. Búscate a otra con un tanque para todos los públicos.

El tubo de escape: Mi humo es muy, muy negro, guapa. Te vendría que ni pintado para reavivar las bujías y tu corazón mohoso.

El coño de Angie: Acabo de separarlo de su surtidor, no le ha dado aún tiempo de crear moho.

El coño de Lisa: ¡Anda! ¿Por qué no olvidas a mi amiga, lameculos?

El coño de Angie: ¡No, no, déjame a mí! – lo coge con ambas manos, sopla dentro de él hasta hacerle soltar cientos de confetis, le mete la lengua y escupe: ahora te vas a tomar por el culo de una puta vez.

Angie: ¿Dónde está mi hermana? Quiero que llegue antes de que sea inevitable...



Con el Porsche enfilando las luces del Trafalgar, Angie baja la ventanilla y vomita el néctar opíparo que había estado ingiriendo durante toda la “no cena”. Tras la cuarta arcada consigue abrir los ojos para asegurarse de que en el último expelo va lo poco que retenía ya del cineasta.




El hombre de las golosinas acaba de aparecer en el cuartucho.



- A ver niñas, sentaos y sacad la lengua, que os voy a injertar a cada una un pequeño corazón en la punta.



Las cuatro obedecen sin rechistar.


- Ahora tomad aire, cerrad la boca y tragad de golpe; bebed un poco de agua, el efecto será más inmediato… eso es, buenas chicas. Mirad, tengo unas camisetas negras con nombres nuevos para esta función. Quitaos esos vestiditos y quedaos en braguitas. Veamos… la que dice ”HERO” en mayúsculas es de Clara. Esta con “Traum” para Bertha, ¿vale? “Lava” naranja se la daremos por supuesto a Angie y “Grace” color oro le vendrá bien a Lotte. Os las podéis poner. ¡Un momento! ¿A qué viene tanta prisa? Acercaos, tengo más corazoncitos, y dejadme probar vuestras tetazas. Uuummm, ¡cómo me gustan!: las grandes, las de diseño, las de inmensos pezones rosados como gominolas y las de mamas gigantescas. Pasádmelas por los labios, por la nariz, por la frente, así, todas a la vez. ¡Qué ricas! ¡Oh, sí! Refregáoslas que yo os vea. Me las voy a tragar, quiero asfixiarme con vuestras tetazas. Las lameré por todas partes, voy a sobarlas, apretarlas, mordisquearlas. ¡Uf! Seguid, comeos los pezones las unas a las otras, me excita ver vuestras lenguas enredadas de ese modo. Balancead las ubres, que cada una pruebe las de las demás. Chupaos los dedos y mojad con ellos vuestros tanguitas. A ver… separad la tela y mostradme vuestros coños abiertos. ¡Son preciosos! Acercadlos a mi lengua… aaaaahhhh, sí… uummmmm. Impresionantes. Tocaos, apretad la vulva, el clítoris. Comeos los coños enteramente, introducíos dentro los pezones. ¡Correos para mí, so guarras! ¡Correos y dadme vuestro jugo, tengo sed de putas!


Cuando constata que bajo su pantalón de cuero negro palpita una rigidez amenazante e inalterable, pide a todas menos a Charlotte que se vuelvan a vestir, entregándole a Bertha una bolsita china con más corazoncitos: ¿pago o inversión? Salen tres, enfundadas en sus nuevos alias semitransparentes que permiten entrever la fuerza de los pezones; la productora se queda tumbada sobre uno de los sofás de escay color chocolate – ha vuelto a ser la elegida; yace desnuda en espera del maestro de cuerno satánico.

El ambiente es tremendo esa noche y a esa hora, con el “Just One Fix” de Ministry atronando como telón de fondo: humo denso entrecortado por los haces de luz amarillos y verdes, alcohol, decibelios, ojos salidos de sus órbitas. Lucio sabe de sobra cómo mantener la tensión en su tugurio. Angie cierra los ojos tras un leve pestañeo y siente perder parte de la gravedad. Es hora de ir a por su inexorable epílogo, su expiación.



Claudia, al oído de Lisa, esforzándose en ser entendida por encima del volumen de la música: ¡Hola Lisa! ¿Has visto a mi hermana? La llevo buscando desde hace rato.

Lisa: ¡Claudia! ¡Heeyyyy! ¡Qué de tiempo! ¡Cómo me alegro de que hayas venido al fin! Oye, estás… ¡guapísima! ¡Vaya carita que llevas!

Claudia: ¡Sí! Tú también estás estupenda, como siempre. Dime, ¿la has visto?

Lisa: ¿A Angie? No sé por dónde andará, creo que después de las chuches se dirigió a la cabina de Alex, a pedir algún tema de los suyos, pero le he perdido la pista. ¿Te tomas una copa?

Claudia: No, gracias. Voy a ver si la encuentro.

Lisa: ¡Déjame que te presente a Saúl y a Eddy! Son dos chicos que trabajan para…

Claudia: No puedo, en serio, Lisa; más tarde quizás. Necesito localizarla. Adiós.



Y se aleja abriéndose paso entre sudores.


[…”¿alguna vez te la han mamado cuando pinchas? ¿No? Quiero ser yo la primera, dame tu polla.” Alex no se resiste, es Angie. ¡Es Angie! ¿Cuántas veces lo soñó mientras la llevaba en la moto, posaba para su cámara y sus juegos de chicas, o simplemente al compartir una Heineken? Es mágica, es puro deseo forjado con carne del corazón. Angie lo masturba muy despacio, mirándolo; se la pasa de la mano a la boca y el cambia de Ministry a FLA, de ahí a Godflesh, a Killing Joke… la intensidad crece, al igual que la furia de su verga. Acariciándola, se la introduce bajo la camisetita, se la ensaliva y se la roza con los pezones, vuelta a confinarla entre sus pechos; procura tragarla entera: empuja, aprieta, lo consigue. Le falta el aire y la saliva cae en cascada sobre sus uñas; la saca un segundo, la contempla, respira profundamente y la vuelve a engullir. Está de rodillas, mostrándole unos tacones excelsos, el vestidito gris anaranjado, un culo perfectamente redondo y su camiseta de “Lava” que a duras penas logra ocultar dos pezones ardientes como su campanilla. No se la ve tras la mesa de mezclas. Alex sigue trabajando, los dos lo hacen, en aquel habitáculo suspendido sobre las nubes ilusorias. El dj comprueba con sus auriculares la evolución de las canciones, observa la complacencia de la muchedumbre. Desde allá arriba se puede diferenciar sin problema alguno los que bailan de los que beben; los que follan de los que lo persiguen. Angie es la capitana del navío, extiende el periscopio, Alex lo sumerge; los huevos a punto de reventar chorrean baba, la chica la recoge con su lengua y la devuelve a su boca; come, engulle, se riega: en cuclillas, siente su flujo resbalar del coño hacia el ano. Antes de pasar de Front 242 a Filter, la polla escupe chorros de esperma y ella devora con ansia todo lo que le cae.... Sigue a gatas, a ras de suelo, chupándosela, relajándosela, hasta que comienza a sentir una nueva erección en el paladar. Alex la agarra por la barbilla para memorizar su expresión. Ella comprueba que allí hay algo más que deseo…]



LAVA LAVA LAVA LAVA



Claudia a la mujer que espera sobre un canapé de casimir oscuro en el área “reservada”: Perdona, ¿Clara?

La mujer aparta la botella de cerveza de su boca y pega la oreja a los labios de quien le está hablando: ¿Eh?

Claudia: Tú eres Clara, ¿no?

Clara: ¡Sí! ¿Qué quieres? Pero… ¡Claudia! ¿Cómo te va, mi vida? ¡Te echábamos de menos! Angie nos dijo que igual te pasabas esta noche por aquí. Por cierto, ¿dónde está? Hace mucho que no la veo.

Claudia: Es que no consigo encontrarla. Vengo de hablar con el dj, pero ya se había largado. ¿Dónde se habrá metido?

Clara: Pues no se me ocurre… ¡espera! Ve a preguntárselo a Lucio, estará con él en su despacho. Es la puerta roja esa. A veces, para reconstituirnos, nos sentamos en la salita que tiene ahí. ¿Fumas de esto?

Claudia se retira sin contestar, apartando obstáculos humanos en dirección a la entrada de la oficina del Alcaide. Cabezas, troncos: ahora la ve, ahora ya no.

Clara: ¡Vale! ¡Diviértete! (“yo creo que esta se ha estirado el escote; si yo tuviera esa melena… ¡y ese culo! Seguro que la impía se harta de follar con los noruegos. ¿O eran islandeses?”)



[…sobre el mismo sofá donde no hace mucho ingirieron los corazoncitos, se hayan sentados tres colosos negros, de negro, corbata colombiana morada, zapatos puntiagudos, pelo al rape. La bragueta la tienen expedita y la polla enhiesta en las manos. ¿Son realmente pollas? Angie no ha visto en su vida nada semejante; su tamaño y grosor la mantienen estupefacta junto al quicio. Un cuarto hombre aún sin desfundar cierra la puerta tras ella. “¿Quiénes sois?” “No questions, please. Go in!” No le quita ojo al zurdo, al presunto cabecilla, sentado en el centro, con más de treinta por veinte de tronco. “Show us your tits, come on!” Angie sigue exánime; el negro de la entrada se acerca por detrás, le baja hasta los tobillos el vestido que lleva a modo de falda y le sube la camisola. La perspectiva es sublime: tacones kilométricos, piernas infinitas, torneadas, tanga anaranjado cristalino y dos perfectos pechos turgentes al aire. Todos los animales de aquella habitación ya se la están meneando; preparan cuatro gigantescas vergas negras para esa visita casual: “this is autoerotic, babe”. Siente el ardor de carne de macho rozarle el culo, golpearla a modo de porra secamente el cachete donde lleva el tatuaje del Cofre Negro… eso la saca de la modorra. “No pienso estar con estas cuatro monstruosidades a la vez, sólo con esa – señala la del zurdo, la altiva – el resto podéis iros o quedaros a mirar, pero no os hagáis ilusiones”. El elegido sonríe, dejando entrever un diente de oro con un diamante incrustado, los otros dos se levantan del sofá y se sitúan a su espalda con los brazos en jarra y una erección amenazante, a izquierda y derecha del portero que le había estado relamiendo el cuello; cuando pasaron junto a Angustias, la mujer no logró evitar que sus ojos persiguieran con cierto anhelo aquellos dos miembros que se le escapaban. “Do you like it sado-masochist?” Camina decidida hacia el escay, donde la acecha ansiosa la expiación. Entre las manos suyas y las del burro casi abarcan todo el nabo de este; mientras se complace en masturbarlo sentada sobre el marrón chocolate, observa que su glande lo corona un gran lunar. No es suficiente aún: le aparta al burro sus pezuñas, necesita aquel sexo sólo para ella, restregarlo de arriba abajo, asirlo por la raíz y masturbarle muchos centímetros más arriba el extremo superior del tronco. Utiliza su saliva como aceite; agarra con fuerza aquella maza y la menea de derecha a izquierda, golpeándose los senos, ofreciéndosela a su amo para que él también coma; el miembro es tan descomunal que lo hace sin problema alguno. Entre los dos comparten aquel plato tórrido, mezclando lenguas, labios, manos, fluidos… cuando la cabeza del pollón adquiere el tamaño de una pelota de tenis, dos de los negracos se aproximan y con una delicadeza impropia la ayudan a montarse sobre la deidad de ébano. Tiene el coño bien acuoso, aunque precisará algo más de tiempo si desea alcanzar la dilatación necesaria; lentamente, gracias al empuje del glande, lo consigue. Introducida la cabeza, el tronco resbala hacia el interior con mayor fluidez gracias a la crecida que riega la vagina de la chica. Angie expulsa un grito mezcla de ansia, euforia y erotismo. “One time, one place, erotic dreams. Set your sex on fire, then you will be free”. La verga va ganando terreno dentro de la cavidad, su culo asciende y desciende; cada vez más alto, cada vez más bajo. Tras un golpe seco la penetración es completa, hasta los huevos. Se queda allí caída, saboreando con su estómago la calidez de aquel barrote, saciada por fin. El negro suda. Ella le pasa las manos por su calva para arrebatarle el sudor y se las lame. Acto seguido procede con la misma maniobra sobre el cuello, los hombros, el pecho, la lengua; le coge la cara y lo besa. El movimiento del culo se vuelve más rítmico, más regular; le encanta sentir el golpe de los muslos del follador contra sus glúteos. Le arranca la camisa mientras se lo sigue tirando, se anuda la corbata en el vientre, araña su pecho varonil, se aferra a sus pectorales, mordisquea los pezones, baila sobre él, mastica sus lóbulos, ruge. Gira la cabeza para comprobar qué hacen los otros; siguen impertérritos, con sus pollas titánicas erguidas. Bajo una hay un charco de semen. Se le antoja abandonar por unos segundos el fornicio, echarse al suelo y lamer ese barrizal hasta secarlo. En su lugar les hace un gesto a los tres superhombres. Ahora sí tienen la venia; los necesita: con sus dos manos se abre el culo, invitándoles a penetrar aquel túnel. Uno tras otro lo harán; tiene el coño y el culo estirados todo lo que puede, quiere doble follada – “take another piece of meat”. Golpea sus labios con los dedos demandando carne para la boca, pero no la complacen, al menos con prontitud, prefieren hacer cola tras Angie, esperar el turno. El más musculoso de todos se afana en vano en metérsela por detrás, es tan rolliza que sólo le entra la punta; tras varios intentos infructuosos decide lanzar la leche desde fuera al agujero: parte cae en el interior, otra parte rebota en el borde del ano y comienza a chorrearle hasta que llega al coño y baja por la verga del zurdo que sigue follándoselo. Le toca al del tatuaje en el brazo: “Jimmy”; Angie lo lee mientras se la hinca de una tacada, embistiéndola sin miramiento alguno, abriéndole al máximo aquel agujero negro; ella goza y jadea con cada empuje, más aún cuando el de la verga oronda vuelve restablecido para compartir el culo ya relleno. Ahora lo consigue. Allí permanecen las dos piezas, ejerciendo presión; poco a poco, el espacio se torna más holgado, hasta que les es posible deslizarlas con soltura – ¡triple follada! Al cabo de unos minutos llega una nueva propuesta, la del portero, un mastodonte excitadísimo con otra auténtica monstercock, la más negra y larga de todas, para cubrirle la boca tal como desea la mujer. Cuatro pollas negras para Angie. Su sueño rescatado de las profundidades de sus fantasías, irreconocible por ella misma hasta este instante. Un enorme orgasmo le sobreviene a toda máquina al percibir los chorreones de semen dentro de su culo; infinitos, ardientes, la ahogan. Se revuelve a espasmos, disfruta como una perra, alejada completamente del invierno del exterior y todas sus historias de misterio. Tras vaciar los testículos, los dos animales sacan las carnosas pollas de su culo y se retiran. El portero está también a punto de ebullición: refriega la viga por toda la carita de su ninfa, por el cuello, deja que se la chupe hasta donde alcanza su garganta, le corre la pintura de los ojos y termina lanzando un caño de lava contra la pared más próxima; ella juega a comerle las pelotas mientras el gigante se limpia con su melena. La habitación luce desbordada de semen blanco de negros.



LAVA LAVA LAVA LAVA LAVA LAVA



El gran visir, que ha permanecido todo el tiempo abriéndole el coño con su polla de burro, será el último en explotar. Pero antes se la saca de encima, la echa sobre el marrón chocolate, le abre las piernas y le pasa la lengua desde el clítoris hasta el ano una y otra vez. Posee una lengua más gustosa incluso que su polla. Ella lo incorpora, se la coge y la mama; la lengua de aquella bestia tiene el tamaño del falo de una persona normal y corriente. Entonces se acercan dos, Jimmy y otro, y continúan con el culilunguis, le trabajan el clítoris, la carne de sus labios íntimos, la penetran doblemente con sus duras lenguas, la chupan, tragan jugo. La mujer es incapaz de controlarse, con los puños golpea los hombros y el pecho de sus negros. Está disfrutando con todos los caprichos desbocados que le conceden; ahora traen las bolas chinas: dos, grandes, moradas. Jimmy se las mete con pausa y firmeza; cada vez que entra una, la mujer redobla su placer. Con un dedo enormemente grueso las empuja hasta el fondo del coño; le aprieta los muslos y se los mueve para que las sienta mejor. Cuando están ambas perfectamente colocadas, tira de la guitita con parsimonia. Angie acaba perdiendo la noción del tiempo y el espacio. Y por fin, el recuerdo de Ermond. A la señal del jefe, todos los vasallos se sitúan en torno a la puta: los pechos cambian de mano con urgencia, sus manos de pollones, sus pezones de dientes, su boca de apéndices, su coño se corre como jamás lo había hecho antes y descubre que le vuelve a llover leche sin cesar no sabe de dónde. Le resulta difícil distinguir entre semen, sudor, saliva y fluidos internos. Cuando abre los ojos, presencia la eyaculación bestial del burro, inundándola por completo con su lefa expiatoria.

“Hey man, nice shot! What a good shot!”

Alguien llama a la puerta…]

Angie los deja retorciéndose en el éxtasis del escay. La imagen de lo sucedido en aquella sala comienza a desvanecerse tras su cuerpo desnudo mientras se acerca a abrir. Gira el pomo esperando el calor familiar en el pecho de alguien, su hermana tal vez, que la lleve de la mano por la reparadora nevisca hasta su casa, la bañe y deforme las nubes. Lo que encuentra es la respiración gélida de los desaparecidos. No hay música, ni haces de luz, ni sexo, ni corazones de azúcar. Reconoce aquella nueva superficie por sus rayones negros, aunque hoy irradia un brillo disímil al que retiene en su memoria, una opacidad causada por el río de velas amarillas y azabaches con forma de hombrecillos a ambos lados del corredor.



“¿Quién ha colgado estas cortinas enturbiadas sobre nuestros cuadros?”



Avanza, haciendo crujir bajo sus pies una alfombra de hojas secas; se arremolinan tras cada paso en torno a sus uñas descoloridas de tanto semen. Al final del corredor hay por fin un poco de luz, de primavera caduca. La envuelve al entrar en aquella estancia, donde escribieron juntos tantos proyectos de futuro camuflados en estrofas y guiones. El olor habitual está invisible, las sábanas insultadas por el desenlace, el vino evaporado y los libros con sus páginas amarillentas y sus letras caídas. Mira a su alrededor y contempla las paredes salpicadas de pintura naranja, y en la esquina derecha superior se halla él, finalizando su baile en el vacío, único en el momento, balanceo de lado a lado, cadencioso ritmo de un vals tras la cellisca, persiguiendo una nube que jamás volverá a recuperar su forma. Angie se acerca para abrazarle los pies desnudos como los suyos; cierra los ojos, los besa y los acompaña en sus últimos pasos, piruetas, giros. La brisa se detiene, la nube cristaliza. Cualquier muerte desvela los rasgos propios de la estupidez.



Claudia estudia junto a la barra una vez más el sms de Ermond:


“Es en nuestra casa del bosque, una explicación prematura. Sólo ella podría comprenderla. Necesito que la rescates y la hagas venir, para que me baje de su cielo inventado. Gracias Claudia.”


Mr. Barman: ¿Busca a Angie, no es así?

Claudia: ¿La ha visto? ¿Sabe dónde está?

Mr. Barman: ¡Ay mi querida Angustias! Esa chinita… Cuando aparece por estos lares, el humo cambia incluso de color; caldea de tal forma el ambiente que las bebidas hacen pppffffff nada más verla. Usted podrá pensar que es bueno para el negocio, pero ya le digo, el público se olvida hasta de consumir. Ella es…

Claudia, cogiéndolo del brazo: ¡Necesito encontrarla inmediatamente! Los porteros dicen que no ha salido y todos me mandan de un sitio para otro, parece que siempre llego tarde. ¿Tan grande es este local?

Mr. Barman: Tiene muchos recovecos… ¿ha buscado en las oficinas?

Claudia: Están cerradas, he llamado pero nadie me ha abierto.

Mr. Barman: Extraño…

Un tipo delgado y canoso, tocándose los huevos: Está en los lavabos de tíos, haciendo “horas extras”; vengo justo de allí.


Claudia deja a los dos sin tan siquiera despedirse y sale disparada hacia los retretes.


Mr. Barman al tipo con canas en los testículos: ¡No se pase! ¡Tenga algo de consideración, hombre!

El canoso derrumbado sobre la barra: ¡Qué coño de pajarita lleva! ¿No es un poco mayor para trabajar aquí, y con esa pinta además?

El Barman, convidándole a una mirada repleta de venillas rojas sobre unas cuencas que envejecen rápidamente hasta quedar vacías: Yo ya no trabajo.


Al entrar Claudia en los aseos, se tapa la boca por el incisivo olor a orina seca y entremezclada; con la otra mano va apartando la fauna en busca de los azulejos verde cristal del fondo. Hay muchísima luz, la música de afuera hace retumbar los muros. Avanza como puede, apartando cabeza, tronco y extremidades, entre espejos, lavabos, manchas y humedad; mirando a quién pisa y a quién no. La descubre finalmente donde termina el cuartucho, sentada sobre una superficie acuosa, las piernas anudadas frente a ella, con su espalda apoyada contra la pared como si fuera un churretón más y con su camiseta de lava y un único zapatito de tacón de buenas fiestas como escueto ropaje; el vestido lo perdió hace rato dándole un uso más higiénico.

Dos acólitos de lujo la escoltan: a la izquierda de su cabeza cuelga un urinario obstruido, rebosante; a la derecha, pegado a su hombro, babea un joven rubio con largas rastas; medio careto sonríe, el otro medio está rígido. En la mano tiene una bolsita con gominolas. La abre y le ofrece una a Claudia al ver que los mira. Angie remueve los ojos hasta hacerlos coincidir con los de su hermana mayor; la pintura de arlequín le alarga la figura. Media boca es negra, la otra media no tiene término:



- Yo sólo quería bailar…



Claudia la contempla serenamente, tragándose las frases que le urgen. Entonces, sin tan siquiera consolarla con un beso, se gira y sale del retrete.



“Ya habrá tiempo para las malas noticias”.






XIV- LA TERCERA MITAD



“¿No puede una reina ser insecto por un día, hacer oídos sordos a las peroratas de su honor, jugarse la ventura en un tugurio lleno de tatuajes mientras bebe a la salud de cualquier sapo, reír sin su máscara y escupirle a sus pies el semen que le sobre?”

“Eso, mi Angustias Erótica, es precisamente lo que llevas haciendo durante siglos... no eres nueva, aunque ahora quieras mostrarte ante todos como una joven larva. Tú eres un animal. Pero es otro asunto el que me contraría: ¿qué intentas? ¿Abstraerte de una vez por todas de mis acertados consejos?”

“Siempre sé que puedo recurrir a tu voz, pero… Lo que procuro es coser por fin las dos mitades de mi cuerpo de luna.”

“Nadie vuelve de la muerte, pequeña; nadie que haya escogido a propósito ahorcarse, colgar de esa manera tan ruin sus aptitudes de una viga.”

“¿Y si la viga no fuera capaz de soportar tanto lastre y quebrara?”

“Imposible. Sin un cuerpo que los aloje, los sentimientos son leves.”

“Así era su sonrisa. Y pienso recuperarla ahora.”

“No hagas locuras, ya te va sobrando la edad. Decidió concluir vuestra adicción sin consulta previa, no es digno ni de que tus ganas lo imaginen vivo, de vuelta y vacío. ¡Que se joda con los gusanos!”



Angie cierra los ojos y la voz enmudece. Rebobina los minutos de esa noche, se retira para acopiar su ropa extraviada por los cuartos, apaga las velas y se sitúa de nuevo frente a la puerta, vestida de reestreno con labios carmesíes. Tiene una cita con un viejo nómada, su Nureyev de los últimos compases de aquel vals en la cabaña. Desnudará el duelo sin más dilación para revivir sus caricias sublimes. Y descansar.

Abre y no vislumbra más que unos grumos de lodo en forma de huella junto al titubeo de sus pies. Bastan para seguir guareciendo la duda de lo absurdo. Tras coger algo de abrigo, se arroja escaleras abajo en pos de un sueño ilógico, su sueño de tantos difíciles amaneceres. Necesita expulsar los remordimientos del día a día, canjearlos aunque sea por un engaño efímero.


“Angie, ¿qué crees que estás haciendo? No se te ocurra dejarme ahora. Todo es una falacia, una quimera. Te vas a dar de bruces de nuevo con la cruda realidad.”

“Que sea el frío de la noche quien me lo diga, no tú, vieja bruja. ¡Cállate de una puta vez!”

“¡Es que he sido yo! ¡He sido yo! Lo he hecho a posta, para jugar un poco contigo, quería reconfortarte. ¡Vuelve aquí!”


Angie ya no la oye, ahora se fía más de sus ojos que de su conciencia.


El frío es excesivo a pesar de ser ya diciembre. No hay nadie paseando a esas horas de la madrugada, como si todos se hubieran retirado para no impedir el reencuentro. No lo ve, pero ella sabe que si es real, la esperará en el mismo espacio donde todo terminó.

Su Cayman, de un turbador y novedoso rojo escarlata, la anima a seguirle la pista: “Sea tan amable de subir, Señora, fuera está helando. Acabo de ver pasar a Ermond en un coche relucido por la bruma. Creo que se dirige a la cabaña del bosque. Pondré su música y la llevaré hasta él.”

Turbonegro: “Prince Of The Rodeo”. El Porsche arranca a la velocidad de la batería de la canción, un segundo antes de que Angie haga girar la llave.



“Sólo busco un beso en los hombros, su leve rictus…luz para estos pulmones ásperos.”



Las señales alzan los símbolos a su paso para despedirla de la urbe, y la electricidad de los discos le giña la suerte que le va a hacer falta, la de un aprendiz, a pesar de la edad, en asuntos del corazón. Alrededor de sus botas se agolpan toda clase de insectos con sus aguijones desfundados por si fuera necesaria la defensa. La lechuza del confín, posada sobre un cable que cruza el sendero, atisba los primeros copos de nieve que va desprendiendo de sus gomas el coche perseguido y da la orden a los insectos para que presionen el pie sobre el acelerador. Angie baja la ventanilla, busca sentir el hálito de la noche.


Los copos de nieve se enredan en su cabello y sus ojos comienzan a recuperar el brillo de antaño; no tiene más que mirar la calzada y sujetar con fuerza el volante. O ni tan siquiera eso.



“Hi-ridin’ daddy-o Prince of the rodeo. Spur-hump heyho let’s go Prince of the rodeo”



El Cayman ruge al aumentar la vivacidad; está a pocos metros de dar alcance a su presa, justo en la entrada del bosque, donde los arces se arremolinan formando un pórtico violento y mágico. Cuando eso ocurra, se zambullirá de vuelta en la ciénaga para dejarlos a solas con sus deberes inconclusos. Un acelerón más y lo habrá conseguido.



“Fornicator of the lasso, sperminator of the asshole, Prince of the rodeo”



Ya está. Ambos vehículos se baten llanta con llanta, cruzan de un salto el pórtico y se adentran en lo lúgubre despidiendo nieve y hojas húmedas. Angie osa por fin descubrir a su conductor rival y enfrentarse al epílogo que guardan todos los minutos de esa noche. Lo que aprecia le hiela la sangre: es él mutando en quien no fue hace mucho. Su rostro parece cubierto con una especie de gasa casi traslúcida que deja entrever una estirada piel de cera sin facciones. Esboza una infinita sonrisa al reconocerla. Está satisfecho: ha venido a por ella, y ella está ahí. No tiene ojos, sólo cuencas oscuras. Su copiloto es una anciana de escaso cabello amarillento, largo y lacio, piel cortada, al igual que su nariz, y encías libres. De sus lóbulos cuelgan dos grandes argollas de oro macizo que estiran sus orejas hasta rozar la clavícula; una herencia injusta tal vez. También sonríe. El interior del coche está inundado por una tétrica luz verdosa que procede de ellos mismos.



“Shoot the chute, pull the flute. I’m back in the saddle. The world’s most progressive cowboy. And don´t forget the clown!”



Los dos la observan, ya no conducen. Se agarran del cuello y se chupan torpemente: labios contra labios, lenguas bifurcadas, saliva que cae; la anciana sitúa una mano en la cueva de Ermond en busca de su criatura. En los asientos de atrás viajan sus eternas amigas: Lisa, Clara, Bertha, Lotte; exhiben sus mejores joyas sobre disfraces de abadesa, policía, colegiala y verdugo. Van comiendo merengue y melón que embadurnan con sus pinturas de bisturí. Nunca habían tenido tanto pecho. ¿De dónde vienen? ¿Dónde ha sido hoy la fiesta? ¿Quién ha sido la más puta? ¿Cómo han llegado al vehículo? Sus palmas echan humo cuando la vieja comienza a lamer el falo putrefacto del piloto, cayendo los dulces al piso del coche.

Todas se vuelven hacia la conductora del Cayman para ver su reacción y se ríen en su cara.



“I’m ridin’ high, i’m ridin’ low. Prince of the rodeo…of rock and roll!”



Los insectos descalzan a Angie y el rojo de las uñas se derrite pies abajo hasta manchar sus talones; ya no siente la presión del suelo ni la gravidez. Su cabello comienza a girar dentro de un vacio de silencio alrededor de su cabeza que intenta llenar con letreros luminosos en busca del sentido de su huida hacia la nada.



Pablo Nieve Sudor Semen Vino Cine Clases Dios Conciencia Madre Culpa Música Ermond Ermond Ermond Ermond Ermond Ermond.



En esa rotación de múltiples ejes, a la cabeza le siguen los brazos, las piernas, el estómago… Se eleva, vuela, gravita y baila. Con las carcajadas se libera de todos sus remordimientos sin necesidad de arrepentirse. Alguien abre la puerta del vehículo a más de 250 km/h y la saca por los hombros. El Cayman rojo vuelve apresuradamente a su ciénaga antes de que le pidan explicaciones; tras él todos los invitados. El bosque queda por un instante en completo silencio, hasta que aparece el búho y da la señal.


De entre los sotos a ambos lados de la carretera salen unos enanos rubios vistiendo smoking negro o amarillo para recoger su cuerpo ahora inerme pero tan dulce como el día aquel de su juventud en el que todo comenzó a ir en declive. Lo llevan en volandas hasta un claro del bosque. Allí, el que parece ser el superior, un bebé lechoso, la divide en tres mitades con una tiza de mercurio antes de posarla en la urna de hielo, sobre una roca granítica que siempre estuvo al aguardo desde que su madre la pariera con desgana. Al cerrar el bebé de golpe la cápsula, se cuaja con un jadeo la luna que los contempla y, tras un aplauso al unísono de todos los enanos, quiebran ambas y los trocitos de luna se desprenden del limbo. Un diminuto ser culón y barbudo coloca junto a lo que queda de Angie el bolso que había extraviado. Está revuelto, en la mano blande lo que buscaba. Lo muestra a sus congéneres que lo vitorean y aplauden; se dispone a introducírselo a la mujer. Angie abre los ojos; grita al sentir la penetración y escupe toda su bilis. El búho grazna al aire fétido de la noche y asusta a las criaturas que se arrojan a los arbustos, corriendo con torpeza para librarse de ser engullidos. Se escabullen, todo vuelve a la normalidad…



Hasta el amanecer.



- Jefe, hemos encontrado la tercera parte un poco más arriba, tras los robles, pero las otras dos mitades se nos resisten.

- No te preocupes, chico. Supongo que debieron caer con mucho ímpetu; el cielo estaba despejado, no había estrellas que fueran amortiguando su caída. Descansa un poco, ya aparecerán. ¿Quieres? Las ha preparado mi Cloti.

- ¡Croquetas caseras! Me encantan. Voy a coger una.

- ¡Coge, coge!

- ¡Uuuuummm! Gracias, jefe. Están riquísimas, como a mí me gustan: ni muy duras, ni demasiado blandas, con un buen relleno y alargaditas. ¡Y todavía están calientes!

- Se mantienen bien en este plástico. ¡Come todas las que quieras! Mi mujer siempre hace demasiadas.

- ¡Gracias!... ¿Y ahora?

- Pues ahora… a esperar. ¿Te has traído algo para leer? Me da a mí que este eclipse no va a ser de los cortos.

- Jefe, ¿lo ha olvidado? Ya no hay suficiente luz para letra tan pequeña.

- Pues entonces sigue comiendo, y si no te apetece más, échaselo a los pájaros.

- ¿A los pájaros?

- A los pájaros, ellos siempre vuelven.

Siempre.

viernes, 9 de abril de 2010

Capítulo XII: "Deberíamos"

Muchas veces reconocemos el pellejo real de las cosas y sus consecuencias, sabemos cómo actuar, qué es lo correcto y lo conveniente...pero nos mantenemos en una vía paralela. Deberíamos hacer tantas cosas de este u otro modo, adopatar tales decisiones...y aún así, dejamos que se escape la oportunidad de acertar porque...lo indeciso batalla contra el aburrimiento. "¿Qué aguardará tras esa esquina del destino a tibia luz?

Angie no es  muy distinta...

Espero que disfrutéis del antepenúltimo capítulo del libro, y como siempre, os recuerdo el enlace para la descarga gratuita e inmediata de este.

http://www.bubok.es/libro/detalles/14039/quotAngies-Lavaquot

Un beso a todos.




XII - DEBERIAMOS




“¡Hay tanta gente en el anfiteatro! Demasiados besos de cortesía, saludos convenidos, humo de malas hierbas, envidias y mentes en babia. Actúo como de costumbre, pero…no consigo verlo.”



Debería pensar en otras cosas…

“La sala es la que él propuso, la que ofrece una simbiosis perfecta con el impresionismo imaginario del film. Los colores se cruzan entre el irascible rojo ‘pasión recién desgarrada’ de la moqueta y paredes, y el intenso negro ‘pozo sin fondo’ de las butacas y cortinas que esconden la pantalla grande. Así la soñamos. Sobre el gris suave del techo desfilan imágenes de un faro con muros anómalos, camas de hospital vacías y dos manos gigantescas cubriendo una frente anciana, llena de nubes. Nubes, ¡qué paradójico! La película es la ilusión de Ermond; yo siempre he creído en ella, pero no encontrará una respuesta inmediata entre la gente…la abulia es el aplauso más ingrato para un artista. Lo conozco de sobra y sé cómo le puede afectar la ausencia de llamadas reconociendo su aptitud, la falta de nuevos planes de trabajo. ¿Es acaso justo que me preocupe aún por él? Me acaba de dejar de la manera más inicua posible, muy a su estilo, con tintes novelescos, amparándose en las gratas memorias. Mamón.”


Debería estar sentado a mi lado…

“¿Dónde están todos? Claudia, Lisa, Clara, Lucio, Charlotte… ¿Y él? No lo veo por ninguna parte. En la primera fila sólo quedan vacías nuestras butacas y la proyección comenzará en breve. Si pregunto por él… ¿me dirían que se ha retirado a meditar, a discutir con la marea, a buscar inspiración? ¿La que yo le proporcionaba es ahora nieve derretida, agua tibia goteando por su nuca? No sé, quizás debería creer que se encuentra confundido por el ritmo veloz de los últimos acontecimientos. Querido Ermond, calzaste mis pies diminutos con las zapatillas que sólo tú podías recuperar de mi memoria y patinaste tus dedos por mi puente de bailarina fracasada. Apareciste con la fuerza de un ciclón, sin pedir permiso para enamorarme, disfrutando con ello. Ahora te marchas con el pretexto de mi divinidad inabarcable, justo lo que te enamoró de mí. ¡Ahí estás! ¡Has llegado por fin! Tardíamente, como siempre. Dios mío, aún puedo percibir el olor de tu piel en el poso de mi ceguera, tus caricias mudas, mi sonrisa en tus recitaciones. No me hagas esto, sujeta a esta nube, recoge la hoja perdida, apaga la cellisca con tu enérgico hálito; llévame de vuelta a casa y mata la marea, necesito absorber tu respiración de ojos tristes hasta que te olvide.”



Debería actuar con dignidad…

“Debería acercarme a él, saludarlo educadamente, mostrarle que mi dignidad ha sobrevivido a su poesía insana, apartarle de las chicas que lo aturden con sus perfumes de estreno y sus pechos hambrientos de la tinta de su lengua. ¡Mírame a mí! Llevo aquel vestido de gasas naranja y los tacones infinitos que me hiciste probar desnuda por todo el dormitorio. Hoy es ese día que tanto imaginamos entre risas y promesas de ser especiales, y carreras contra el reloj, y pausas entre los jadeos. ¡Crúzame en tu pupila aunque sea tan sólo por un segundo! Casi me estoy arrastrando por ti. ¿No te das cuenta? ¿Cómo puedes permitírtelo? Me descubriste a mí misma como mujer íntegra, yo te ayudé a explorar tu universo retenido en islas desusadas; pero no somos sólo socios, nuestro proyecto trasciende más allá de esta pretenciosidad que nos envuelve, de estos tabiques, incluso más allá de nosotros mismos. ¡Mírame, hijo de puta, te estoy hablando! Deja de sonreírlas, amansa tu merecido ‘yo’ y ven conmigo, vamos a sentarnos juntos aunque no nos encontremos.”



Debería echarle algo al estómago…

No consigo entender cómo es capaz de pasear tan risueño entre los asistentes a su cena de graduación, esta misma noche, copa en mano, recibiendo los elogios, relamiendo su éxito, justo, pero que en parte me pertenece a mí tanto como a él. ¡Qué generoso con las demás! Les susurra al oído quién sabe qué propuestas inmortales, les acaricia los pómulos con sus labios en retirada, coge sus brazos mientras pretende convencerlas entre sonrisas de su propio esplendor. Y ellas le siguen, al igual que todos; no hay mesa ajena a la siembra de las semillas de su embrujo. ¿Y yo? Abandonada: un breve ‘¡hola Tita!’ sin disculpas, un ademán de arrumaco, un dátil en mi boca antes del secuestro. A la izquierda sigue su asiento vacío y frente a mí, un plato sin estrenar; por la garganta no me pasa nada sólido, ni un mísero cacahuete, sólo la tersura densa del rioja. ¿Cuántos yakitoris lleva él? Al menos seis. ¿Y canapés de salmón? Le he contado hasta cinco, junto a los daditos de pavo, las piruletas de cuatro quesos y las alcachofas con beicon y gambas. Sin embargo, mis brochetitas de fruta y huevos de codorniz siguen buscando apetito que las quiera. ¡Qué mala suerte! Han ido a parar a unos colmillos escasos de calcio… desde esta tarde. Inauguremos la segunda botella de Graciano, toda para mí. A beber y a seguir con el culo pegado al asiento. ¡Ay Claudia, como en aquella ocasión! ¿Por qué no estás aquí para traerme las copas? Soy incapaz de levantarme, enfilar la salida; debería comer algo, no puedo caer desmayada y perderme parte de su show. ¿Será esta noche la última vez que lo vea? Mañana cada uno por su lado, como si todo lo que hubiéramos vivido se pudiera disculpar con un par de folios. Ahora está metiéndole con mimo una oliva a una morenaza jaquetona en su boca. ¡Mira ella, cierra los ojos y le chupa el pulgar! Estará imaginándose relamiendo la verga de mi virtuoso en algún hotelucho reservado a los artistas bohemios sin un duro en el bolsillo, en una suite repleta de espejos. ¡Mierda! ¡Se le ha caído la aceituna por el escote! ¡La tía, cómo hincha las tetas para que sienta que tiene el pasaje expedito hacia sus ubres! Y allá se dirige él; sigue igual, tan gentil como siempre, sin inmutar su sonrisa mientras va derribando con su indolencia barrera tras barrera, hasta tenerla en sus brazos, penetrada, distinguiéndola con amor eterno. ¿Por dónde andan mis amigas? La mesa estaba reservada para todas nosotras. Tras un par de entrantes, no han tardado ni diez minutos en capturar a los posibles suministradores de esta noche; se desperdigaron al ritmo de la orquestita de jazz, entre las luces rubias y azules del techo. Allí veo a Bertha, enseñando su tatuaje de la nuca al gigante encargado del auxilio del recinto; pensará que todo debe guardar una simetría lógica. Clara, con gesto de interesarse por el coloquio del cineasta enano, feo y orejudo con pinta de castigador, no le quita el ojo a los labios de su tetuda hija. Lisa, como de costumbre, prefiere la barra, allí se deja lamer por unos y otros; le divierte escuchar las loas y los juramentos que le hacen mientras rozan sus pieles. Intentan mostrarse tal que caballeros, después se irá a follar con el más guarro. ¿Y Doris? ¿Qué le habrá parecido nuestro regalo? Si estuviera en este momento aquí, acompañándome… seguro que me ayudaría a verlo todo bajo otra luz. O quizás la mejor opción pasaría por estar juntas en el Tannhäuser. Lo recuerdo tan gratamente… ¿Dónde se ha metido ahora mi chico? Hace rato que no lo veo; tampoco a la jaquetona. Maldita sea…”



Deberíamos volver…

Lisa: ¡Oye, Angustita! Tienes mala cara, estás sudando. ¿Te ocurre algo? ¿Cuántas copas te has bebido?

Angie: Demasiadas pocas aún. ¡Que te jodan! Estoy harta de tu suerte, de tus facilidades…

Lisa: ¡Eh, eh! ¡Para el carro! ¿Facilidades, yo, para qué? ¡Angie, que me conoces de sobra!

Angie: Por eso mismo. ¡Que te jodan y luego te vuelvan a joder! ¡No, mejor aún! ¡Que te jodan a la vez varias veces! ¿Es así cómo lo prefieres?

Lisa: Santa Madonna, pequeña; estás fatal. Por cierto, me ha parecido ver a Ermond acompañando a una tía súper pija al servicio y han entra… ¡Espera, ya entiendo! ¡Coño! ¡Qué putada, qué mamón! ¿Voy y lo saco de allí… o le meto este vaso por el culo, primero a uno y después a la otra?

Angie: Déjalo, no merece la pena. Sólo me estoy dando un homenaje de despedida mientras me hago cargo del asunto. Pero mañana habrá un nuevo comienzo, volveré a ser la Angie de antes, se acabó la tregua y el pacifismo. ¡Os vais a enterar! ¡JA! ¡Angie’s back!

Lisa: Si, back, totalmente back, pero larguémonos de aquí, será lo mejor para las dos. Lucio hace ya una hora que se marchó para abrir la disco, y hoy pincha Alex, “tu” Alex, el de los huevos del móvil, ¿te acuerdas? Seguro que se alegrará de verte tras tanto tiempo.

Angie: ¿Y Ermond? ¿Debería dejarlo aquí solo?

Lisa: Deberías, deberíamos… aquí, la única persona que se encuentra sola eres tú, mi cielo. Vamos, te sentará bien volver.

Angie: Te quiero Lisa, gracias. No conozco a ninguna otra persona con la que me lleve mejor. Dame un beso, anda…

Lisa: ¿Con lengua? Como quieras…Uuuummmm. ¿Qué tal?

Angie: ¡Uuuff! ¿Y si nos hacemos lesbianas y nos compramos un par de consoladores?

Lisa: No hace falta, nos podemos comer todo lo que queramos sin tener que descartar. Usar y tirar, babe. No dejes nada dentro que te pueda partir el corazón más tarde. Ponte guapa, nos vamos.

Angie: Debería saber interpretar su última mirada...