sábado, 19 de diciembre de 2009

Angie's Lava: Capítulo III

¡Hola de nuevo a todos!

¡Fin de semana y vuelve Angie con un nuevo capítulo! El frío es tremendo en todo el estado, pero en la ficción, se acerca la primavera. ¡Y nada mejor que una fiesta superpijaarchifrívola para presentar a las amigas de Angie! Ella es distinta...es como todas y a la vez auténtica; puede picar de aquí y de allá...al final, lo que la hace mover es su enorme corazón, una pizca de ingenuidad y el músculo decontrolado de su sexo.

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Disfrutad del capítulo; ¡¡¡ pronto más!!!


III- LA TEORIA DEL CHEF CHINO, LAS GAMBAS SIN PELAR Y LA BOMBILLA SOLITARIA




Angie llega tarde; todos se encuentran ya en el jardín, con los vasos de plástico en una mano y los deseos plastificados en la otra. La inquieren; los que menos, esperan su ensalada tradicional. Es la barbacoa de bienvenida a la primavera en el laberinto de la casa de campo de los Álvarez de Maza y no sé qué. Cuando hace acto de presencia sucede como de costumbre: silencio impulsivo en torno a su figura y olor a apetito anhelante sin género de sexo. Hay de todo: banqueros, hijos de banqueros, nietos de banqueros, madres de banqueros, putas y esposas de banqueros, putas madres de banqueros, y algunos ahorradores que aspiran a ser banqueros. Y un par de niñas guapas. Está algo nublado.



Lisa: Mira la guarra cómo llega, con ese estilazo, tarde, dando saltitos y además con la cara de haberse tragado ya el refrigerio, de venir bien nutrida. ¿No tiene ahí algo blanco colgando?

Bertha: No seas burra ni envidiosa. ¡Clara, pásame un poco más del Protos!

Lisa: ¡Hola, Angie! Tarde, ¿no? ¡Oye! ¿Ahora se lleva así el rímel? Pareces más chinita aún.

Angie: Ya te contaré después cosas sobre los chinos. Anda, ven a la cocina y ayúdame a preparar la ensalada.

Lisa: ¿Cómo? ¿La traes sin hacer? Claro, la habrás dejado para última hora, igual que siempre, y te habrá surgido un imprevisto, como casi nunca.

Angie: Qué sabrás tú…por cierto, me han dicho que te pareces a una actriz muy famosa, una suiza, no recuerdo el nombre, pero era algo así como Raquel o Rahel, creo… De lo que sí me acuerdo es que el tipo ese me dijo que para los sesenta y pico años que luce se conserva de maravillas, y que tiene unas tetas naturales buenas, buenas; para hartarse de chupar.

Lisa: Sus muertos y tus muertos. ¡No te jode! Y mírame bien las tetas, no hay cuatro iguales.

Angie: Ya, ya…Toma, ve colocando los langostinos alrededor.

Lisa: ¿Eh? ¡Qué joía! Como tú ya habrás pelado lo que tenías que pelar ahora quieres que los demás nos encarguemos del resto.

Angie: Lisa, chochete mío, es una nueva receta, es del chino que mencioné antes. Y sí, hace nada me he comido un pedazo de polla que me ha atravesado la campanilla y me ha embadurnado toda la boca de leche. De hecho, ahora no tengo ni una pizca de hambre.



Lisa se queda mirándola fijamente con un crustáceo en cada mano. Bajo su expresión de perplejidad se esconden unas gotas de sorpresa, unas ramitas de admiración y mucha sazón de envidia.



Lisa: Hija de puta. ¿Será verdad?

Clara: Hola chicas. ¿De qué habláis?

Angie: De una nueva manera de servir la ensalada. ¿Sabes? En vez de pelar los langostinos se sitúan en el plato formando un círculo, tal cual, y el más grande es el único que se descascara para coronar el centro. Me lo dijo un chino.

Clara: Venga, Angie. Suena a excusa de polvo exprés. ¿Hay más hielo en el congelador?

Angie: Sí, creo que algo queda. Y parece mentira que no estés aún al corriente de que yo para menos de una hora no me bajo los pantalones ni me subo la falda. Y pasando de preliminares, están sobrevalorados.

Lisa: Escúchame con atención, guapetona, si vas a olvidarte de ellos cuando te pones ahí a darle duro al asunto, debes estar muy segura de que va a tratarse de un buen nabo lo que te perforará el chomino en breve. Entonces ni la lengüita, ni los dedos, ni el pollón de un negro judío de plástico tienen nada que hacer. ¡Directos al meollo!

Angie: Ejém…sí, claro. ¡Ya está! ¿La llevamos al jardín de los Álvarez de la puta Maza en Flor y Osea?

Clara: Eres la leche, Angie.

Angie: La leche….uuummm ¡Qué gustosa! Chicas, pasad también de las desnatadas y los triglicéridos. Leche alemana, de sus verdes prados, la mejor.

Lisa: Estás como una puta cabra, y española, pero me encanta. Vamos afuera.



Y cayeron todos los medallones, las costillas, los Chateau La Tour, las cervezas de importación, los entrecots, los quesos suizos… incluso la ensalada. Cada uno se peló sus langostinos, menos un quisquilloso catedrático de inglés que por no estropear su exquisita colonia de mano se quedó sin probarlos. El mayor, el del centro, fue para Alex, el nuevo técnico de sonido de la sala de conciertos y copas de Lucio, un buen “pájaro nocturno”, amante ocasional de su jefa Charlotte y “hombre de las golosinas” los días señalados. Aunque ellas conocían a Alex del Trafalgar, el chico se bautizaba en esta clase de actos sociales.

La casa es de las que quitan el hipo: cinco cuartos de baño, piscina en el jardín (aún por llenar), piscina en el interior climatizada, spa, garajes, azotea, porche, gimnasio, sala de lectura y cine, una cocina inmensa, tres terrazas y muchas habitaciones para huéspedes. Tras la barbacoa no queda ninguna libre: las parejas se tumban a digerir el copioso almuerzo, pero resultaría difícil en caso de necesidad encontrar a cada cual con la suya. Las niñas siguen en el césped, sentadas en torno a una mesita plegable, echando una “partida de móviles” al resguardo de una sombrilla.



Bertha: Bien, ¿a cuánto asciende la apuesta de hoy?

Clara: Pues, como hace ya casi dos meses que no jugamos, 100 euros no estarían mal, ¿no?

Lisa: ¿100 euros? ¡No me jodas! ¿Es que no has encontrado nada fiable? 300 como poco, que es el estreno de la primavera.

Angie: Hecho, acepto. Se os van a caer las bragas.

Clara: ¡Hey! Si Angustita los ve, yo también.

Bertha: Ahora vuelvo, voy a ganármelos.

Lisa: ¡Guarra! No tardes o empezamos sin ti. Te damos diez minutos.



Bertha se gira en el portón de la planta principal y les sonríe, abre su boca al máximo, se pasa la lengua por los labios, los cierra y se mete sus dos pulgares, mamándolos al unísono.

Regresa a los nueve minutos, con un vaso de agua fresquita, y arroja seis billetes de 50 al centro de la lámina de madera rusa.



Bertha: ¿Comenzamos?

Angie: Buen provecho, nena. De acuerdo, 30 segundos para elegir la foto y poner el móvil sobre el dinero. Gana la polla más gorda y grande. A ver… ¡ya!



Los segundos transcurren enseguida. Bertha, Clara y Angie dejan caer sus móviles justo a tiempo en la mesa. Lisa se ha hecho un lío con las carpetas de imágenes y no encuentra la foto adecuada. La indignación la corroe.



Lisa: ¡Mierda, mierda, mierda! ¡Que estaba por aquí, coño! ¡Me cago en la puta polla del Enrique! ¿Dónde se ha metido?

Angie: El tiempo se esfumó. Lisa, estás eliminada.

Lisa: ¡Y un carajo! Mi polla juega. ¡Chocho de cabra loca, con lo que me costó ponérsela tiesa al brasileño!

Clara: Las reglas son las reglas. ¡A chuparla!

Lisa: ¡Pero si el dinero me da igual! Lo que pasa es que no os vais a creer que el Enrique y yo…

Angie: Ya, claro. ¿Y cómo pretendes convencernos de que es la del Enrique? ¿Es que lleva acaso su nombre tatuado en el cipote?

Clara: ¡Venga, fuera! ¡A tomar por culo de una vez, tía!

Lisa: ¡Jo! Si al menos…

Bertha: Veamos las fotos…uufff. ¡Vaya! ¡Qué elementos! Habéis sido buenas, ¿eh? ¡Coño de Dios! ¡Angie! ¡Qué es esto! ¡La Virgen puta! ¿De dónde la has sacado? ¿De una película?

Angie: ¡Sí! Bueno, casi. Hace unos días fui al cine con él, charlamos y como estábamos sentados bajo la única bombilla que funcionaba en la fila trasera, pues… de tanto hablar y usar la lengua… ya sabéis, aprovechamos esa lucecita para inmortalizar el momento.

Lisa: ¡Esta gana! ¡Esta gana! ¡Sin duda! ¡Son de las que si consigues metértela entera en la boca te quedas sin respiración, o te entra fatiguita! ¡Me encantan!

Clara: ¿Y se puede conocer de quién es este ejemplar, quién es ese “él”?

Lisa: Es la de un chino, el que le ha pasado la receta de la ensalada sin pelar.

Angie: ¡Qué va! El chino en verdad sólo es un personaje de la película, el dueño de un restaurante en Manhattan al que va mucha gente sin saber por qué, y es porque utiliza en sus platos una mezcla secreta afrodisíaca que elabora con el jugo de la cabeza de los langostinos. Pero la gente no tiene ni idea de lo que come, sólo que después de tomar algo allí, follan como locos durante un par de horas y claro, vuelven y vuelven al restaurante, y tiene un éxito tremendo hasta que…

Lisa: ¿Era una porno?

Bertha: Pues para estar entretenida con otros asuntos, te enteraste bastante bien del argumento.

Angie: Capullita, el argumento lo leí al salir del cine en la sinopsis que te dan en la taquilla. Trae para acá todos los billetes.



Tras la merienda y unas copas en el “Salón Argenté”, la multitud comienza a colocarse bien los escudos, las corbatas, los postizos y las formas. Se van a figurar a un nuevo zoco. Angie está apurando una última cerveza, junto a Alex.



Angie: Gracias, guapo. Toma tus 150. Si te parece, te vuelvo a llamar para que me envíes otro archivo cuando organicemos la siguiente partida. Después de la polla vienen los huevos. ¿Cómo los tienes?

Alex: Creo que te gustarían. Pero Angie, mejor me das un toque el sábado o el domingo y te monto en mi flamante Suzuki; me la entregaron justo ayer. Pensarás que es una bobada, pero me hace mucha ilusión probarla contigo. Te subes y nos vamos a un lugar que conozco bastante solitario y ruinoso, con un extraño faro del que aseguran los lugareños que esconde el enigma de unos amantes inmortales. ¡Qué chorrada! ¿No? Pero igual les hacemos un favor logrando desenmarañar el misterio. ¿No crees?

Angie: Puede.

sábado, 12 de diciembre de 2009

Angie's Lava (Capítulo II)

Comienzan las aventuras...cuatro años antes.

Angie se ve inmersa en una "operación rescate" originada por un pastel alemán muy truculento, junto a una pareja de la policía local, una señorona, su perro y el Porsche Cayman rojo que la escolta en todas sus andanzas.

¡Pasad un buen rato, en el sentido más amplio del término!

Como siempre, recuerdo les enlaces a la obra completa (y gratis) para su descarga o lectura:

http://www.bubok.es/libro/detalles/14039/quotAngies-Lavaquot

http://www.librovirtual.org/lectura.php?obra=NOV0107




Casi cuatro años antes…


“…la magia existe, pequeña. Si cierras los ojos y te esfuerzas, seguro que puedes transformar el nabo de plástico que escondes en el sombrerero en una auténtica polla de negro judío.”




II- APFELSTRUDEL



El buen tiempo había llegado de golpe, adelantándose a la primavera, sin sembrar los días con esas luminosas pistas que tan bien saben interpretar las esforzadas amas de casa para prever la hora del cambio de ropa en los armarios. Los calores campaban a sus anchas sobre la ciudad, pegándose a las construcciones irregulares. Todo le parecía a Angie demasiado prematuro, ni siquiera había tenido aún la ocasión de llevar a revisar el aire acondicionado de su casita rodante, su magnífico y querido (por los gratos recuerdos acumulados en los últimos dos años) Porsche Cayman rojo, que un atardecer de no hace mucho la dejó a los pies de sus sudores carnales mientras se encontraba junto a un piloto transalpino de altos vuelos y distraída polla en plena faena de dirección de casting, su nueva y más entretenida actividad laboral tras abandonar la docencia definitivamente.

Esta noche, después de pasarse por la casa de su amiga Doris para recoger un delicioso pastel de manzanas que le había preparado con su toque secreto, Angie recorre las calles que la alejan de los buenos barrios con la música a todo volumen camino de su palacete: el Cayman ruge y los rockeros quieren comenzar una guerra contra las chicas mal encaradas:



“I’ve got a war, baby, I’ve got a war with you.

I’ve got a war, baby, so whatcha gonna do! Let’s go!!!”



- ¡Eso, vamos! ¡Venid a por mí, tíos! A ver si me pilláis. ¡Ja!



Angie canta junto a Biff, Raldo y los suyos, las dos manos en el volante, golpeándolo con los dedos y pisando cada vez un poco más a fondo. Su mirada se encuentra fija en el asfalto, pero la vista busca sin cesar la pantallita del móvil que sujeta entre sus piernas en espera de un mensaje que le cambie el rumbo a la noche. Mañana puede entrar más tarde, sólo tiene papeleo y algunas llamadas pendientes por hacer.



“I’m a rock’n’roll asshole and you’re my fuckin’ bitch, yeah!”



En el asiento contiguo, un cuaderno de notas marrón y una pequeña ampolla de un exótico aceite para el baño van meneándose de un lado al otro igual que las caderas de una groupie embutida en cuero negro camino del backstage con la idea de extraer todo el jugo a sus ídolos.

El rabillo de su achinado ojo derecho percibe los movimientos demasiado bruscos de la botella y alarga la mano, cogiéndola justo en el momento que se lanzaba como un mosher de club nocturno hacia la alfombrilla del piso. Angie se queda analizando unos segundos aquel diminuto recipiente sudoroso en la palma de su mano salvadora:



“Me dio uno ya abierto. ¡Bah! Para probarlo cuando surja la ocasión… ¡No llenaré hasta arriba la bañera y punto! Aunque juraría que al entrar en la cocina lo vi nuevecito. Cosas de Doris; como buena alemana querrá ahorrar al máximo.”



Está ágil – tantas horas de gimnasio no sólo le sirven para poseer el mejor culo de entre “las niñas” de la movida– aunque esta vez el rabillo de su otro ojo, el izquierdo, más rasgado aún si cabe, se tragó toda una señal de “stop” durante la “operación rescate” del elixir afrodisíaco. Da igual, la sirena de un coche patrulla situado al acecho junto a unos contenedores de basura ya se encarga de aventurarle que la noche guarda para ella todavía mucho en su vientre. Muchísimo.

Angie mira por el retrovisor, baja el volumen de la música y detiene el coche unos metros más adelante.



“¡Dios, lo que me faltaba! A ver, no hay por qué preocuparse, sonríe como tú sabes, Tita” - la ventanilla desciende dejando entrar en el Porsche parte del calor nocturno mezclado con colonia de “sudor de madero”. Sin permiso, cabeza y casco del agente se apresuran en seguir a esa fragancia tan de película de sesión golfa: se ha metido dentro de ella.



Agente 1: Buenas noches, señora. ¿Su permiso de conducir por favor?



“¡Señora! ¡Otro más! Tanto respeto le resbala a estos 44 añazos de atractivo natural que podrían pasar perfectamente por 32 ó 33, ó 24. ¡Qué educados se vuelven todos cuando me ven!”



Sin dejar de sonreír, apaga el motor, controla la extensión de su escote, endereza sus hombros para que el “botón guardián” de sus pechos sufra un poco más y se aparta el mechón cobrizo de la frente.



Angie: Disculpe, agente. ¿Hay algún problema? ¿He cometido alguna infracción sin darme cuenta?

Agente 1: ¿Me va a decir que no ha visto la señal de stop? Por favor, los papeles. Y salga del coche.



Buena proposición; ella sabe que de cuerpo entero tiene más posibilidades de escapar ilesa del percance. Abre la guantera, coge la documentación y guarda el frasco de Doris con el propósito de ahorrarse explicaciones. Pero el otro agente la está observando por la ventanilla del copiloto y da unos golpecitos en su cristal, señalando la guantera; le hace gestos con los dedos simulando que abre una botellita.



Agente 1: ¿Sería tan amable de mostrarme lo que acaba de esconder con tan poco disimulo?

Angie: Lo siento, pero no he escondido nada. Sólo ordenaba mi coche. ¿Está prohibido?

Agente 2: Mejor estese calladita y entregue esa botella. ¿Bebió mientras conducía?

Angie: ¡Háganme la prueba si quieren! No pretendo ocultar nada. ¡Por Dios! ¿Es que no tienen otra cosa más heroica que hacer esta noche?

Agente 2: ¿En serio que tiene ganas de soplar?



Los dos polis se miran por encima del Cayman rojo sonriendo. Sus botas, porras y reglamentarias parecen crecer junto a su ego de machos uniformados, pasando la documentación y los celos burocráticos a un segundo plano. La prioridad ahora es someter a esa boquita.

Angie se decide finalmente a salir del coche, iluminada con cierta impaciencia por los focos dispuestos a lo largo de la calle: en primer lugar se asoman sus preciosas uñas rojas al aire en el extremo de unas sandalias italianas de plataforma, los tobillos van tirando de sus largas piernas comprimidas en tejanos raídos con tachuelas sobre las costuras de los bolsillos, les sigue piel tostada descubierta alrededor de un ombligo geométrico, a continuación una fina blusa color crema con tiritas verticales algo más oscuras, el botón que
parece no poder más evitar el escape de sus majestuosas tetas y el cuello abierto mostrando su perfecta clavícula, antesala de los ojos oliva más brillantes que uno pueda imaginar. Los policías han estado contemplando la puesta en escena como si de un proceso a cámara ultra lenta se tratara. Cuando Angie se encuentra firme junto a ellos, en pie, sonriendo, la cabeza ligeramente ladeada y la punta de su flequillo liso mezclándose con las pestañas, los dos dan a la vez, y sin darse cuenta, un saltito hacia atrás. Tampoco han percibido que en ese proceso de presentación lisérgica el frasco ha pasado de la guantera a su mano como por arte de magia.



Angie: Aquí lo tienen, para que vean que es totalmente inofensivo a la correcta conducción por la vía pública. Si me he saltado una señal o un semáforo, lo lamento, ha sido un descuido. Prestaré más atención, se lo aseguro.



El cuerpo de la ley sigue impresionado, y es el agente al que conocemos como número 2 el primero en reaccionar, aunque balbuceando.



Agente 2: No…no…esto…no se preocupe, señorita (¡ajá!). Puede pasarle a cualquiera. No hace falta que…

Agente 1: Sí, no es necesario, si…si… continúe si lo desea, no pretendemos importunarla. El stop…igual no estaba ni tan siquiera vigente, del todo. ¡Comprenda, por favor, que actuamos en pos de la seguridad de los vecinos!

Agente 2: Por su seguridad.

Angie: ¡Claro, claro! Muchas gracias, son muy amables. Les prometo que prestaré más atención, aunque deberían dejar expresarse a los pobres e indefensos ciudadanos antes de prejuzgarlos, si me permiten el consejo.

Agente 1: Es cierto, pero no se imagina la gentuza que se mueve por aquí a estas horas de la madrugada. Si no somos directos, la cosa se complica.

Agente 2: Tenga una buena noche. Con Dios.



Y le abre gentilmente la puerta, inclinándose en un saludo que pretende ser cortés, pero que más bien se asemeja a un dolor lumbar en un intento de inquirir hasta dónde le llega el canalillo. Al contemplar tan tierna escena, Angie siente algo de lástima por lo indefenso que se han mostrado con sólo clavarse ante ellos. Al fin y al cabo estaban cumpliendo con su labor, como unos gallitos, es cierto, pero ahora parecen peluches en sus manos. Podría ofrecerles algo del pastel de manzana que guarda en el maletero; conviene tener amigos hasta en el purgatorio.



Angie: Un segundo, agentes. Tengo algo detrás que quizás les apetecería probar. ¿Tienen hambre? Por los malentendidos…



Los dos agentes se vuelven a mirar, desorientados. Sin mediar palabra, atraídos por un magnetismo que no les enseñaron a combatir en la academia, se dirigen a la parte trasera del Porsche, de donde la chica ha sacado una bandejita cubierta con una lámina de papel de aluminio. La retira y descubre un rollito de Apfelstrudel. El agente más alto le aparta el brazo a su compañero y agacha la cabeza para comer directamente de la mano de ella. Se introduce todo lo que puede en la boca hasta que sus labios rozan los dedos de mujer, la cierra y muerde, reincorporándose muy despacio con los ojos vueltos, degustando el inmenso bocado. El otro oficial, algo más menudo pero muy atlético, observa sorprendido la escena. Tras unos segundos en blanco, comienza a imitar a su pareja. Entonces, justo cuando va a engullir lo que queda del rollito, para repentinamente al percibir cómo el otro poli se dobla de placer, o de dolor, y se agarra el paquete con ambas manos. A Angie, sobrecogida, se le cae al suelo el trozo restante del pastel.



Agente 1: ¡Oh, Dios mío! ¡Mis huevos, se me están hinchando! ¡Me van a explotar! ¡Uuuffff!

Agente 2: ¿Qué te pasa, Sancho? ¿Son los gases? ¿Te molestan de nuevo?

Agente 1: ¡Nooooo! ¡Ay! Y la polla… ¡No me la aguanto! ¿Qué me has dado, zorra?

Agente 2: ¡Queda detenida! Tiene derecho a…

Angie: ¡Deje de decir sandeces y ayude a su compañero! Yo no le he dado nada, es un pastel, so imbécil.

Agente 1: No puedo bajarme la bragueta, parece que está enganchada. Y necesito sacarla ¡Mierda! ¡Cómo me arde! ¡Ayúdame, Julio, con la cremallera, joder! ¡Qué alguien me la sople!

Agente 2: Señora, por favor… ¡Haga algo, que es mujer!

Angie: ¡Ni hablar! Inténtelo usted mismo. No creerán que soy tan ingenua.

Agente 1: No es ningún truco. ¡Lo juro! Se me ha puesto una polla que o sale o se me parte. Nunca me había empalmado de este modo. ¡Ayúdeme, por favor! ¿Será un ataque repentino de alergia?



Angie, cada vez más convencida de que el tal Sancho y sus alaridos no son parte de un vetusto plan, opta finalmente por echar una mano; se arrodilla frente al enorme bulto e intenta con cuidado bajar la bragueta del pantalón gris al poli de erección monstruosa sin suerte alguna. Julio se le une en la tarea, pero todo esfuerzo resulta infructuoso.

Una señora de unos sesenta años, elegantemente enfundada en verde botella y chal como si volviera de una boda de alto copete y no hubiera tenido aún ocasión de cambiarse, rubia, con buen porte y labios repintados, se aproxima calle abajo. Su caniche blanco con cara de malas pulgas olisquea las farolas y la arrastra hasta el lugar de los hechos. Al contemplar lo que le parece una mujer y un hombre trabajándose algo meritorio de un tercero en pleno acerado público, siente curiosidad por la escena, se arrodilla también y pregunta.


La mujer del perro: ¿Qué sucede agente? ¿Tiene algún problema? ¡Santa Eulalia! ¿Qué tiene usted ahí dentro? ¿Se le ha metido una rata o algo así?

Agente 2: ¡Un respeto señora! ¡Que está sufriendo! ¿No ve que necesita desahogarse y no le baja ni el pantalón ni la cremallera?

La mujer del perro: ¡Virgen del Monasterio Sagrado! ¡Qué aprieto! ¡Espere, en mi bolso tengo unas tijeras, pequeñitas! Creo que servirán.

Agente 1: ¡Oiga! ¡Cuidado con esas cosas! No vaya a pinchar carne.

La mujer del perro: ¿Carne? Si se diría que en lugar de rabanillo tiene una botella de medio litro recia como el acero. ¡Santa Lima de los Polvos Áridos! Pero no se preocupe, andaré con cuidado: le rajaré los laterales.



Y la sesentona obra en consecuencia. Primero la pernera derecha, luego la izquierda, después justo por encima de la bragueta, y para rematar la maniobra da un tirón a la tela, saliendo toda la parte frontal del pantalón de golpe. A la vista quedan unos bóxers de caballitos y herraduras pringosos, multicolor, y un majestuoso cipote emergiendo por encima del elástico de los calzones. A Angie se le viene repentinamente al paladar el recuerdo de la dulce carne oscura de Totó, ese “chófer aparca chicas” que hace algún tiempo solía acompañar a sus amigas y a ella en sus salidas nocturnas.



Agente 2: ¡Se va a correr otra vez!

Agente 1: ¡Me voy a correr otra vez!

Angie: ¡La leche!

La mujer del perro: ¡Toda para mí! Y acerca la boca al ciruelo mientras le baja los bóxers, apareciendo un tremendo mazo lleno de venas, más ancho por el centro que en la base, enhiesto, apuntando hacia el cielo, con ganas de gritar. Abre la boca para que le caiga toda el jugo dentro, pero el impulso del nabo al correrse envía la lefa a la cara de la mujerona, concretamente a sus ojos, resbalando las pestañas postizas que estrenaba para la boda de su sobrino restaurador mejilla abajo, hasta caer al suelo. El caniche, que había estado entreteniéndose con los restos del Apfelstrudel, comienza a darle lengüetazos a los postizos, relamiéndose el hocico tras degustar el semen policial.

La verga sigue dura, no hay manera de bajar la erección, y la anciana no piensa desaprovechar tal oportunidad. ¿Cuándo volvería a encontrarse ante una barra sin fin como aquella? Chupa y masajea con desenfreno, escupiendo saliva para mojarla y que no se le irrite ante tanta fricción. Está a cuatro patas, el atlético agente Julio comienza a desear el pandero redondo como una torta gallega de la anciana; sin necesidad de probar el pastel. Pero debe competir con el pequeño chucho blanco, que ha dejado de chuparse el sexo y ahora pretende montar a su dueña, llenándole el verde botella de leche animal. El policía le da un puntillazo y manda al perro a hacer puñetas: es su turno.

Angie, que no puede evitar sentirse acalorada, reconoce que sobra en ese intercambio loco de fluidos: da media vuelta y se dirige a su Porsche. Cuando llega, encuentra al caniche junto al guardabarros, jadeando, mirándola con ojitos tristones.



Angie: ¡Qué penita, mi cielo! No te preocupes, seguro que en casa te dará mamuchi otra oportunidad, cuando su marido se quede dormido y ella no sepa cómo borrar las imágenes de su aventura sorpresa. ¡Dios santo, vaya fauna nocturna anda suelta a estas horas!



Sube al Cayman, lo arranca, pone música - el cd que había dejado a medias - y suena “Let’s Go To Hell” de Backyard Babies, nada más apropiado para ese momento. Por el retrovisor observa cómo el policía insaciable embiste a la dama, que ha perdido los tacones, contra el capó del coche patrulla, le abre el vestido, la inclina, estrujando sus blancas tetillas sobre la chapa recalentada del vehículo, y comienza a darle por el culo mientras le mete la porra por el coño; la boca la tiene ocupada tragando la polla del otro agente. Angie le baja el volumen al rock ‘n’ roll tras sentir la vibración de su móvil; acaba de recibir un mensaje de su buena amiga Lisa.



“Hola, guapa. Estamos en Trafalgar. Lucio nos ha invitado al concierto de Safari Cowboys y ahora estamos tomando unas copas en su camerino. Son muy simpáticos. ¡Tranquila! Aunque se ve poco por el humo, creo que todos llevan los pantalones puestos. Aún. ¿Te acercas? Les he hablado de ti y quieren conocerte. ¡Venga Angustias! Te voy pidiendo una cerveza...”



Angie sonríe, guardando de nuevo el móvil entre sus muslos; canta en voz alta mientras piensa y conduce a buena velocidad por las calles demasiado desiertas para no ser tan tarde.

Pasados unos minutos detiene el coche en seco; desciende, se dirige al maletero, lo abre y coge el otro rollito de manzana aún intacto. Al contemplar el dulce mágico de su amiga no puede evitar volver a sonreír; sus ojos se le inundan con aquel brillo suyo tan propio– ahora lo entiende todo: de ahorradora nada, más bien generosa con los condimentos. Se encoge de hombros y le da un pequeño mordisco en una esquinita, arrojando a continuación el Apfelstrudel sobrante a la cuneta.

El coche brama tras realizar un giro decidido de 180º grados, no quiere que se le caliente la cerveza en el Trafalgar. El Cayman y Angie aceleran y se meten en la boca de la noche.



“She’s back and loaded!”

martes, 8 de diciembre de 2009

"ANGIE'S LAVA" (Capítulo I)

¡Un saludo a todos!

¿Os habéis puesto lo suficientemente atractivos y atractivas como para recibirla? ¿A quién? ¡Pues a ella! ¡A mi querida Angie! La  mujer que seguro que se te ha cruzado en alguna ocasión en el mercado, saliendo de los servicios de un pub o intentando sacar unas llaves que se le cayeron por una alcantarilla junto a una gasolinera. ¡Sí, es ella! NO HA NADIE COMO ELLA. ¿Y por qué pienso de este modo? Pues...la conozco, la he vivido; existe. Y con un "mucho" de fantasía y un "bastante" de realidad, paso a contaros su historia (con su beneplácito y risas cómplices, entre otras muchas cosas...) empezando por el segundo libro, más que nada para ser algo original. Después os publicaré la primera entrega y más tarde, si así lo queréis, la tercera y definitiva parte.

Aquí va el primer capítulo de "Angie's Lava". Os va a gustar seguro...aunque más vale leerlo con una bebida bien fría a mano y junto a alguien que os pueda ir reponiendo los cubitos de hielo.

¡Pasadlo bien y contadme qué tal!

¡Ah! Si no queréis estar cada semana en un sinvivir esperando el siguiente capítulo, os podéis bajar el e-book gratis y muy fácilmente en:

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Y ahora sí, primer capítulo...


I- LAS DOS MITADES DE UN CUERPO DE LUNA


En la percha de la entrada deja suspendido el anorak y los grados de menos de la lluviosa noche. Su casa siempre la espera fresca en verano y cálida en invierno; con cierta frecuencia piensa que aquella dulzura atípica pretende que le muestre parte de su tostada piel a todas horas como tributo por conservarla inquebrantable al paso de los años. Le reconforta esa sensación cada vez que cruza el umbral. Es casi lo único que encuentra.

Angie se desnuda mientras enciende velas aromáticas en el pasillo: el vestido gris perla resbala por su cuerpo quedando en el suelo del revés; más cera en el salón: un sujetador violeta transparente cae sobre el busto de piedra báltica de su ex esposo; y en el cuarto de baño: el tanga se rocía con las gotas que yacen en el jabonero. Las uñas de sus pies de espuma se asemejan a máculas de sangre sobre el blanco mate de sus huellas. Queda otra vez frente a sí misma, contemplándose como aquel viernes. Entre esa penumbra, resultado del juego caprichoso de las llamas, le parece que su figura la tiene rota en dos mitades: una jovial, tersa, feliz, erótica; y otra cansada y seca. ¿Cuál de ellas devoraría más espacio en un futuro próximo e incierto? No conoce la respuesta a ese enigma, ni a las preguntas que cerraban aquella carta que él dejó en ese mismo lugar, bajo el espejo, junto a la Fresia (ya no hay flores), antes de desaparecer de improviso la noche que debía convertirse en una de las más felices de sus vidas. ¿Por qué lo sigue recordando entonces con tal zozobra como si todo hubiera sucedido ayer?

Lo juzgó culpable por su ruin abandono.

1, 2, 3, 4 y hasta 5 Heineken cree llevar bajo su piel madura tallada a golpe de besos y abrazos incompletos. Se gira un poco hacia la izquierda para apreciar la curva de su talle descender hasta las caderas; su lugar preferido, donde él encajaba la mano durante los paseos entre anónimos, por donde la sujetaba cuando el apremio le exigía probar su delicadeza interna. Interior lustrado a base de caricias efímeras, de tener que soportar la constante añoranza de revivir entre gemidos propios y extraños el olor de su saliva por su vientre y cuello. “Ser” es “ser”, pero se es menos si se es de otros. Aún siente un agrio rencor por su manera de dejarla, pero lo echa en falta incomprensiblemente, hoy más que nunca. Tendría que existir una explicación, un raciocinio a esa pregunta final, a ese desenlace; debería ser incierto todo lo sucedido. O no; pensaba que ya había superado aquella falacia. ¿Regresan las nubes a sus formas originales? Hay una que no podrá jamás. No se culpa a ella misma por revivir a estas alturas todos esos momentos; es el alcohol, tan puñetero en su fase de retirada tras la euforia.

Así permanece varios minutos, observándose en el espejo, buscando en él parte de su optimismo, absorta, hasta que el timbre de la puerta la libera de las ensoñaciones. Sin saber por qué, recuerda en ese preciso instante que ha subido sin el bolso. Menos mal que Lisa siempre parecía guardarle las espaldas, y eso que es la más alocada del grupo; sobre todo ahora con la visita de su brasileño, por cierto, el único hombre invitado a la cena de “pre navidad”.

Conociéndola, no descarta que le entregue su Lacoste y a cambio, con una tierna sonrisa de niña antojadiza, le pida el cuarto de los huéspedes; si es así, pondrá la tele a buen volumen para que no la distraigan los grititos y los jadeos. De cama redonda ni hablamos, Lisa no lo permitiría. Este no es como el de otras ocasiones, Enrique significa su capricho personal y no está por la labor de compartirlo. ¡Años ha tardado en apropiarse de su tatuaje! Mejor de ese modo, hay algo en el final de la velada que le está resultando muy incómodo de tolerar. Rendida a esos pensamientos comienza a girar la llave.

Al reconocer la sombra expuesta por la bombilla del vestíbulo, Angie siente cómo la sangre acelera su trayecto a través de las venas hasta chocar sin freno alguno contra las paredes de su corazón.


- ¡Has regresado! Es imposible, deberías…

- Deberíamos. Angie, estoy aquí porque te necesito. Aquella noche en la cabaña… es hora de aclarar muchas cosas, de justificarme; no lo pude hacer en aquel momento, no era el adecuado, y adopté la decisión errónea. Si dejas que me explique lo entenderás, al menos en parte, lo suficiente para que podamos de una vez por todas descansar los dos; a más no aspiro. Fui yo, sí, aunque tenía mis razones. En el escrito no supe expresártelas de una manera lúcida; me hacía falta perspectiva y tiempo. Todo el del mundo. Si me permitieras…


La frase queda en el aire. “Los que merecen irse terminan regresando, de cualquier forma y a pesar de las distancias”. Angie cierra la puerta sin estridencia pero con seguridad, dejando aquella insólita aparición al otro lado del marco de su vida. “¿Es posible lo que acaba de suceder?”. No se ve preparada para asumir el alcance de su retorno, tan súbito e inverosímil como su marcha hace ahora dos inviernos.