domingo, 24 de enero de 2010

Capítulo 6: Hoja arrastrada por la cellisca

Por cierto, no sé si ya os he comentado que la foto de inicio, la del vaquero, es de la auténtica Angie...

Bien, vamos a lo que vamos: nuevo capítulo, nº 6. En este, los dejamos solitos a los dos, a Ermond y a Angie, en su cabaña del bosque, un lugar ahora cálido pero que más adelante se convertirá en el escenario tétrico de sus subconscientes. Pero eso será más tarde, estos días están pensados para comer con los dedos y sin servilletas, ni papel...el papel mejor para otros fines.
¡Buen provecho!

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VI- HOJA ARRASTRADA POR LA CELLISCA

Se agolpan contra el ventanal las densas gotas de una borrasca repentina cual muchedumbre necesitada del aire luminoso de aquella habitación. Están nerviosas ante la fortuna de poder saciar la inquietud que en ellas despiertan esos elegidos por un Dios olvidadizo, maniático, velador de tremendos finales inesperados, distintos para cada uno de ellos. Pero su vida es breve, insuficiente: el corto tiempo que perdura el agarre antes de que se deformen al resbalar por el cristal húmedo de un noviembre áspero, empapándolo más aún y abriendo sitio a nuevas gotas con renovado asombro.

Angie las contempla desde el interior, sentada en el alféizar; pretende recontarlas como quien suma las odas victoriosas. Lo echa de menos. Dirige la vista hacia la cama para comprobar que sigue allí, durmiendo, con su guardia flotando sobre él. Hace apenas minutos se encontraban exhaustos el uno en el otro, desgravitados y sin prisas, tal como habían aprendido a quererse. Un ligero escalofrío recorre su hábil desnudo y aprieta las rodillas contra su pecho; se cierra la manta sobre los hombros que han iniciado ya el desgaste de la efervescencia.

La escasa luz de las velas esparcidas por la cabaña reflecta en las paredes sombras semejantes a un público febril en los vomitorios de un teatro griego; enanitos negros y amarillos abrumados ante la tragedia que han de presenciar. Ese es su temor.


“Me ha supuesto tanto esfuerzo reconocerme a mí misma, respetarme tal como soy, librarme de las malas enseñanzas, tragar el sabor de lo caduco, sentirme mujer y persona, confiar en alguien, admitir la grandeza del placer…”


Lleva el dorso de las manos a su nariz con la idea de memorizar el olor recogido, por si algún día le hiciera falta recordar ese aroma al volver a casa y él ya no estuviera. Es todo lo que percibe, el suyo propio ya lo perdió al utilizarlo como refugio subcutáneo a modo de tatuaje indeleble.

Le resulta excepcional el cariz que estaban adoptando los acontecimientos desde que lo conoció una típica noche repleta de vapores, sorbetes y golosinas. Ahora, la sed de locura externa, los desafíos, los uniformes, la velocidad, han dado en parte paso a una retirada hacia un cariño enigmático para dos personas que no compartieron ni los juegos en el parque, ni los poemas adolescentes, ni el primer hurto.



“No sé si estoy cometiendo un error, pero resulta tan fácil dejarse llevar… Todo cobra sentido, como si fuera parte de un juego planificado por un Ser Supremo que se dedicara en sus ratos libres a dibujar círculos anómalos. Quizás deba reconocer que se trata del final de una etapa que me permitió diluir los viejos reproches a decisiones erróneas. Puede que ahora una nueva Angie se abra paso, más prudente y firme, capaz de exponerse a una relación crédula, huérfana de miedos, dispuesta a absorber todo lo que reciba, y a dar, ofrecerse a él. Su interés por mí así me lo exige.”



Tras almorzar en la casa rústica de un viejo conocido, cada vez más viejo, habían vuelto al bosque con la idea de corregir juntos el esbozo de lo que debería convertirse en el guión de su nueva película, con título provisional “Hulelm”, hasta que las risas, las miradas, los besos en la frente, en los labios, el juego de caricias… formaron los primeros remolinos en el exterior.



“Si me descuelgo… ¿terminaré arrastrada como una hoja en esta cellisca?”



Ermond se ha despertado y ahuyenta con las manos los restos de los sueños en su cara.



- ¿Estás bien, Angie? ¿Qué te sucede?



Se levanta y la besa en el nacimiento del cuello. Ella le coge sus manos para llevárselas a la mejilla.



- Estoy perfectamente. Sólo pensaba en lo a gusto que me encuentro a tu lado. ¿Sabes, Ermond? Es extraño…parece como si conociera ese sentimiento de toda la vida, y te puedo prometer que es algo nuevo en mí. Ni con Pablo ni con ningún otro hombre me he visto tan carente de miedos y prejuicios, tan segura.



Ermond le retira levemente la manta; pasa de la nuca a los hombros y le acaricia con sus labios la columna vertebral.



- Te quiero, Angie. Me gusta pasar el tiempo junto a ti, observándote; de alguna manera eres distinta y tú lo sabes. Me cuesta aceptar la existencia de una persona que conserve y regale tanto ímpetu, pero…seguirte resulta emocionante, y tu entrega sin mesura, cómo te expones…es auténtica valentía, son verdaderas ganas de vivir. ¿Te has fijado en la luna de hoy? Tan obscena y carnosa…



Angie percibe el calor de su torso al usarlo como abrigo en lugar de la manta, que yace en el suelo. Ermond deshace el abrazo para aclarar el cristal, pero el vaho se acumula afuera.



- ¿Te ha parecido entonces válida, la historia? Puedes ser franca. ¡No! Te lo ruego. Muéstrate ante este pobre aprendiz con toda tu dureza. Eso me hará comparecer de una forma más convincente cuando entregue el guión en la oficina. Aún dispongo de casi siete semanas hasta la reunión del equipo para cambiar lo que tenga que cambiar.

- ¿Cambiar? Yo lo tiraría directamente a la basura. Quiero decir… se ve que está trabajado, pero no va más allá del fruto de un par de buenas pajas mentales; típica literatura para “hombrecillos cultos”. ¡Vaya regalo de cumpleaños! ¿Y cómo pretendes que realice un casting a flores parlantes, sombreros con vida propia o perros con doble sexo? Estás…



Ermond se retira tres baldosines. La observa con aire sentencioso, introduciendo todas las palabras que se le ocurren en la vía abierta entre sus ojos de miel y los verdes olivo de la instructora. Y lanza una carcajada.



-¡Casi me lo creo! Te ha gustado, lo sé por cómo te acariciabas la frente mientras lo leías. ¡Anda! Vamos a meternos dentro de las sábanas, hace frío, ¿no?

- Como quieras, pero que sepas que me niego a realizar ese casting. Y si yo no lo hago, no habrá película.

- ¿Te puedo convencer de alguna forma? He estado haciendo gimnasia y…




Angie corta la frase tapándole la boca con su lengua. El cierra los ojos y se deja arrastrar.



- Dime, Tita. ¿Son ciertas las historias que se cuentan por ahí de ti?

- ¿Qué historias?

- Pues de todo tipo, pero abundan las de índole sexual. Eres una leyenda. ¿No lo sabías? Me gustaría conocer mejor a la persona con la que estoy.

- ¡Qué gilipollez! A la gente le encanta chismorrear.



El se incorpora para darle más peso a sus palabras.



- Angie, pocas mujeres poseen tus tobillos, tus piernas, tu culo, tu vientre, tus caderas, tus tetas, tu cara, tu cabello… ¡Tu coño! Yo diría que ninguna. ¿Me ama una especie de diosa? ¿Me lo puedes aclarar? No sé, dame alguna pista; serías la prueba de que existe otra dimensión.

- Estoy hecha de carne y hueso, creo que ya lo has comprobado.

- No me refiero a tu materia prima, sino a tu dualidad “cuerpo y espíritu”. ¿Me entiendes? Eres deslumbrante, tienes una fuerza arrebatadora. No dejas piedra sobre piedra. Y sé que a veces utilizas tu magia con nosotros.


- Es posible, pero te repito que soy tan real como cualquier otra. Si conocieras lo que ha sido mi pasado no te quedarían dudas. Acabo de cumplir 45 años, llevo 3 cuadrando mi vida. Cuando pensaba que lo había conseguido llegas tú, con tu atrevimiento, la falta de pudor a la hora de utilizar tu sutileza, tu creatividad y… ¡tu polla! Es cierto que últimamente he estado con varios hombres, pero te soy sincera si te reconozco que nadie me ha satisfecho de la manera que tú lo haces. Por una sencilla razón.

- Déjame que yo la diga: es amor y sexo indisolubles. Preciosa, cada vez estoy más seguro de que nos diseñaron el uno para el otro.

- Lo que se te ocurre… ¿Dónde te enseñaron a hablar así?

- Fue Charlotte.

- ¡Aaaah! ¿Saliste con Lotte, mi jefa?

- Pues… ¡Contéstame a esto primero!: un tipo nos relataba no hace mucho, durante las copas, tras una cena asquerosamente vegetariana, cómo la inaccesible Angie acompañó a su hotel a dos famosos tenistas una noche y subió con ellos a la habitación con la idea de comprobar las exactas medidas de la cancha de juego. Fue un “grand slam” fantástico ¿verdad?



Angie sonríe, le besa el pecho y lo empuja con los labios. El se desploma sin resistirse. Lo observa recostada de lado; con una mano sujeta su cabeza, con la otra le agarra el pene y comienza a masajearlo muy suavemente, quiere disfrutar de la cálida llegada de su rigidez.



- No sé lo que habrás oído por esos cafés de geniecillos, pero…estuve con ellos, es cierto; había comido un poco de un dulce alemán único, luego sucedió todo a una velocidad vertiginosa. Fue algo especial, sexo por sexo. No era la primera ocasión que me acostaba con varios hombres, pero esa noche resultó de una intensidad tal que…. cuando se dan las circunstancias, llega un momento en que caen todos los prejuicios y se actúa de manera muy primitiva. La verdad es que estuvo bien, me sentí saciada, ya sabes, recibes y das doble placer. ¡Y ellos estaban en forma!



El buen ejemplar de Ermond aborda la ebullición; el pene se esfuma dando paso a una adecuada polla. Ella sigue masturbándolo, a su manera tan especial: firme y lentamente.



- ¿Y tú? ¿Eres pura fantasía o tienes alguien que te inspire?

- Uuuuuummmm, Angie. Eres increíble. Me estás poniendo... ¿Qué me haces? ¿Quieres que te cuente cómo conseguí mi primer trabajo, mi primer guión, eso es?

- No estaría mal para empezar.



Ahora es Ermond quien actúa. Cierra los ojos al sentir la humedad del sexo femenino entre sus dedos. Lo confina en su mano, abre los labios con el índice y el anular y deja que el corazón presione el clítoris de su amante.



Al tomar la palabra le pasa los dedos mojados a Angie por la lengua para que chupe de ella misma.



- ¿Conoces la pequeña tienda del centro donde venden alfombras de Nebek, de un tal Daúd, junto al restaurante indio ese al que íbamos? Allí trabajaba una pipiola bastante linda, una francesa, que en ocasiones hacía de actriz secundaria para la productora. Pues entre alfombra y alfombra entablamos una buena amistad y… estas cosas a veces suceden así, sin planearse: una tarde que su jefe nos dejó solos para complacer a una vieja que necesitaba de alguien que le llevara unos tapices al coche, nos metimos en el almacén y echamos un polvo rápido de quitar el hipo; creo que estábamos hasta arriba de preámbulos. Después de eso no fui más a visitarla, pero ella tuvo la delicadeza de entregar a Charlotte mi guión y…

- ¿Y…?

- Pues que gustó y apoyaron el proyecto al máximo. Lotte quiso conocerme más a fondo y yo…le aclaré las ideas. Supuso un empujón importantísimo en mis comienzos dentro de este mundillo. ¿Es eso lo que deseabas oír?

- ¿Empujón, aclarar ideas? También te la has tirado, ¿no?

- ¡No! Conmigo sólo quería sexo oral. Era buena, pero no tanto como tú. Te toca.



Se hace un poco de afonía en la habitación que aprovechan para besarse en la garganta. Fuera sigue el viento rodeándoles.



- He dado clases de tango.

- Ya claro, y te follaste al profesor. Esa no vale, está muy trillada. ¿O la estás cogiendo directamente del cuadro de tu querido Kees Van Dongen que tenemos encima?

-¡No! ¡Y tampoco me follé al profesor! Fue Lisa quien lo hizo, yo me dediqué a…los urinarios eran los mismos para todos, cuando finalizábamos, lo primero que él hacía tras despedir a sus alumnos era ir a miccionar.

- Se dice “mear”.

- Pues eso, “mear”, como tú quieras; yo esperaba en el rellano y volvía sobre mis pasos como si se me hubiera olvidado alguna cosa, me metía en el wáter de al lado y escuchaba su meada. Por la potencia con la que soltaba el chorro le suponía un buen manubrio, entonces…

- ¡Buuufffff! ¡Eres temible! ¿Te atraen esos temas?

- No lo sé, no me detengo a pensarlo. Dejé hace tiempo de preocuparme por mis reacciones; no hieren a nadie, ¿no crees? ¡Oye! Se te está poniendo enorme. ¿Y a ti te excitan esta clase de relatos cochinos?

- ¡Que si me excitan! Estando tú de por medio… Como aumentes un poquito más el ritmo de la muñeca vas a ver lo que sucede.

- ¿Quieres que te cuente lo que me ocurrió un día al salir del gimnasio, de la “sala de máquinas”? Había un tipo calvo, estaba cuadrado, y me llevaba marcando desde hacía algún tiempo. La verdad es que estaba buenísimo, el cabrón. Por cierto, ¡tú no me has visto aún en mallas! Te ibas a quedar… Y una noche, cuando terminamos las clases, se encontraba esperándome junto a su moto, frente a la salida.

- Angie, por favor, detente.

- Que detenga qué, ¿la mano o la lengua?

- ¡Las tres cosas! Digo las dos…esto… la historia; deja la mano y usa…

- ¡Calla! Ya voy a terminar. El calvorota no soltaba prenda: se montó, se puso el casco y me invitó a acompañarlo, pero yo me quedé de pie junto a la máquina de refrescos. Entonces se bajó la bragueta y sacó de ahí…

- Pssssss. ¡Ya está bien! Anda, súbete, corre.



Angie sonríe victoriosa y obedece sin rechistar. Despide un profundo jadeo al sentir cómo su miembro la separa; disfruta del enorme placer que le causa el roce de esa gran polla por sus paredes internas. Inmediatamente percibe la diferencia entre lo experimentado en sus encuentros fortuitos y la pasión que en ella despierta ser follada por ese hombre. No se trata simplemente de follar, es recoger dentro de sí misma por medio de ese acto toda una serie de deseos, anhelos, ilusiones, gustos compartidos, planes en común, confianza mutua, felicidad. Los dos están preparados para alcanzar el clímax y lo hacen al unísono, prolongadamente. En el momento de caer cada uno en los brazos del otro, las velas se retiran casi por completo; sólo un par de ellas mantienen una ligera llama. Los espectadores de la tragedia griega se encuentran ya pues en los vomitorios, y tan sólo la sombra de una hoja proyectada por los haces de la luna, que ha quedado atrapada entre la maraña de la humedad del ventanal, cuelga del rincón derecho como testigo de la cellisca en el bosque y en el cuarto. Premonición.



- Angie, lo próximo que escriba creo que será una historia tórrida, basada en nosotros. Te quiero, buenas noches.

miércoles, 13 de enero de 2010

"ANGIE'S LAVA": Capítulos IV y V


Osos...osos...osos...osos...

¡Un saludo, ositos y ositas!
¿Cómo ha empezado el año? Frío y más frío, ¿no? ¡Pronto, estos osos se van a convertir en polares como siga este tiempo!
Pero vosotros no, ¿eh? Para eso tenemos a Angie y sus historias: para que nos mantenga calentitos por dentro y por fuera. Así que esta vez, y tras la pausa vacacional (que si esquiar en St. Moritz, que si cenas en Davos...), doble ración de las aventuras de nuestra mágica amiga. ¿Qué nos espera? Un poco de literatura (¡¡??¡!!) cachonda en todos los aspectos.
Poneos cómodos y echad leña al fuego, pero no demasiado...¡Hasta la próxima!

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IV- BEAUTY (I)

Una tras otra, con parsimonia, calibra las pupilas para el enfoque correcto al despertar. Primero la azul, la izquierda, a continuación la derecha, negra de luto. Los eventos solían mostrarse ante los ojos de Charlotte de manera única.

Filtro de dos tonalidades; dualidad congénita a lo largo de toda su vida tal como se encargan sus recuerdos de testimoniarle en lapsos nebulosos, en los que el sueño y la vigilia mercadean con sus últimas risotadas y cruzan la fina piel de su figura con más surcos de los que aquellos 45 años debieran admitir: dos hermanos varones, uno mayor y el otro demasiado menor, dedicaron gran parte de su infancia, adolescencia y juventud a situar múltiples obstáculos al color ambiguo de su mirada.

“Hermanita, no te quejes tanto y aprende de una vez; más te vale acatar las normas que tratar de cambiarlas.”

“¡Corrígeme estas frases, tú! Estás muy guapa hoy. ¿Te queda tabaco?”

Dos matrimonios, uno difunto y el otro perdido en medio de un viaje de bodas por Argentina.

“Lotte, me voy a quedar aquí algo más de tiempo. Necesito reflexionar sobre algunas cosas. No tiene nada que ver con la chiquilla de la embajada, no pienses mal, es sólo que…Te he realizado una transferencia a tu cuenta, por si te surge algún imprevisto. Te quiero; ya hablamos.”

Dos carreras, a ninguna le puso el broche.

“Entiendo, Padre, que le haga mucha ilusión verme tomar las riendas de su negocio, pero siempre quise dedicarme a algo más abierto y creativo, a descubrir nuevos pueblos, ciudades, la cultura de los países centroeuropeos; fríos, organizados, serios. Grises y lluviosos. Me voy a Bélgica, a la casa de unos artistas que me presentó Tío Juanjo. Veré qué posibilidades tengo allí de matricularme en Artes Contemporáneas.”

Doble naturaleza, una púdica, seria, competente. Otra intensa y arrebatadora. En cualquier caso, frágil.

“Ha obtenido el puesto de jefa de producción. Enhorabuena. Necesitamos a una persona decidida e imaginativa, que sepa enfocar cada proyecto de manera empresarial y a la vez rentable, capaz de distinguir un buen negocio entre montones de basura.”

Dos medias de fantasía desparramadas en la cálida moqueta de su dormitorio, en una la leyenda “I’m wide open”, en la otra “What do you think about a girl like me?”

Dos manos extrañas: una de varón reposando sobre sus discretos senos, la otra –femenina- acaricia soñolientamente el vello rizado de su pubis.

A través de esa bifurcación en la mirada observa el techo del cuarto, su cielo, y comienza a construir el puzle de la noche anterior, el resbaladizo tránsito de una personalidad hacia la otra.



“¿En qué momento me escapé del gentío para saltar al escenario?”



Debió de ser cuando Alex bajó la intensidad de las luces y puso su canción preferida, “Beauty”.

Había ido al Trafalgar para la presentación del nuevo corto: “Lea 04:29”, la historia de una muchacha que se mata con el fin de liberar a su hija de seis años de la opresiva influencia que ejerce sobre ella, basada en parte en el triste final de su amiga Luna.

Allí estaban los actores, el director de la película, el guionista, el tesorero y la propietaria de la agencia, muchos miembros de la prensa local, la basca que había pagado su entrada al recinto ese viernes, y sus compañeras inseparables: Lisa, Clara, Bertha y Angie.

Todo transcurrió según lo previsto, con Lucio ejerciendo perfectamente de anfitrión y maestro de ceremonias. Tras el corto, hubo aplausos y los enviados de los medios efectuaron un par de preguntas rutinarias a los protagonistas. Luego llegó la música con sus copas, las “chucherías” de Lucio… la sala empezó a cargarse de humo y risas de todos los sabores, pero ella sólo buscaba cruzar su mirada con la de él en un intento de predecir si esa noche volvería a ser la elegida sobre el “marrón chocolate”; la edad comenzaba a pesar y la rivalidad era cada vez mayor en el negocio. Al cabo de unas horas quien más quien menos había descubierto ya su rincón en la sala: Lisa se hallaba junto a la barra envuelta en gente guapa que extraía de sus bolsillos toda clase de propuestas; Clara entró en los servicios de chicas, acompañada, y a partir de ahí se le perdió la pista; Bertha no cesaba de beber y bailar sobre los sofás del reservado con Angie, hasta que Ermond, el autor del corto, se la robó para intercambiar en voz baja secretos de anónimos; desde allá arriba Lotte pudo ver, gracias al brillo delator en los ojos de su amiga, que muy probablemente surgirían entre ellos historias en común. Se alegró por Angie; sabía que ahora se encontraba en un buen momento después de haber padecido también lo suyo. La admiraba, aunque su “yo” fabril comenzó de inmediato a calcular los beneficios de esos futuribles proyectos y a imaginar las grandes críticas y las ingentes recaudaciones. Sueños.

La intensidad de la música crecía lenta pero inexorablemente, mezclando electricidad, distorsión y haces de luz con sinfonismo tecnológico. Su corazón se aceleraba al ritmo de los contundentes bajos y la percusión electrónica, y las caras familiares y extrañas comenzaron a girar en torno a la suya, carcajeando, gritándole, escupiendo al alzar la voz para poder ser oídas; cada vez a mayor velocidad. El escenario estaba repleto a esa hora de la noche y ni siquiera los 7 centímetros de ayuda que hoy sumaba a sus 172 naturales le posibilitaron encontrar a Lucio entre la muchedumbre desmadrada. Latido, golpe, carrera, golpe, carrera, latido. Pausa. Ya no veía a nadie. Ni a su salvador.



“¿Quieres otro dulcecito, preciosa? Te ayudarán a sacar lo mejor de ti.”



Cegó uno tras otro, sin excesiva lentitud. Primero el negro desilusión, a continuación el azul profundo. Alguien le susurró unas palabras que ya no pudo comprender y fue sujetada por varios brazos en el momento previo al desmayo.




V- BEAUTY (II)



Charlotte mira a su derecha, al dueño del brazo que yace muerto sobre sus muslos. Es un tipo perteneciente a la clase de los “medios”: medio calvo, medio gordo, de mediana estatura y edad; con la mitad de la cara aplastando la almohada y la otra mitad deseosa de gritar al mundo entero que es medio bobo. Se pregunta cómo ha podido ir a parar a su cama el hermano músico de su amiga belga de Gante. Si aquel tipo desnudo es Jan, la mano femenina que insiste en acariciarle la vulva debería ser…En efecto, gira la cabeza hacia la izquierda y encuentra a Emma, la esposa veinteañera del guitarrista mediocre; se van a alojar en su casa los días de Pascua. Esta tiene los ojos cerrados y un dedo introducido a su vez en la vagina, dándose todo el placer del que es capaz; jadea tenuemente en sueños. Su rostro lo cubren pequeñas motitas, los senos parecen ubres de vaca y el cabello es rojizo. Lotte advierte que los tres están desnudos, emanando de las sábanas un intensísimo olor a sexo, en grupo. Lo que pasara entre su desmayo en la sala de Lucio y este despertar tan surrealista se lo tragó un agujero blanco en su cabeza; fuera lo que fuera, no formaba parte de ningún borrador de sus películas.

Emma retira los dedos del clítoris de su anfitriona para chupárselos y Charlotte se sorprende al sentir contrariedad por aquel súbito abandono. Ya había participado en intercambios sexuales con mujeres, algunos resultaron incluso muchos más placenteros que con ciertos especímenes machos, pero seguía prefiriendo un gran nabo moldeable a un buen par de tetas ajenas.

Como los nabos de calidad extra no abundan precisamente allí esa mañana, coge de nuevo la mano de la chica, le ensaliva el índice, el corazón y el anular, y se los mete por su coño húmedo, expulsando su garganta un primer gemido. Tensa los talones contra el colchón para izar la cintura y abrir hueco, aparta el brazo del hombre, que sigue en babia, y comienza a masajear gustosamente los pechos de su vecina de dormitorio. Al cabo de un rato Emma recupera la noción del tiempo y el espacio: abre sus enormes ojos verdes y se monta sobre Lotte, coño virginal contra coño maduro, como si fuera a cabalgarla, haciendo frotar sus labios genitales, rozándose los clítoris. Su sexo es frondoso y más rojizo aún que su cabello. La belga le lame los párpados e introduce la lengua en los orificios que ve libres en la cara que no cesa de gemir; con los pulgares le acaricia los dientes y se los mete en la boca los dos a la vez, moviéndolos en el interior de su cavidad. La cabalgada continúa, así como el golpeteo de tetas, los mordiscos en los pezones y el intercambio de saliva. Cuando la muchacha percibe que Lotte está a punto de correrse, se tumba encima de ella, presionándole aún más el clítoris con el suyo, y le susurra al oído.


Emma: ¿Has probado alguna vez la lluvia de una mujer? ¿Vamos al baño?


Lotte observa a su joven amante con una cierta admiración debido a su fuerza sexual y a la ausencia de prejuicios. No encuentra la respuesta adecuada, jamás se había planteado tales formas de practicar sexo.


Lotte: ¿Qué sucedió anoche? No recuerdo mucho, no sé qué hacéis aquí en mi cuarto.

Emma: Mejor así, pero hoy ya es sábado, nuevo día. Necesito echar la primera meada de la mañana. ¿Me acompañas?


Al ver que ella no reacciona, Emma se levanta y deja la habitación bamboleando sus ubres al compás de la ardiente melena y su trasero lechoso. Lotte mira de reojo a Jan, ahora bocarriba, serio, aún con los ojos cerrados. Se incorpora secamente al descubrir que más allá del montículo del estómago del jazzista, a la derecha de la cama, reposan sobre la moqueta cuerdas, una mordaza de cuero con una bola en el centro, un brazo de plástico terminado en puño y su cámara de video digital. Vuelve a clavar sus dos colores sobre el hombre que yace junto a ella, dándose cuenta de que lucen tieso él y tiesa su polla. Sin saber por qué, de manera intuitiva, coloca su dedo índice bajo la nariz del músico. No percibe ningún frescor. Entonces se lanza sobre su pecho para examinarlo y se le hiela la sangre al no escuchar latido alguno.

Emma ha cerrado el baño y parece como si se hubiera desvanecido al otro lado de la puerta. Lotte la golpea pero nadie responde. Desnuda, con su cabello todavía bastante rubio, se dirige al salón en busca de su móvil. Lo encuentra sobre la mesa central, junto a un manojo de llaves. Tiene un mensaje de Angie, 04:35 horas; sin abrirlo decide llamarla a ella en primer lugar.


Lotte: ¿Angie? ¡Gracias a Dios que estás ahí! Ven corriendo a mi casa, ya te contaré después, ahora debo colgar, necesito…no sé ¡Ven lo antes que puedas, por favor!



“No entiendo cómo me he metido en este lío. ¡Joder, yo! ¡No me lo creo, no lo planifiqué en la agenda, no está ni tan siquiera presupuestado! He de mantener el control. ¿Qué hago? Déjalo en el dormitorio y espera a Angie, aparecerá en unos minutos. Algo se nos ocurrirá. Es un horror, pero yo no tengo la culpa de nada, o eso espero. ¡La cámara! Cuando llegue…”



Lotte: ¡Emma, Emma! Sal del baño, hostias. ¿Qué coño le ha pasado a Jan? ¡Emma! ¡Abre la puerta, por Dios, o te juro que…!



Está sentada en el sofá, desnuda, mordiéndose los labios, cuando por fin suena el timbre. Angie se planta frente a su jefa de producción.



Angie: ¿Qué haces en cueros? ¿Así es como recibes ahora a la gente?

Lotte: ¡Pasa y cierra la puerta!



Angie conoce de sobra ese apartamento de lujo del casco antiguo; le encanta la amplitud que transmite y su decoración tan cosmopolita y minimalista a la vez: nada de valiosas reliquias o grandes arcones restaurados. Acostumbra a desprender luz y frescura, aunque hoy huele de un modo algo desagradable. A Lotte, una de sus mejores amigas, la considera una buena jefa y compañera de trabajo; suelen compartir aficiones, conocidos y toda clase de experiencias. Ya la había visto desnuda en alguna otra ocasión, en las duchas del gimnasio sin ir más lejos, donde suelen machacar sus glúteos y abdominales los lunes, miércoles y viernes, y algún domingo si es Xavi quien da las clases de step, más que nada por ver el movimiento de su culo y su paquete marcar los pasos: “1, 2, 3…1, 2, 3…1 , 2 y 3, 4 ….¡Vamos, vamos, mis vulvitas, que no se diga que os pesan las hormonas!”. Mirándola allí, en el recibidor de su casa, recuerda que siempre le pareció más seductora descubierta que vestida.



Lotte: Deja de escudriñarme así, Angustias. Las tetas son tetas y los coños, coños, aquí y en la India. Acompáñame al dormitorio, allí está lo que te quiero mostrar.

Angie: ¿Qué vamos a hacer? ¿En qué estás pensando?



Lotte, que la lleva arrastrando del brazo, se detiene en seco y la riega con sus dos tonalidades. Angie conoce el contenido de esa mirada y calla, disminuyendo la intensidad de su resistencia; sabe que se trata de algo serio.



Angie: ¡Ay madre mía! ¿Ese no es tu amigo Jan? ¿Qué cojones hace empalmado en tu cama? Yo no te entiendo, así sin más… ¿Qué pretendes?

Lotte: No respira.

Angie: ¿Cómo que no respira? ¿Insinúas que…? ¡No puede ser! ¡Mira su polla!

Lotte: Angie, las personas si no respiran se mueren, y yo ya he escuchado en algún lugar que ciertos hombres al morir sufren una erección que les dura horas. Podría ser este el caso, ¿no? ¿Qué opinas tú?

Angie: ¿Estabais follando cuando sucedió? Quiero decir… me cuesta creer lo que se me viene a la cabeza.

Lotte: Ese es el problema, que no lo sé, no lo recuerdo. Me desperté hace unas horas con Jan y su mujer en mi cama, tal cual me ves, con todos esos cacharros por el suelo. Se lo pregunté a Emma, pero ella prefirió…Se ha encerrado en el baño y ni abre la puerta ni responde. Lo primero que he hecho ha sido llamarte. Me tienes que ayudar. No quiero muertos en mi casa.

Angie: Bien, calma. Obviando lo embarazoso de la situación, esto me suena a un episodio manido de una mala peli porno. Según esos guiones, tendríamos ahora que chupársela y él se despertaría y nos follaría a las dos y los espectadores se correrían compulsivamente en sus pañuelos de papel; como si del final de un cuento de hadas erótico se tratara. Lo que debes pensar es que todo se debe a un hecho natural, no se te puede acusar de nada. ¡Espera! ¿A dónde te diriges?

Lotte: ¿De dónde crees que sacan esas películas la inspiración? Trabajo en el mundo del cine, sé lo que me hago. Es posible que haya sufrido un infarto mientras dormía o se tiraba a su mujercita o me comía el coño o qué sé yo, y que con la tensión se la haya puesto tiesa antes de irse…de irse a joderme el día. Pero si eyacula es que el organismo está aún vivo, vamos que no la ha palmado. Prefiero realizar esa diminuta prueba, si no funciona ya decidimos cuál será el siguiente paso. Total, él no se va a enterar y tú no vas a contar nada, ¿verdad?

Angie: ¿Y si llamamos a un médico o algo así? Sería lo prudente.

Lotte: ¿O algo así? ¿Qué es un “o algo así”? Mira, cariño, si esto ha de terminar lleno de médicos, forenses y policías, pues qué remedio, pero si lo puedo evitar…no llamaré a nadie más hasta que no esté segura.

Angie: Tú has comprobado que no tiene pulso...

Lotte: Eso me ha parecido, pero lo del empalme es tan raro, aunque se dé… ¡Déjame hacer esta última comprobación! Debería encargarse de ella su mujer. ¿Qué cojones hará dentro del baño? Y no me digas que igual también la ha cascado.

Angie: No he dicho nada, tranquila, ¡Mund zu!



La productora de aquella escena se arrodilla junto a la cama y se mete el pitito belga en su amplia boca de pulcros labios.



Lotte, con la boca llena: Ammgie, pomfavo, mealbanno y llamemma.



Era buena mamando, hasta su garganta habían llegado las pollas de muchos amantes y de casi todos sus amigos: Pepe, Tony, Lucio, Alex, Ermond…Conseguía con su saber hacer que una polla mediocre pasara a ser un falo decente. Pero la eyaculación del guitarrista se le resiste. Angie, en el marco de la puerta, no sabe si le resultará más útil a su amiga chupando o haciendo salir a la jovencita del aseo. El tamaño del miembro de Gante le convence de que con un paladar basta.



Angie: ¡Emma! ¡Emma! ¿Me oyes? ¿Te encuentras bien? Di algo. ¿Por qué no sales? Tienes que ayudarnos con Jan, está… ¿Tú sabes lo que ha sucedido? ¡Emma! ¡Abre la puerta!



Pega la oreja a la lámina de madera rosa escandinava que separa a las dos mujeres, pero el único sonido que escucha es el golpeteo se su acelerado corazón. Aporrea la puerta en primer lugar con los puños y luego con la suela de sus botas tejanas, cada vez con una mayor contundencia.



Lotte aparece detrás de ella con un semblante más relajado: ¿Qué haces, chocho? Me la vas a destrozar. Acabo de arreglar todo el cuarto de baño, puerta incluida. Ten más cuidado, bonita.



En efecto, se la ve más tranquila, calmada. Su pelo siempre rubio lo lleva recogido en un moño; suda por la frente y los labios muestran un reflejo húmedo; de la comisura izquierda de la boca cuelga un pegotito blancuzco. Angie la observa incrédula, maravillándose de lo decidida que puede llegar a ser la gente cuando necesita librarse de un buen marrón.



Angie: Límpiate eso de ahí, anda. ¿Se despertó? ¿No estaba fiambre?

Lotte: ¡Joder con el tontolaba! Al final se ha corrido de una manera…pero sigo sin escuchar sus latidos. Entonces, si me ha echado tooooda su lechecita es que vive, ¿no? ¡Gracias a Dios! ¿Ves como no era imprescindible armar tanto follón? Paso a paso, mi querida aprendiz: es igual que programar el rodaje de una película. Lo he hecho miles de veces.

Angie: Se podría tratar perfectamente de una, del departamento LXY.

Lotte: Ahora no me importa llamar a un médico. Voy a ordenar esto un poco antes de que llegue y me vestiré, claro, no vaya a ser que…y aunque dicen que es muy nutritiva y buena para el cutis, ya he tragado suficiente por hoy. Además, sigo sin saber nada de anoche. ¿Me trajo Lucio? ¡Venga, dime que sí!

Angie: ¿Lucio? Pues qué quieres que te diga…no, él se quedó allí, se encontraba muy ocupado, ya te puedes imaginar: sacó la bolsa de las chuches y se le llenó el gallinero. Te facturamos Ermond y yo, en mi coche. Al llegar no había nadie en casa, y nosotros no te desnudamos, que conste.

Lotte: ¡Ah, vale! ¿Y tú? ¿Qué tal con el chico? Vi muchas burbujitas en los reservados del Trafalgar. ¿Estuvisteis…?

Angie: Hablamos de nuestros gustos, lo típico cuando conoces a alguien: intercambio de números de teléfono, hobbies… Hemos quedado en llamarnos, me quiere enseñar unos textos que está escribiendo, que piensa llevar a la pantalla si encuentra financiación.

Lotte: Un poco antes de sumergirme en este caos de mierda me fijé en que te brillaban los ojitos así de esa manera…eres un encanto. Conozco a Ermond mejor de lo que él se piensa. Hace algún tiempo fue mi…salíamos en pandilla. Te va a sorprender, ya verás.



El campaneo incesante del timbre de la casa mezclado con el griterío de varias voces masculinas les interrumpe ese momento tan tierno y revelador.



Lotte: ¡Deben ser los bomberos! Los llamé también al oír tus golpes; prefiero que sean ellos los que abran mi nueva “salle de bains”, causarán seguro menos desperfectos, siempre que no usen el hacha, claro. Además, nunca viene mal contemplar de cerca el trabajo de esos cuerpos macizos.

Angie: ¡Eres una hija de puta! Veo que ya se te ha pasado el susto.

Lotte: ¿Susto? ¿Quién estaba asustada?



Es Angie quien les abre, los tres apagafuegos callan de golpe y pasan a examinarla de abajo arriba, de arriba abajo; uno se queda absorto en sus tetas, otro en el bultito que forma un hermoso coño bajo la prieta tela del vaquero y el tercero la mira a los ojos sonriendo como un tontaina. La chica se mueve sin dirigirles la palabra y ellos la siguen. Cuando llegan al cruce de pasillos se encuentran a Charlotte protegida por una fina batita lila de algodón bastante corta para su estatura, a Jan tapándose sus pudores con ambas manos y a Emma tal como vino al mundo apoyada en la pared, desperezándose.



Jefe de bomberos: ¿Dónde es la emergencia?



A Angie se le ocurre una respuesta, pero se la traga.



Emma: ¿Esto qué es, servicio a domicilio? ¡Me gusta España! Eres un sol, Charlotte. ¡Cómo nos atiendes!



Lotte parece sobrellevar la situación de una manera sosegada, madura, como reconociendo que es inútil engañar al destino. Angie, sin embargo, no consigue entenderla. No sabe qué decidir: “¿salgo pitando o me auto invito a la fiesta que está a punto de comenzar?”



El bombero novato: No vayan ustedes a creer que nosotros vamos y…así sin más, sin respeto a nuestro oficio. ¡Están ante profesionales y nuestras intervenciones no son gratuitas! Es mejor que se vistan.



Emma se retira el cabello rojo de la cara con un resoplido, coge una de sus hermosas tetas con las dos manos haciendo resaltar su mama y pasa la larga y carnosa lengua por el pezón, erizándolo; al ponerse en cuclillas su coño se abre: Si vamos a pagar, elegiremos qué puerta tenéis que echar abajo.



El bombero veterano: Esta unidad ya está acostumbrada a los imprevistos y a llevar a cabo la mejor de las actuaciones según lo requiera la ciudadanía. No se van a arrepentir, se lo aseguro. El cinturón sale disparado, tras él, el pantalón y el taparrabos con símbolos japoneses: se desenrosca la primera manguera, buena pieza, excelente calidad, con una chola del tamaño de una pelota de golf, el deporte preferido de Clara. ¡Ah, ella no está aquí y no la piensan llamar! Que siga en su campeonato.

El jefe: Si Sebastián lo dice, que de esto sabe mucho, Angelito, nada que objetar: ¡a sacar todas las herramientas! ¿Dónde era el fuego?

Un escuálido hombrecillo, blancuzco, calvete, con grandes gafas negras de pasta y amplio mostacho canoso se incorpora al rescate: Han dejado la puerta abierta… ¿El enfermo, por favor?
Jan levanta la mano que no sostiene la pequeña Samsung, esta sigue grabando: Pero ya estoy bien; sufro de una extraña enfermedad que reduce mi ritmo cardíaco al mínimo después de grandes esfuerzos, y en ocasiones llego incluso a desmayarme.

Lotte: ¡Ahora resulta que todo el mundo va a perder el sentido un tiempecito en mi casa! ¿Y a ti, Emma, también te da el telele ese?

Emma: ¡No! Yo me quedé dormida en el suelo después hacer pipí. Es que esta noche no he descansado mucho.

El doctor: ¿Es esto una broma? ¿Para qué me requieren entonces? ¿Qué hacen aquí esos bomberos desnudos de cintura para abajo? ¡Santo Torino! ¿Son naturales esos pechos? ¿Se pueden tocar?

Emma: ¡Y chupar! Monsieur le docteur, sonría a la cámara. Si se va a quedar, quítese la ropa y vaya masturbándose. ¡Que empiece el bukkake!



Parpadea varias veces, el dedo corazón de su mano izquierda le sube las gafas, levanta las cejas con asombro tras escudriñar el tamaño de los nabos colgantes de los bomberos– los tres con el casco aún puesto – y se santigua. No tarda ni medio segundo en encontrarse al natural, encorvado, con un manubrio de
lujo todavía más clarito que su calva dentro de la mano derecha. Se la pela a una velocidad de infarto.


Emma: ¡Tranquilo, amigo! No se vaya a correr antes de tiempo. Venid, rodeadme.


Los cuatro servidores públicos se sitúan en torno a Emma mientras Jan lo graba todo. Las piernas musculosas de los apagafuegos ocupan el lugar de privilegio, relegando al médico de urgencias a un segundo plano. Lo primero que percibe la muchacha es la abrumadora dosis de vellosidad que la envuelve, y un olor muy característico a hombre salvaje, de los que empotran. Cada uno agarra su chorizo para refregárselo por la cara, por el pelo; le dan golpecitos con él en los labios, sobre los hombros, en los pómulos, despertando la voracidad de la tetona.

Angie observa la escena boquiabierta; al final se ha quedado, aunque aún no sabe para qué. Lotte la besa en la mejilla; sonríe al percatarse de la temperatura que desprende y le echa un brazo sobre el hombro, descolgando la mano ligeramente sobre uno de sus preciosos senos.

Emma elige dos rabos al azar, el tercero lo atrae con su lengua hasta sus labios carnosos. El miembro desatendido, el del bombero jefe, se pelea con el tronco del doctor para ocupar la boca de la joven belga; al final, con cierto esfuerzo, entran las dos pollas. Jan, que continúa filmando, enfoca a la anfitriona y le señala su pene tieso.



Lotte: No, cariño, de esa ya he probado hoy. ¿Te apetece a ti, Angustias?

Angie: Demasiada gente. Quizás en otra ocasión, con otras personas.

Lotte: ¡Vamos! Siempre hay una primera vez… ¿Cuál de los bomberos te gusta más? El madurito la tiene impresionante, y es muy atractivo. ¿Te has fijado en sus muslos, en sus pectorales? ¿No te gustaría ser rescatada por él? ¡Corre y cómesela un poco! ¡Date un “pim-pam-pum”!



Sebastián, el mayor de los bomberos, ha escuchado la conversación, se retira del grupito y se planta frente a Angie, cogiéndose el manubrio por la base. La chica lo escudriña y calcula: “unos ocho centímetros entre los dedos, más otros quince aproximadamente en el aire… ¡Qué pedazo de polla!”

Lotte la empuja por los hombros hacia abajo para que se arrodille en pleitesía ante aquel miembro. No se resiste: abre la boca, levanta la vista para encontrar la braveza del macho, cierra a continuación los ojos y se desahoga de tanta zozobra mamando con ahínco. Hasta que sin saber por qué se le viene a la cabeza de repente la imagen de Ermond, su voz, sus risas. Escupe el pollón y se levanta.



Angie: ¡Paso! No me apetece.

Lotte: ¿Y si fuera la de Ermond?


Angie la mira con asombro por haber sido capaz de leerle el pensamiento, o los deseos: ¡Cállate, no seas…! En tal caso lo sacaría de aquí y me lo llevaría a otra habitación; mejor a mi casa. Si estuviera disfrutando de él, no querría encontrarme pollas por todas partes.

Lotte: Angustias, no sé si eres una recatadita o una egoísta. ¡Allá tú! Voy a despedirme de estos.



Y se mete de cabeza en la orgía para echarle un cable a Emma. Las dos en cuclillas se van pasando los nabos de mano en mano, de boca a boca, sin siquiera mirar a quién pertenece cada uno de ellos. Los ensalivan, se los tragan, los masturban, chupan los huevos, se alimentan con dos, tres pollas a la vez, se las comen entre las dos; sudan. Cuando están a punto las mangueras de soltar presión, Lotte abandona el círculo y sale disparada hacia su dormitorio. El primero en irse es Angelito, el chaval, con su lefa juvenil llena la nariz y los ojos de la invitada. A continuación viene el doctor flacucho: le agarra la barbilla y le inunda el cuello de crema espesa. El jefe de bomberos se la introduce hasta la garganta para que le llegue la corrida bien dentro. Y a Sebastián el veterano, al que le cuesta algo más desprenderse de su leche, le ayuda la chica metiendo su pollón entre las enormes tetas en lo que es una majestuosa cubana de última hora; cuando la leche comienza a salir a borbotones, se la roba con su pelo rojizo. Jan levanta el pulgar dando a entender que lo ha capturado todo. Su pito es el único que está duro en ese momento, y así seguirá.


Angie permanece inmóvil, estupefacta y a la vez cautivada por el espectáculo que ha presenciado. Sabía que estas cosas pasaban: lo había oído en alguna charla desmadrada durante sus correrías nocturnas, también en los despachos, pero vivirlo en directo era otra cosa. A pesar de su incredulidad, cuando recupera el aliento se da cuenta que bajo su camiseta gris de “estar por casa” emergen unos pezones erectos al máximo. Si pudiera borrar a los del cruce de pasillos sabría lo que se haría. Esta noche a solas.

Charlotte emerge al rescate de su amiga con unos vaqueros rojos, una camisetita blanca de tirantas, zapatillas deportivas y maquillaje discreto.



Lotte: ¡Vamos, Angie! Te invito a unos caracoles en Casa Marcelino. Seguro que tienes hambre.

Angie: ¿Cómo permites algo así aquí mismo, en tu apartamento? A mí me daría… ¿Y quién va a recoger toda esta cochinada?

Lotte: Llamaré esta tarde a mi chica. No te preocupes tanto. Tú piensa en quien tienes que pensar y punto, estos ya se irán. ¡Te hacía más abierta!

Angie: No te puedes imaginar lo abierta que puedo llegar a ser, querida jefa, no te lo puedes ni imaginar. Por cierto, ¿no sientes curiosidad por saber lo que hay grabado de tu “noche blanca” en esa cámara?

Lotte: ¿Para qué? Si no puedes arreglar algo es mejor dejarlo estar.


“She’s my beauty. They call her Miss Divine. My black beauty. She’s open all the time…”


Angie: ¿Qué cantas?

Lotte: Es mi canción preferida, de Mötley Crüe, la tengo en el Audi. Me apetece escucharla. ¿No sabes cuál es? Alex me la pone todas las noches.


“Her head got her off the street!”


La puerta se cierra con un golpe estridente y las dos chicas bajan los escalones hasta el rellano a saltitos y envueltas en risas. El sol que les espera fuera es templado. El día no tanto.